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Breve historia del bordado

Cuando la historia la cuenta una aguja

Coser. Del latín ‘consuere’, unir una pieza con otra. De ahí sutura (verbo que engarza la piel del convaleciente). Ambos significados sirven para referir un tipo de bordado que, mas allá del elemento estético, permite que la historia, colectiva, personal, perviva entre sus pespuntes.

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Detalle del Gran Tapiz de Escocia

Margaret Ferguson Burns
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04
septiembre
2025

Artículo

Detalle del Gran Tapiz de Escocia

Margaret Ferguson Burns

Coser. Del latín consuere, unir una pieza con otra. De ahí sutura (verbo que engarza la piel del convaleciente). Ambos significados sirven para referir un tipo de bordado que, mas allá del elemento estético, permite que la historia, colectiva, personal, perviva entre sus pespuntes.

El tapiz de Bayeux, también conocido como Tapiz de la Reina Matilde, es una pieza insólita bordada en el siglo XI, de unos 68 metros de largo por 50 centímetros de ancho, que relata visualmente la conquista normanda de Inglaterra, una de las reliquias que preserva el Registro de la Memoria del Mundo de la Unesco. Lo componen 58 escenas numeradas, cosidas en tela de lino e hilo de lana, y advierte del coste de la traición. En él se nos cuenta cómo Haroldo II, el último rey de la Inglaterra anglosajona, quebranta su juramento de fidelidad al duque normando Guillermo el Conquistador, quien responde en la batalla de Hasting, donde vence y da muerte al traidor. Durante siglos, a este tapiz se le consideró una pieza burda, por sus puntadas primitivas, su fondo beis, su falta de delicadeza en el detalle.

Seiscientos veintitrés hombres, más de doscientos caballos, cincuenta y cinco perros, más de quinientos animales y plantas de toda índole y seis mujeres pueblan esta tela urdida con cuatro colores (rojo, azul, verde y amarillo) y los diez tonos que permitía el teñido a base de plantas. Falta una última escena, supuestamente la de Haroldo coronado, y se desconoce dónde se realizó. Podría considerarse el primer cómic de la historia.

En él se inspiró El Gran Tapiz de Escocia, bordado por más de mil mujeres y algunos hombres, en el que se cuenta la historia del país a través de sus casi 143 metros de largo. Fue ideado por el artista Andrew Crummy y realizado bajo la dirección de la maestra bordadora Dorie Wilkie (las bordadoras inglesas eran imbatibles en virtuosismo en la Europa medieval). Data de 2013. Uno de sus 160 paneles, el 44, muestra a la reina de Escocia María Estuardo con un bastidor en la mano. Ella, acaso mejor que ninguna otra mujer de su época, sabía del poder de los bordados para comunicar a su pueblo. Bordaba como nadie. Dobladillos, zurcidos, uniones, refuerzos, decoraciones, pespunte, festones… El bordado era el lenguaje visual de la élite. En los palacios europeos las telas bordadas dignificaban bancos, mesas, reclinatorios, tálamos… decoraban palacios, castillos, torneos, festejos… era la proclamación por excelencia del poder. Baste un ejemplo. Cuando Enrique VIII de Inglaterra y Francisco I de Francia se citaron en Calais para firmar una alianza, la entrevista pasó a conocerse como el encuentro en el Campo de la Tela de Oro, por la hiperbólica cantidad de paños y adornos que la adecentaron. De uno de los árboles se colgaron, cual guirnaldas, mil cerezas de satén; otros fueron cubiertos por hojas de oro y damasco. El hilo de seda podía trazar líneas que ni el más finísimo de los pinceles. El hilo de oro refulgía como un sol recién creado.

Ropa de cama para bordar encierros

Poder regio y poder eclesiástico. Santa Clara, patrona del bordado, santa Eteldra, santa Margarita o santa Edith de Wilton fueron canonizadas, entre otros méritos, por su habilidad y belleza para ensalzar, aguja en ristre, vida y obra de Cristo. Con la Reforma, muchas de las prendas bordadas fueron quemadas para extraer de ellas el oro y las piedras preciosas. Alguna se salvó de la hoguera, como la capa de las hermanas del convento brigidino de Syon, en la que ángeles de distintas jerarquías (querubines, tronos, virtudes…) relatan la vida de la Virgen y de Cristo. Es uno de los escasos ejemplos de opus anglicanum, una técnica de bordado empleada en vestimenta litúrgica, hecha en seda o satén con hilo de plata y oro.

