Opinión

La mente clasificada

La concienciación sobre la salud mental trae consigo una sobrediagnosticación muy alimentada por las redes sociales, donde basta con visitar determinadas cuentas para comprobar que todo comportamiento humano es clasificado y organizado en torno a distintas patologías. Aunque se haga erróneamente.

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29
junio
2022

Estamos en una época de mucha concienciación con la salud mental. Es un desarrollo muy positivo: la depresión ya no es vista como estar triste o un fallo de carácter, sino que somos conscientes de que puede anularnos como persona. Al mismo tiempo, esta concienciación trae consigo una sobrediagnosticación: basta con abrir determinadas cuentas de Tik Tok para comprobar que todo comportamiento humano es clasificado y organizado en torno a distintas patologías.

Es casi como formar parte de una tribu urbana. ¿Eres así? Tienes ADHD. ¿Haces esto? Tienes OCD. A menudo ese diagnóstico es útil. Pero en otras ocasiones ocurre como con el horóscopo, que nos lo creemos por nuestros sesgos de confirmación. Esta psicologización es algo que ha criticado el psicólogo social Jonathan Haidt, que habla de deslizamiento semántico: «Los conceptos se han deslizado hacia abajo y se aplican a situaciones menos severas, y hacia fuera, para abarcar fenómenos nuevos pero conceptualmente relacionados». Es decir, claro que el trastorno obsesivo compulsivo existe. Pero si eres alguien nervioso no eres automáticamente alguien con OCD. 

El problema es la idea de que lo importante de la salud mental es la clasificación, la inclusión de mi manera de ser o estados de ánimo en una taxonomía. Las personas no reaccionamos siempre igual al trauma, o a la vida en general. Al asignarnos una etiqueta, una patología, en cierto modo acabamos respondiendo a ella, en una profecía autocumplida. Nos creemos el relato de que somos así.

«Al asignarnos una etiqueta, una patología, en cierto modo acabamos respondiendo a ella, en una profecía autocumplida»

Es algo contra lo que lucha Adam Phillips. En una entrevista para The Paris Review, el psicoanalista británico explica: «Cuando la gente dice «soy el tipo de persona que», siempre me derrumbo. Son fórmulas; todos tenemos unas diez fórmulas sobre quiénes somos, qué nos gusta, el tipo de gente que nos gusta, todo eso. La disparidad entre estas frases y cómo uno se experimenta a sí mismo minuto a minuto es ridícula. Es como la leyenda de un cuadro. Piensas: «Bueno, sí, puedo ver que se titula así. Pero hay que ver el cuadro»».

Cuando la gente con depresión exige que sus problemas sean tratados como el resto de enfermedades, su intención es reivindicativa: sus dolores existen y deberían ser tenidos en cuenta. Pero hay una diferencia considerable entre un problema de riñón y un trastorno psiquiátrico: el diagnóstico. Como dice el psiquiatra Sami Timimi, «cuando usamos la palabra ‘diagnóstico’, la gente se imagina que estás identificando una causa».

En la medicina general, saber la causa de un dolor puede servirte para detectar su gravedad. Pero en la psicología, el diagnóstico es solo una descripción, y a menudo muy pobre y subjetiva. La salud mental es importantísima, por eso no debemos banalizarla convirtiéndola en una cuestión de ponerle etiquetas a nuestra manera de ser.

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