¿Por qué ya no soportamos el dolor?
Cada día aumenta el consumo y abuso de medicamentos, con o sin receta. ¿Ha olvidado la sociedad actual que el dolor es parte inevitable de la vida?
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David Le Breton, sociólogo francés, publicó en 1995 su ensayo Antropología del dolor para analizar la influencia histórica y sociocultural en la percepción del dolor que tenemos los seres humanos. Porque el dolor siempre ha existido, bien sea físico o emocional, pero las personas hemos evolucionado en la manera de experimentarlo. Le Breton asegura que «el progreso en el campo de los fármacos contra el dolor ha transformado la experiencia humana de este».
Sin duda, la farmacología ha avanzado, y lo sigue haciendo, a pasos agigantados en lo que llevamos de siglo, y ante la existencia de medicinas sumamente eficaces que logran que muchas personas puedan eliminar o minimizar el dolor, hemos pasado a pensar que no tiene ningún sentido sufrir. Esto, según el sociólogo francés, ha provocado que las defensas de tipo sociológico o cultural que antes teníamos contra el dolor hayan desaparecido y nuestra tolerancia ante él se haya reducido a mínimos peligrosos.
Son numerosos los estudios que advierten del exponencial incremento en el consumo de medicamentos en los últimos años, especialmente tras la pandemia por COVID-19. Algunos, incluso, señalan que el número de personas adictas a los medicamentos legales ya supera al de aquellas adictas a drogas ilegales como la heroína. Por otra parte, el uso excesivo e indebido de medicamentos recetados, así como la adquisición de otros sin receta, también están creciendo en porcentajes alarmantes. Si nos fijamos en la clara tendencia a la inversión de la pirámide poblacional en los últimos años, podríamos pensar que este incremento del mal uso de medicamentos se debe al paulatino envejecimiento de la población y el consecuente tratamiento de enfermedades crónicas. Sin embargo, existen otras causas.
Le Breton habla de una ruptura con barreras sociológicas o culturales en la que se basa la mínima tolerancia actual al dolor de gran parte de la población. Si partimos de esa idea, comprenderemos que hemos dejado de asimilar el dolor como una parte inevitable de nuestras vidas, una noción natural que los antiguos estoicos tenían bien clara.
Hemos dejado de asimilar el dolor como una parte inevitable de nuestras vidas
El estoicismo fue una escuela filosófica fundada en la Atenas del siglo II a.C. por el fenicio Zenón de Citio, basada en la máxima de que, si bien no podemos controlar lo que sucede a nuestro alrededor, sí podemos controlar la manera en que lo pensamos. Desde esta perspectiva, propugnaban la aceptación del dolor sin extrema resistencia, ya que esto nos llevaría a aumentar un sufrimiento gratuito. En esa misma línea, el filósofo Montaigne dejó escrito en sus Ensayos, con respecto al dolor, que «nos corresponde, si no aniquilarlo, al menos atenuarlo con paciencia».
Pero es evidente que ni Montaigne ni los estoicos se sentían oprimidos por un ritmo vital vertiginoso, unas excesivas jornadas laborales y una extrema necesidad de elevar el rendimiento en todos los ámbitos vitales, un contexto en el que de difícil manera se puede otorgar la tan deseada paciencia. Y es que estas son las principales causas de que, en la actualidad, el consumo de medicamentos, especialmente analgésicos, opiáceos, sedantes, estimulantes y ansiolíticos, esté creciendo de manera alarmante. Usamos estimulantes para aumentar el rendimiento laboral o académico, sedantes para reducir el estrés y la ansiedad, psicotrópicos para contrarrestar las alteraciones del sueño, y un largo etcétera de fármacos cuyo consumo está orientado a paliar los dolores y sufrimientos que nos provoca un modo de vida frenético.
El problema se agrava cuando, además, se comienza a abusar de estos y de otros medicamentos. Existe una tendencia clara a ignorar los riesgos adictivos de los fármacos, simplemente por la seguridad que proporciona el que sean recetados por profesionales de la salud. A partir de ahí, comienzan a utilizarse de manera distinta a como fueron prescritos, aumentando su dosis, combinándolos con otros y continuando con su consumo incluso una vez ha desaparecido la dolencia a que estaban destinados. Más aún: la venta de fármacos sin receta crece a un ritmo imparable. Se pasa de combatir el dolor a intentar evitar siquiera su aparición, sin percibir que se está abriendo la puerta a nuevos dolores.
El consumo de analgésicos con base opiácea ha crecido un 50% en la última década
Analgésicos tan habituales como el paracetamol o el ibuprofeno son consumidos de manera abusiva por gran parte de la población, que ignora que sus tomas excesivas y prolongadas pueden derivar en hemorragias digestivas, fallos renales, crisis agudas de hipertensión o insuficiencias cardíacas. Si, en vez de estos analgésicos de uso tan extendido, hablamos de aquellos de base opiácea con un elevado riesgo de adicción, el problema se agrava. A nivel global, su consumo ha crecido un 50% en la última década.
Sin duda, el avance de la medicina es imprescindible para lograr un cuerpo social física y psíquicamente sano, pero nunca podrá remediar los problemas que originan los males que atiende. Problemas, muchos de ellos, que nos incumbe remediar a cada una de las personas que conformamos la sociedad.
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