Pensamiento

Más allá de la nostalgia

La nostalgia nos habla de la conciencia de la propia mortalidad, de nuestro permanente anhelo de felicidad, un anhelo con el que se enfrenta precisamente la conciencia de nuestra propia finitud.

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16
julio
2024

«Quien recuerda una cosa de la que gozó una vez, desea poseerla en las mismas circunstancias que cuando gozó de ella por primera vez», Proposición 36, Parte III, Ethica, Spinoza.

Recientemente, una amiga me confesó que había quemado todas las fotos que había hecho porque le daba nostalgia recordar aquel tiempo en que siendo joven y teniendo por compañía solamente una cámara, se aventuró a viajar a muchos países lejanos, particularmente suramericanos. Coincidencias de la vida, por aquellos días, ya estaba yo dando vueltas en mi cabeza a este artículo y leyendo Sobre la nostalgia, Alianza Editorial, 2019) del escritor y profesor Diego S. Garrocho.

Lástima no llegar a tiempo para convencer a mi amiga de su flagrante error, porque esas fotografías podrían haber sido un recuerdo entrañable para sus seres queridos cuando ella ya no estuviera aquí, o un acicate profesional para otros. Sin embargo, a pesar de su quema, las imágenes de esas fotografías no se borrarían de su memoria, ni desterrarían el sentimiento de nostalgia que ella sentía por el tiempo pasado.

Nostalgia y memoria son dos atributos de los seres humanos que no podrán replicar los robots ni la IA. La memoria humana es experiencial, pero esa experiencia no está solo forjada por conocimientos sino por sensaciones físicas, olfativas, gustativas, capilares, y por los sentimientos que generan esas sensaciones de las que se nutre la nostalgia, que no es sino el dolor por el recuerdo, por la imposibilidad de no volver a vivir los momentos felices ya vividos, por la añoranza de un pasado que no volverá. Nostalgia porque el paso del tiempo nos acerca a la muerte; nostalgia, en fin, que nos permite concluir, con Unamuno, que el hombre podría definirse más que como animal racional, como animal sentimental, homo sentimentalis, denominación que también utiliza Milan Kundera en La inmortalidad, para definir al hombre que ha hecho una categoría del sentimiento.

La nostalgia nos habla de la conciencia de la propia mortalidad, de nuestro permanente anhelo de felicidad, un anhelo con el que se enfrenta precisamente la conciencia de nuestra propia finitud.

Nostalgia y memoria son dos atributos de los seres humanos que no podrán replicar los robots ni la IA

La nostalgia es un atributo esencial de nuestro ser que, como recuerda también Unamuno en Del sentimiento trágico de la vida, citando a Spinoza, viene determinada por el conato de perseverar indefinidamente en el ser que se enfrenta a la banalidad del mundo pasajero, a la «vanidad de vanidades, todo es vanidad» que se lee en el Eclesiastés.

No hay nostalgia sin historia, sin la historia personal y la común. Por eso la nostalgia, como la que sentía Ulises por el deseo, siempre postergado, de volver a Ítaca, la isla donde nació y donde creció, está relacionada con el lugar donde empezamos a ser conscientes de nosotros mismos, con los abrazos de nuestros ancestros, con el hogar de nuestra infancia y juventud, con las tradiciones populares de nuestro pueblo, con la lengua materna y hasta con el clima y la naturaleza de nuestro terruño.

El origen de la palabra está ligado a la medicina, a la tesis de Jean Hofer que denominó «nostalgia» a la enfermedad que sufrían aquellos que se encontraban fuera de la patria, particularmente los soldados suizos al escuchar «el ranz des vaches», una melodía tradicional que entonaban los pastores alpinos que, como recuerda Rousseau en Diccionario de música, «se deshacían en lágrimas, exacerbado en ellos el deseo de volver a casa». También la música en la novela de Kundera (La inmortalidad, RBA, 1992), juega un papel fundamental, como símbolo de inmortalidad con su poder de conectar el sentimiento de nostalgia a través del tiempo.

Una enfermedad sí, pero no patrimonio exclusivo del pueblo helvético, ni de los amantes de la música (siempre conmovidos por tantos adagios cuya audición despierta en nosotros el sentimiento de nostalgia, por tantos preludios como antesala de ella), sino patrimonio universal que padecemos todos los seres humanos, desde que adquirimos conciencia de serlo.

No hay nostalgia sin historia, sin la historia personal y la común

La nostalgia o «la añoranza constitutiva del ser humano que parece querer evocar una ausencia inespecífica, una falta primigenia que nos recuerda que hay algo, tan necesario como imposible, que nos falta por más que nunca haya existido verdaderamente», como la describe Garrocho, supone, en definitiva, la evocación del hambre de inmortalidad que constituía para Unamuno el sentimiento trágico de la vida. Trágico porque aun cuando la razón niegue por irracional la inmortalidad del alma, hay algo en nuestro ser, en el ser de cada persona, que clama por seguir siendo, por no morir, por perseverar indefinidamente en el ser.

Nostalgia, en fin, como anhelo de una vida en comunión con la naturaleza –de la que también escribió Rousseau en Las ensoñaciones del paseante solitario–; como anhelo de reencontrarnos con ella como forma de reencontrarnos a nosotros mismos, de comprender nuestra escasa importancia y la de nuestros problemas frente a su inmensa diversidad y grandiosidad. Nostalgia por huir del ruido de la urbe, del alboroto político, de las muchedumbres, del reclamo constante de la redes tantas veces subyugantes para refugiarnos en ella.

Nostalgia que hoy anhela, quizás sin saberlo, una sociedad desquiciada por la continua estimulación, incapaz de prestar atención a las cuestiones espirituales inherentes al ser humano, pero que padecen de manera intensa los que nada tienen, los exiliados de la sociedad o de su patria, ya sea el exilio determinado por el hambre o la guerra. Precisamente ese grado de inmensa nostalgia que siente el expatriado nos interpela por el derecho que todos los seres humanos tenemos a volver, derecho reconocido por las Naciones Unidas, en varias de sus resoluciones, entre otras la que reconoce «el inalienable derecho de los palestinos que han sido desalojados de sus hogares y sus propiedades a regresar a ellos» (Resolución 3236 de la Asamblea General de 22 de noviembre de 1974).

Por eso, más allá de la nostalgia, y para que la misma no se quede en mera melancolía, está el anhelo de un mundo más justo. También el anhelo de la idea primigenia de la unidad de Europa que inspiró a aquellos líderes que sobrevivieron al fracaso de las dos grandes guerras para impulsar la idea de una Unión Europea. Una unión bajo el paraguas de los valores fundamentales de la libertad, la democracia y la igualdad; el respeto por la dignidad humana, los Derechos Humanos y el estado de Derecho; la solidaridad y la protección para todos.

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