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Sociedad

Las filósofas de los cuidados

Autoras como Carol Gilligan, Joan Tronto o Victoria Camps apelan a incluir como asunto público las tareas necesarias para el desarrollo de la vida y a replantearnos cómo organizarnos en ese sentido, tanto individual como colectivamente.

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10
abril
2025

«El cuidado es el conjunto de actividades y el uso de recursos para lograr que la vida de cada persona esté basada en la vigencia de los derechos humanos. Prioritariamente, el derecho a la vida en primera persona», explica la antropóloga Marcela Lagarde. En otras palabras, podríamos definir los cuidados como la atención de las necesidades de otras personas con las que tomamos una responsabilidad.

Lagarde, entre otras muchas teóricas feministas, también habla de algo consabido: esta tarea la llevan a cabo fundamentalmente las mujeres, como todas las vinculadas con el ámbito reproductivo y, al igual que todas ellas, está desprovista de reconocimiento social y monetario. Silvia Federici lo explica de forma precisa: «El trabajo doméstico fue transformado en un atributo natural en vez de ser reconocido como trabajo ya que estaba destinado a no ser remunerado». En los casos en que se realiza a cambio de un salario, este trabajo lo llevan a cabo principalmente mujeres en condiciones de vulnerabilidad, y su escasa retribución económica reafirma la poca valoración que se le otorga.

La psicóloga y filósofa Carol Gilligan inauguró, alrededor de 1980, el discurso sobre la filosofía de los cuidados

Pese a que los feminismos han logrado avances en distintos ámbitos, la feminización de los cuidados supone la perpetuación de la desigualdad y trabas al desarrollo pleno de todas las vidas por igual, sobre todo si hablamos de la esfera de la vida cotidiana –sostener la crianza, las enfermedades, las compras, la limpieza, la organización del hogar–. Por ello, en las últimas décadas ha aparecido en el debate público un concepto que cuestiona el funcionamiento mismo del engranaje de los cuidados, desmitifica la idea de que las mujeres cuidan mejor por naturaleza y aboga por una redistribución de esta labor entre las personas de una comunidad, también del propio Estado. Fue la psicóloga y filósofa Carol Gilligan la que inauguró, alrededor de 1980, el discurso sobre la filosofía de los cuidados, con la idea de desmontar el modelo jerárquico y el binarismo de género inherente al patriarcado. La autora critica la idea neoliberal de la autonomía del individuo y de la vulnerabilidad como defecto, y hace hincapié en la responsabilidad propia con respecto a las demás personas y la preocupación por la ayuda que podemos ofrecer desde nuestra posición. Es decir, el mundo consistiría en una red de relaciones interpersonales que engloban ese «yo». Lo que Gilligan propone es que los cuidados, tanto de la infancia, como de personas mayores o con discapacidad, pasen a ser un asunto público.

Camps asegura que la dignidad de la dependencia nunca se ha mostrado como un proyecto político valioso

«La ética del cuidado exige que nos veamos a nosotros mismos, nuestras relaciones con los demás y con la naturaleza en general desde una perspectiva nueva. No contraria a la que ha sido prevalente por lo menos desde la modernidad, sino tendente a atacar todas aquellas disfunciones que han puesto a la dominación y a la depredación por delante de la cooperación y la reciprocidad», explica Victoria Camps en su libro Tiempo de cuidados (Arpa, 2021). Camps asegura que la dignidad de la dependencia nunca se ha mostrado en el liberalismo como un proyecto político valioso. Algo similar expone Joan Tronto, profesora de Ciencias Políticas, quien introduce el vínculo entre cuidados y democracia: «Una vez que reconocemos el alcance del cuidado como parte de la vida humana, resulta imposible pensar políticamente la libertad, la igualdad y la justicia para todos a menos que también tengamos en cuenta todos los tipos de acciones cuidadoras. Desde el cuidado íntimo de nuestros parientes hasta la recogida de residuos. Perseguir la democracia y, al mismo tiempo, tomarse en serio la importancia del cuidado en toda la vida humana, requiere un replanteamiento fundamental de las cuestiones sobre cómo organizamos nuestras vidas, tanto individual como colectivamente. La teoría democrática aún no ha terminado su trabajo si se espera que cada uno trabaje y sea ciudadano, pero a costa de dejar a algunas personas con deberes de cuidado desproporcionados», apunta en este artículo. La atención, la responsabilidad, la competencia y la capacidad de respuesta serían las cuatro actitudes necesarias  para ejercer la labor de velar por el sostenimiento de la vida de forma óptima. La autora apela a la democratización de los cuidados, a llevar a cabo una escucha activa de todas las personas para reducir la desigualdad.

Más allá de la consideración teórica, lo que viene a poner de manifiesto esta filosofía de los cuidados no es otra cosa que la importancia de preservar los cuerpos, en un sentido holístico. Los cuerpos vulnerables precisan cuidados, pero también los que se encargan de facilitarlos necesitan soltar el peso de una tarea continuada y desgastante. No se trata únicamente de aplicar la extendida frase de «cuidar a quien cuida», sino de crear las condiciones para una redistribución del tiempo y de las tareas. De poner la vida, todas las vidas por igual, en primer plano, y sostenerlas, sostenernos, de la forma más justa posible.

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