El poder de la aceptación
Cuando ante acontecimientos vitales impactantes huimos o evitamos los sentimientos desagradables como la tristeza, la ira o la frustración, estaremos frenando el camino hacia la aceptación y contribuyendo a perpetuar el malestar.
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Decía Carl Jung que lo que negamos nos somete y lo que afirmamos nos transforma. Y añadía: «Aquello a lo que te resistes, persiste». El psicoanalista se estaba refiriendo, fundamentalmente, a situaciones dolorosas, que en muchas ocasiones preferimos pasar de puntillas, evitar o negar. Y es que, ante un sufrimiento intenso o un revés impetuoso de la vida, podemos optar por distintos mecanismos de defensa que, si en un primer momento parecen evitar el malestar, a largo plazo tendrán consecuencias más devastadoras.
La evasión o la huida no harán desaparecer una realidad indeseable, pues necesitamos atravesarla, dejar reposar los sentimientos que provoquen para poder ir asentándolos. Esa sería la senda a seguir ante la experiencia adversa: quedarnos con lo sustancial, desechar lo innecesario y reconfigurar nuestro estado. Estaríamos hablando, fundamentalmente, de un proceso de aceptación. De lo contrario, optar por la negación solo contribuiría a incrementar el malestar.
No obstante, y aunque el sufrimiento se considere un potencial motor de aprendizaje, no quiere decir que siempre conlleve un crecimiento o algún beneficio asociado. Muchas veces provoca destrucción, desesperanza, apatía o descontrol. Sin embargo, en algún momento es necesario extraer lo que consideremos oportuno, incorporarlo en nuestro bagaje de la manera más conveniente y continuar. No consiste en resignarse –dejar pasar los acontecimientos, instalarse en el conformismo o la queja y esperar que las situaciones se solucionen ‘por sí solas’–, tampoco en batallar contra los sentimientos de tristeza, ira o frustración –naturales como seres humanos que somos–, sino en tener una visión clara de lo que ocurre para que, una vez reposados los sentimientos más desagradables –ira, tristeza, decepción, frustración–, estemos en disposición de desarrollar una actitud proactiva y ponernos en marcha. Depositar nuestra energía en luchar contra los sentimientos que no queremos experimentar nos puede llevar a que se incrementen aún más.
Depositar nuestra energía en luchar contra sentimientos no deseados solo los incrementa
En general, la psicología nos dice que, ante vivencias hostiles, atravesamos cinco etapas: la negación, en la que no asumimos la existencia de realidades complicadas –o la importancia de lo que está sucediendo–; la ira, en la que nos enfadamos porque, aunque lo intentamos, no logramos entender lo que sucede; la negociación, donde conservamos la esperanza de que las cosas vuelvan a ser como antes pese a que la realidad objetiva nos muestre que no es posible; la tristeza, donde comenzamos a asumir de forma definitiva lo sucedido y a conocernos mejor; y, finalmente, la aceptación, que culminaría el proceso. Estas etapas no tienen la misma duración en todas las personas, y pueden aparecer entremezcladas dependiendo de distintas circunstancias, pero es necesario no quedarse en la superficie y atravesar el sentir de un proceso doloroso de la forma que sea.
La frase de Jung también apela a lo que ocurre en nuestro interior, independientemente de las situaciones externas. En muchas ocasiones, negamos realidades que nos conciernen –atributos propios que nos impiden avanzar–, y si las vemos y no nos hacemos cargo de ellas tampoco podremos cambiarlas. Solemos huir de aquellas características de nuestra propia personalidad que consideramos negativas. En este sentido, también la aceptación deriva en un motor de transformación. ¿Qué podemos cambiar y qué no? ¿Qué puedo ganar y qué puedo perder intentándolo? ¿Quiero hacerlo o prefiero resignarme e ignorarlo? Conocer nuestras fortalezas y debilidades no siempre será sencillo, pero sí nos proporcionará satisfacción a largo plazo. Algunas herramientas derivadas de la terapia psicológica pueden ayudarnos en el camino.
Solemos huir de aquellas características de nuestra propia personalidad que consideramos negativas
Plantearse todas estas cuestiones no resulta banal. Cuando no tomamos conciencia de lo que está bullendo en nuestro interior y evitamos ponerle nombre, los sentimientos pueden bloquearse, desbordarse o cavar un hoyo tan profundo que terminemos confundiéndonos con él. Podemos dañarnos mucho y dañar a quienes tenemos alrededor si no sabemos canalizar nuestra energía. Por eso, emprender el camino de la aceptación fomenta nuestro bienestar, nos permite afrontar las situaciones de forma más saludable, mejorar nuestra capacidad de adaptación y fortalecernos. Y también nos lleva a tener unas relaciones más equilibradas y satisfactorias en las que la empatía, la comprensión y la comunicación abierta se conviertan en pilares fundamentales.
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