Aunque las telas acabaron perdiéndose, se sabe que María Estuardo bordó ropa de cama en la que fue contando su encierro

María Estuardo las admiraba. Ya de niña su vestidor competía con El Dorado: vestidos de terciopelo violeta, trajes de satén blanco aderezados con rubís y diamantes, seda veneciana carmesí… Cuando regresó de Francia a Escocia sus baúles contenían cuarenta y cinco juegos de cama, más de ochenta cojines, treinta y seis alfombras turcas, diez paños de estado, veinticuatro manteles… todo ello bordado con primor. Bordó ropa de cama en la que fue contando su encierro. Aunque hay testimonio escrito de esas telas, se perdieron.

Siglos después, una artista con síndrome de Down y sordera profunda, Judith Scott (1943-2005), comenzó a cubrir objetos con hilos, lana y tiras de tela. Era lo único que la mantuvo sosegada durante los más de treinta años que estuvo ingresada en un manicomio. A su muerte, había cosido alrededor de doscientas piezas, que ahora pueden verse en distintos museos. Es un ejemplo del «arte bruto» o «arte marginal». Algo similar a lo que hizo la costurera Agnes Richter (1844-1918) cuando la internaron en un psiquiátrico. Durante sus 26 años de encierro confeccionó una chaqueta con lana marrón y lino, cubierta por bordados superpuestos en hilo rojo, amarillo, azul, naranja y blanco. Se han descifrado algunas palabras («yo», «mío», se repiten con frecuencia) y frases («quiero leer», «no soy grande»). El bordado habla de la identidad de quien lo ejecuta.

La filántropa Elizabeth Fry (1780-1845) introdujo el bordado en las cárceles, por un lado, para ofrecer a las convictas una distracción que las sustrajera de las condiciones que soportaban y, por otro, para enseñarlas un oficio con el que poder ganarse la vida cuando salieran. Si salían. En la prisión de Changi, ubicada en Singapur, uno de los centros penitenciarios más siniestros, las presas bordaban sus nombres en tela, manteles o sábanas, denunciando el hambre que pasaban o el trato recibido. A veces, simplemente bordaban sus nombres, con propósito de memoria, como se hizo en los años ochenta con los muertos por el sida, en Nueva York, Los Ángeles y San Francisco.

Rojo sangre camino de la muerte

La antigua Palestina estaba compuesta de aldeas como pecios. Cada una de ellas contaba con un lenguaje textil que las identificaba (la hechura de las prendas, los colores utilizados, el tipo de hilo…) Cuando se creó el Estado de Israel, en 1948, la mayoría de estas aldeas fueron destruidas, abandonadas u ocupadas, y los supervivientes fueron realojados en campos de refugiados, en Cisjordania o Gaza. El bordado palestino experimentó una enorme transformación, homogeneizándose: los motivos se combinaron, los colores se mezclaron, las puntadas se hacían al unísono en un único emblema: la bandera palestina con sus colores rojo, negro, blanco y verde. Allí donde está prohibido que ondee, aparecen bordadas sandías, que tienen esa misma tetralogía cromática.

El bordado palestino experimentó una enorme transformación después de la creación del Estado de Israel

Hay túnicas inconsútiles (sin costuras, como la de Jesús), chales de bodas con más de cincuenta motivos geométricos (como el bawan bagh, de India), textiles tradicionales con más de doscientos motivos bordados (la kuba, de la República Democrática del Congo), telas bordadas para fajar durante la circuncisión y que sirven al tiempo para sujetar la Torá (el winpel) y hasta hubo telares para pendones sindicales (como los de Tutill). También colchas funerarias, que acompañaban al último miembro de la familia.

Por cierto, camino al cadalso, condenada por conspirar con Isabel I, María Estuardo lució enaguas y corpiño –bordados, claro– encarnados, color del martirio católico, como la fe que profesaba.


Este texto está construido a partir del libro ‘Hilos de vida’ (Capitan Swing), de Clare Hunter.

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