Sociedad

El espejo roto

La mente humana es un espejo frágil que refleja la complejidad del mundo, pero que también puede quebrarse ante la intensidad de las emociones, el peso del pasado o la incertidumbre del futuro.

Pintura

René Magritte
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07
noviembre
2024

Pintura

René Magritte

El cristal se resquebraja en silencio. A veces, un golpe seco y certero lo parte en dos. Otras, una sucesión de pequeños impactos, casi imperceptibles, van tejiendo una red de fisuras invisibles hasta que, un día, la estructura cede ante el peso de la más mínima presión. Así es la mente humana: un espejo frágil que refleja la complejidad del mundo, pero que también puede quebrarse ante la intensidad de las emociones, el peso del pasado o la incertidumbre del futuro.

Imagina una habitación a oscuras, donde la única luz proviene de una linterna que tiembla en tus manos. El haz de luz se proyecta sobre las paredes, creando sombras grotescas que danzan y se transforman con cada pequeño movimiento. Esas sombras son tus propios pensamientos, tus miedos, tus inseguridades, amplificados por la oscuridad y la inestabilidad de la luz. Encerrado en esa habitación, te sientes perdido en un laberinto de emociones, sin saber cómo escapar de la trampa de tu propia mente.

Esa trampa se manifiesta a diario, en la tiranía del «debería». Debería ser más productivo, debería ser más sociable, debería ser más feliz. La mente se convierte en un juez implacable que nos condena por cada imperfección, por cada fallo, por cada momento de debilidad. Nos comparamos con los demás, con esa imagen idealizada que proyectan en las redes sociales, y nos sentimos inadecuados, insuficientes, defectuosos. La fragilidad se convierte en una carga, en una fuente de vergüenza y culpa. En las relaciones personales, el «debería» se disfraza de consejero bienintencionado. «Deberías ser más sociable», «deberías tener más amigos», «deberías encontrar una pareja». Nos impone un modelo de felicidad preestablecido, nos hace dudar de nuestras elecciones, nos aleja de la autenticidad.

Incluso en nuestros momentos de intimidad, el «debería» se cuela en nuestros pensamientos. «Deberías ser más atractivo», «deberías sentir más placer», «deberías ser más desinhibido». Nos roba la espontaneidad, nos impide disfrutar plenamente de nuestros cuerpos, nos aleja del verdadero deseo.

Freud, con su mapa del inconsciente, nos mostró el poder de esas voces internalizadas, de esos mandatos paternales que se graban a fuego en la psique. El «superyó», ese juez interior que nos observa y nos censura, es el heredero de esas figuras de autoridad, el guardián de la moral y las buenas costumbres.

Nos aferramos al pasado, a esos recuerdos que nos atormentan como fantasmas, o nos proyectamos hacia un futuro incierto, lleno de amenazas y peligros. El presente se diluye, se convierte en un espacio transitorio entre el dolor del ayer y la angustia del mañana. La mente, incapaz de anclarse en el aquí y ahora, se pierde en un laberinto de pensamientos circulares, de obsesiones y preocupaciones que nos roban la paz y la serenidad.

Sartre hablaba de la angustia como la náusea que nos invade al enfrentarnos a la libertad absoluta, a la posibilidad de elegir sin tener un camino predefinido. Es el vértigo que sentimos al asomarnos al abismo de lo desconocido, sintiendo el peso de la responsabilidad sobre nuestros hombros. Y es en ese vértigo, en esa sensación de desamparo, donde la mente se vuelve vulnerable, buscando refugio en la repetición, en la seguridad ilusoria de lo conocido.

Sartre hablaba de la angustia como la náusea que nos invade al enfrentarnos a la libertad absoluta, a la posibilidad de elegir sin tener un camino predefinido

En lugar del eterno retorno de Nietzsche, pensemos en la caverna de Platón. Las sombras que se proyectan en la pared representan las apariencias, las ilusiones que nos mantienen encadenados a una realidad limitada. La fragilidad mental nos impide liberarnos de esas cadenas, nos impide salir de la caverna y contemplar la luz del conocimiento, la verdad que se esconde detrás de las apariencias.

La poesía de Keats, con su sensibilidad romántica y su exploración del dolor, nos ofrece una visión profunda de la fragilidad humana. En su «Oda a un ruiseñor», el canto del ave se convierte en un símbolo de la belleza y la alegría, pero también en un recordatorio doloroso de la fugacidad de la felicidad, de la inevitable decadencia que acecha a toda forma de vida.

En la literatura, encontramos innumerables ejemplos de personajes que luchan contra la fragilidad de su mente. Desde Hamlet, atormentado por la duda y la indecisión, hasta Anna Karenina, consumida por la pasión y la desesperación, la literatura nos ofrece un espejo en el que podemos ver reflejadas nuestras propias luchas internas.

La literatura nos ofrece un espejo en el que podemos ver reflejadas nuestras propias luchas internas

Y en ese espejo, a veces, vislumbramos la distorsión, la incapacidad de la mente para procesar la realidad de forma objetiva. Percepciones alteradas, pensamientos intrusivos, la sensación de irrealidad… La mente se convierte en un caleidoscopio que fragmenta la experiencia, creando un mundo de ilusiones y espejismos. Nos sentimos extraños en nuestra propia piel, desconectados de nuestro entorno, incapaces de distinguir entre lo real y lo imaginario.

Recordamos entonces las palabras de Kafka: «Un pájaro encerrado en una jaula y que tiene la puerta abierta no se atreve a salir. Está demasiado acostumbrado a su cautiverio». Nos aferramos a nuestras propias limitaciones, a las creencias que nos impidieron alcanzar nuestro potencial. El miedo al fracaso se convierte en una profecía autocumplida, un círculo vicioso que nos atrapa en la mediocridad.

Esta distorsión puede manifestarse en forma de ansiedad, paranoia, obsesiones… La mente se aferra a ideas fijas, a patrones de pensamiento rígidos, que nos impiden adaptarnos a las circunstancias cambiantes de la vida.

Es entonces cuando la fragilidad se convierte en una amenaza, en un peligro que acecha en las sombras de nuestra conciencia. La mente, como un barco a la deriva, se ve arrastrada por las corrientes de la irracionalidad, perdiendo el control y naufragando en un mar de confusión y desesperación.

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