Economía
«Los economistas son humanistas, necesitan muy pocas matemáticas»
El profesor e impulsor de la Economía del Bien Común, Christian Felber, aboga por cambiar los indicadores económicos tradicionales.
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Defendido por unos y criticado por otros, Christian Felber (Salzburgo, 1972) es uno de los grandes impulsores de la conocida como Economía del Bien Común, que apuesta por establecer unos nuevos indicadores económicos basados en la justicia social y el medio ambiente más allá del PIB. Con él nos sentamos a hablar del papel que juegan la ética, las políticas estatales y los consumidores en una transformación social (y económica) necesaria.
En tu libro Por un comercio mundial ético defiendes que la batalla dialéctica no se juega ni se divide entre libre mercado y proteccionismo, sino entre el comercio ético y no ético.
A pesar de que uno de los dos extremos suene muy hermoso (libre comercio) y el otro muy feo (proteccionismo), ambos son extremos igual de absurdos y opuestos. El libre comercio es el disfraz para abrirse al máximo, no importa si se respetan los derechos humanos o no, o si se intenta frenar el cambio climático o no. Mientras, el proteccionismo pide cerrarse al máximo sin importar a qué nos estamos cerrando. Ambos tienen objetivos equivocados, porque abrir el mercado no es un fin en sí mismo y cerrarlo tampoco. El grado de apertura tiene siempre como objetivo otros valores más importantes, y eso es precisamente de lo que se trata: queremos garantizar el cumplimiento de los derechos humanos, queremos frenar el cambio climático, queremos que se distribuya justamente la riqueza y ayudar a la cohesión social. En unos casos, la solución para llegar a conseguirlo es un mercado un poco más abierto y, en otras, uno un poco más cerrado.
En el plano internacional, nos encontramos con acuerdos como el TTIP, que está en vía muerta. En un momento en el que emergen nacionalismos económicos como el de Trump, ¿qué papel han jugado y van a jugar los tratados de libre comercio?
Esos supuestos tratados de libre comercio son en realidad tratados de comercio forzado. De hecho, consideran el comercio un fin en vez de un medio, por lo que creo que la denominación correcta sería comercialismo o mercantilismo. Este tipo de acuerdos siguen denunciándose, y la Unión Europea ahora está investigando cuarenta tratados de este tipo. Proteccionismo es un término absurdo porque quiere decir que proteger es el fin, y se puede proteger la economía no por la voluntad de hacerlo, sino para conseguir otros objetivos: proteger el clima, los derechos, la democracia… No es que Trump esté enamorado del proteccionismo porque sí, sino que lo utiliza para obtener un objetivo: un balance comercial equilibrado. Si Alemania ahora introdujera medidas para proteger su mercado interior, sería una medida nacionalista, porque Alemania tiene un enorme superávit comercial y sería absurdo. En cambio, EEUU tiene un déficit enorme, y eso es siempre negativo y dañino. Es legítimo que quieran reducir el déficit porque, si no lo hacen, eso tarde o temprano lleva a la bancarrota del Estado. Los países no pueden endeudarse hasta el infinito y, si no pueden ayudarse en su propia moneda, tienen que depender de moneda extranjera, y eso lleva a que a partir de cierto punto no serán capaces de pagar su deuda al tener déficit comercial y falta de divisas. America first es solo un eslogan, Alemania first es un hecho.
Vivimos en un mundo en el que se han roto la mayoría de fronteras económicas y financieras. ¿Es necesario avanzar hacia una «gobernanza global»?
«La libertad es una gemela inseparable de la ética. Sin la ética, la libertad se convierte en algo suicida»
Estamos tan trasnochados con la ciencia económica y su discurso ideológico que no nos damos cuenta de que estamos teniendo ya una gobernanza global. Existen decisiones políticas comunes y acuerdos de derecho internacional sobre la libre circulación de capitales y el libre comercio, pero sin correspondencia en términos de derechos humanos o clima. Esto sucede porque son reglas vinculantes y que, si se incumplieran, darían lugar a quejas en los tribunales. Es decir, tenemos una gobernanza global, pero para unos motivos equivocados: para la circulación de capitales, para la protección de la propiedad de las empresas transnacionales… Eso ya es gobernanza global, el problema es que no existe para otros fines como el clima, la cohesión social o la diversidad cultural. Esto es necesario, y precisa de una fusión de controles y supervisión de instituciones. En resumen, la gobernanza global es posible y ya existe para la conversión de medios en fines, pero no para la protección de esos fines.
