El origen del mal
Según Kant, «el mal está determinado ontogénicamente», lo que viene a significar que es parte de la naturaleza humana, una idea que parece una readaptación de la visión luterana del ser humano como intrínsecamente perverso.
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El problema del mal ha sido debatido por la filosofía desde tiempos muy remotos, siendo un asunto particularmente importante en el ámbito de la escolástica y la teología cristiana. En tal cosmovisión, el diablo, también conocido como Satanás o el adversario, es el enemigo del camino recto, un antiguo servidor de Dios que acabó por rebelarse. Lucifer, de alguna manera, fue víctima de su hybris o ambición desmedida, y, como tantos otros, cayó desde lo alto al sobreestimar su poder y autoridad. Este fenómeno, el de la hybris o la ambición desmesurada, está más que presente en la mitología y pensamiento de la Grecia Antigua, aunque también podemos corroborarlo en la actualidad, sin ir más lejos entre grandes figuras del espectáculo o la política (pensemos en el caso reciente del rapero P. Diddy).
Como es natural, esta pregunta por el mal concierne principalmente a la filosofía moral o a la ética. Hay una interrogación que prevalece sobre las demás: ¿de dónde proviene el mal?
La teología protestante hace particular hincapié en el mal radical del ser humano: este es considerado un animal malvado por naturaleza, intrínsecamente perverso. El catolicismo, por su parte, permite el perdón de los pecados por vía de la confesión, cosa que el protestantismo erradica. El protestante no puede recurrir a un confesor para purificar su alma de toda transgresión previa, de ahí que el sentimiento de culpa cobre un mayor protagonismo en el seno de las culturas protestantes.
Si hablamos del pecado, este sería fruto de la debilidad humana. Su fuente sería la animalidad del individuo (lo que la ciencia del siglo XX vino a llamar «cerebro reptiliano»). Son las pulsiones instintivas aquellas que representan la fuente de todo mal: el egoísmo, la lubricidad, el deseo de riquezas y honores. Es por esto por lo que el diablo es representado con pezuñas, a modo de un macho cabrío, adaptando la figura pagana del sátiro o el sileno antiguo como encarnación del mal. El elemento moral representa, en el cristianismo, la noción del bien implantada por Dios en la mente humana. El bien sería un valor absoluto e inalienable, igual a sí mismo en todo momento y lugar. Sin embargo, este tipo de interpretaciones fueron más adelante decayendo, viéndose erosionadas por nuevas hipótesis más materialistas que acabaron por dominar el discurso colectivo.
Son las pulsiones instintivas aquellas que representan la fuente de todo mal
El idealismo también cuenta con su propia interpretación a propósito de los orígenes del mal. Según Kant, «el mal está determinado ontogénicamente», lo que viene a significar que es parte de la naturaleza humana, una idea que parece una readaptación de la visión luterana del ser humano como intrínsecamente perverso. En Hegel, en cambio, «el mal no es otra cosa que la inadecuación del ser al deber ser». En Hegel el mal consiste en no ajustarse al principio racional, puesto que el «deber ser» es encarnado por la racionalidad. A su vez, en su caso, esa racionalidad se ajustaría al principio divino, de Dios. El camino del espíritu absoluto sería el camino de la racionalidad.
Ya avanzado el siglo XIX, empieza a concebirse el bien como fruto de un acuerdo inconsciente entre muchas personas, es decir, que la conducta moral se ajustaría a los valores de una comunidad dada: representaría una serie de reglas que beneficiarían a la sociedad como un todo. Por ello, cada sociedad, cultura o nación contaría con su propia ética o valores morales. Con la llamada «muerte de Dios», el bien (y la carencia de este, el mal) serían puramente el fruto de interacciones humanas. Cada sociedad contaría con una serie de relaciones económicas, sentimentales, personales, que darían como resultado una moral consolidada. El mal concreto de cada sociedad consistiría, siguiendo este modelo, en la negación y transgresión de los referidos valores, que variarían en el caso de cada colectivo consolidado. De aquí surge el relativismo cultural y la idea de que cada cultura cuenta con una cosmovisión particular, no universal.
Con la llamada «muerte de Dios», el bien y el mal serían fruto de interacciones humanas
En este sentido, el psicópata sería aquel que no sabe ni quiere regirse por el ideal colectivo, puesto que carece de empatía y sentimientos de culpa. De alguna manera, el psicópata encarnaría el mal radical, como transgresor impune de la ley moral. Como establece Dostoievski en su clásico Crimen y castigo, el sujeto normal se ve abrumado por la culpa una vez comete el pecado capital, puesto que está integrado en una comunidad, la cual establece los patrones morales a seguir. No ocurre lo mismo en caso del psicópata, el cual, de alguna manera, es creador de su propia ley moral, al modo del superhombre nietzscheano. De este modo, podemos preguntarnos si el psicópata es malo intrínsecamente o, sencillamente, lo es por contravenir los intereses del colectivo.
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