Pensamiento

Tonto el que todo lo sepa

Fardar de saberlo todo es un indudable indicador de un estado de ignorancia asumido con agrado y ánimo esperpéntico. Tan solo la duda y la aceptación de que nuestro saber, por vasto que sea, siempre será precario es capaz de impulsar la reflexión y el aprendizaje.

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05
septiembre
2024

En una de las miles de cartas que escribió Miguel de Unamuno aparece una frase que, de tanto usarla, se ha convertido en célebre: «Lo sabe todo, absolutamente todo, figúrese lo tonto que será».

El chascarrillo del filósofo bilbaíno recuerda una verdad esencial: fingir saberlo todo es una manera descarada, cuando no vulgar, de declararse estúpido.

Incertidumbre, conocimiento y fabulación

Los seres humanos tenemos un bajo grado de tolerancia de la incertidumbre. Nos exaspera ser incapaces de determinar el desenlace de un proceso. Necesitamos ser capaces de actuar en consecuencia de la realidad que nos rodea. Esta necesidad tiene su fundamento en dos pilares. Por una parte, en la manera en que nuestros cerebros se estructuran a nivel neuronal. Por otro lado, en la esencia de la naturaleza humana: somos seres creadores, necesitamos actuar, obrar, ante las circunstancias.

La primera función tiene que ver con el carácter asociativo de la red neuronal que se produce desde el desarrollo de las primeras conexiones neuronales durante la gestación. Los primeros años de vida del niño permiten desarrollar tanto la mielinización de las células nerviosas como una amplia riqueza de interconexiones, que permite que la señal electroquímica no se disipe con facilidad. Algunas neuronas llegan a ser únicas, como sucede en la médula espinal, y tienen difícil sustitución. Pero también sucede un fenómeno clave, el desarrollo de determinadas áreas del cerebro, como la corteza visual, la corteza prefrontal y el cerebelo. Por ejemplo, es bien conocida en neurología la relación entre las neuronas motoras y las encargadas de optimizar nuestra capacidad de memoria y asociación de ideas a través de la región lateral de la corteza prefrontal. Es decir, al movernos también estimulamos nuestras capacidades intelectuales. También se debe a este motivo que durante la infancia la imaginación cumple un rol esencial: los niños suelen ser más imaginativos que los adultos debido a la mayor actividad asociativa de las neuronas.

Uniendo ambos procesos, el neuronal y el epistémico, necesitamos contarnos una historia sobre la vida

Además, los humanos tenemos un elevado sentido de la verdad. Necesitamos descubrir o, al menos, interpretar, la naturaleza de las cosas. El mundo se presenta ante los ojos de cada persona como un misterio que debe ser desvelado. Lo que no todas las personas llegan a descubrir es que la realidad de las cosas, si no la piensa uno mismo y la descubre con el esfuerzo de su reflexión, se la van a contar y la va a asumir axiomáticamente. Porque, uniendo ambos procesos, el neuronal y el epistémico, necesitamos contarnos una historia sobre la vida, la existencia y cuanto sucede a nuestro alrededor. Y como nuestros cerebros no toleran bien la incertidumbre inventaremos soluciones sin fundamento lógico para rellenar los huecos narrativos que le faltan a nuestro cuento sobre la realidad. En el universo, la tendencia macroscópica es a que los procesos tiendan a la menor energía posible. Nuestros cuerpos no son una excepción, y mantener una mayor actividad en la corteza prefrontal (es decir, una actitud racional, lógica, reflexiva) requiere un estrés energético mayor que en otras áreas. Preferimos, por tanto, dejarnos abrazar por los sentimientos antes que analizar cada detalle a través de la lupa de la lógica. Nos es más útil también responder con agresividad (hipotálamo) ante un problema que buscar otras soluciones intermedias. El conocimiento requiere un esfuerzo que no todos los individuos están predispuestos genéticamente a dedicar en el mismo grado ni con idéntica frecuencia.

La omnisciencia es imposible (siendo humano)

Así llegamos a la raíz de la cuestión. La realidad posee una complejidad inasumible para el ser humano. No podemos conocer cada cosa ni mediante el esfuerzo único de nuestro intelecto ni tampoco a través de la acumulación colectiva de conocimiento. Por tanto, aprender a aceptar la incertidumbre y la evidente limitación del saber es clave para dirigir nuestra voluntad hacia el pensamiento, el estudio y el aprendizaje constante, desde saberes trascendentes hasta las cuestiones más mundanas.

El saber, aunque se enseñe, es muy probable que sea incorrecto o permanezca incompleto

En nuestra era digital de la información hay otro riesgo añadido que ya existió hace dos mil años en todas las grandes civilizaciones: la sofística. La sofística entendida con un fin positivo, el de una sociedad preñada de especialistas que han aprendido con holgura en sus respectivos ámbitos. La sofística, en sí misma, no tiene nada de perverso, salvo que se produzca un escenario: que el experto en un campo haya perdido el imprescindible carácter humilde que se requiere para reflexionar, discernir y producir genuino conocimiento. Mezclar datos e ideas sin un fundamento mayor que los límites de coherencia del lenguaje y la lógica produce monstruos dialécticos que conllevan consecuencias falaces, premisas equivocadas y confusión. Contra la sofística convertida en una actitud perversa se opuso Sócrates, quien impulsó el pensamiento individual frente a las creencias de los supuestos sabios, poniendo en duda la verdad que escondían sus palabras. Esa ha sido siempre y sigue siendo la tarea de la filosofía: generar verdadero conocimiento a través del meticuloso análisis de la realidad, cuestionando el grado de falsedad, más bien de especulación, que poseen los saberes que imaginamos que son ciertos. La teoría de los cuatro humores de Alcmeón, a la que la posterior figura de Hipócrates otorgó sentido de autoridad, fue creída como verdadera por infinidad de médicos durante dos milenios hasta 1858, cuando la medicina moderna la refutó definitivamente.

Este es un ejemplo entre miles posibles de que el saber, aunque se enseñe, es muy probable que sea incorrecto o permanezca incompleto. Aprender el supuesto conocimiento aceptado sin renunciar a un esfuerzo propio reflexivo nos va a permitir contribuir a su ampliación y esquivar la credulidad desde la verdadera inteligencia, la que distingue, piensa, percibe y es imposible de imitar desde sucedáneos de silicio.

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