¿En qué consistiría esa gobernanza global?
Lo único aceptable en el derecho internacional es derecho puro, vinculante y demandable. La diferencia entre derecho internacional duro y blando no es la obligatoriedad, porque todo es obligatorio: los derechos humanos son vinculantes, pero no son demandables. Sí hay tribunales para las empresas, para proteger el libre comercio, la libre circulación de capitales o su propiedad. Es decir, tenemos gobernanza global para la existencia de un derecho económico demandable, pero para los fines equivocados. ¿Por qué no son demandables? ¿Quién puede demandar si un país no está cumpliendo con sus promesas sobre derechos humanos mientras que sí se puede poner una queja legal si un gobierno expropia una empresa? En una economía globalizada, la gobernanza global es la precondición de los mercados libres y del comercio internacional. Primero tiene que haber controles y supervisión, y después podemos permitir el comercio transfronterizo. Para eso tenemos que pedir a las empresas que presenten un balance del bien común, y solo si lo hacen, deberían tener acceso al mercado libre. Y en función de ese balance ético, pagar más o menos. Eso es una gobernanza global coherente en un sentido razonable, donde los valores que están en las constituciones de los países democráticos también están defendidos, fomentados y protegidos en el derecho internacional.
En una de tus múltiples conferencias sobre el poder del consumidor, hacías hincapié en no centrar el discurso en el consumidor responsable, sino en ciudadanos, empresas y Gobiernos responsables. ¿Cómo impulsar a nivel individual un cambio en los patrones de consumo en un momento en que el ciudadano desconfía más que nunca en las grandes corporaciones y en los políticos?
Desconfiamos de las empresas que siempre cuentan que son buenos referentes éticos porque no se puede probar si es cierto o no. Por eso pedimos que, igual que existen normas de tráfico y para el resto de ámbitos de la vida, también exista una metodología legal para realizar el balance ético de las empresas. Es necesario que este balance incluya toda la información relevante de suministros de todos los índices importantes, no solo referidos a sostenibilidad, sino a igualdad, justicia, democracia… Y que sea revisado por un auditor del bien común, que sea transparente y accesible para los consumidores. Actualmente existe una perversión del sistema por el que las empresas menos responsables están teniendo una ventaja competitiva en el mercado por tener costes menores. Eso se tiene que corregir hasta que las empresas más sostenibles y éticas puedan ofrecer sus productos a un precio más bajo a los consumidores, en igualdad de condiciones con el resto. Solo entonces podremos hablar de un mercado social, ecológico y ético y de libertad. La libertad es una gemela inseparable de la ética. Sin la ética, la libertad se convierte en algo suicida.
¿Cómo introducir estos nuevos postulados económicos y sociales en el currículum académico de las escuelas de negocio?
Gracias a la autorreflexión de la comunidad científica económica y al reconocimiento de que estamos en un callejón sin salida. Hace falta ser transparentes sobre los valores que se quieren fomentar y los que no. Necesitamos una reflexión teórica y metodológica, incluir enfoques como la ética, la economía del bien común y otras alternativas en la enseñanza y escuchar al resto de la sociedad, qué espera y qué demanda. La ciencia económica tiene una dinámica propia y es ejemplo de una ciencia que se está independizando de la sociedad. Se necesita una economía realista, conectada con la vida y sus valores. Olvidémonos de las matemáticas: quien quiera estudiarlas, que las estudie, pero los economistas son humanistas y necesitan muy pocas matemáticas. Si no corregimos eso, el control de la sociedad será nulo, porque esa economía tan matematizada nadie la puede entender ni corregir. Eso supone un peligro enorme.
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