Pensamiento

Las pasiones mitológicas

Dioses y mortales han protagonizado historias tórridas llenas de pasión, sexo y filias que diversos autores grecorromanos recogieron en sus textos.

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12
junio
2024
‘Dánae recibiendo la lluvia de oro’, Tiziano (Museo del Prado, Madrid)

La mitología grecorromana es la historia fragmentada de la pasión. Desde los amores más corrientes hasta los más prohibidos, como las infidelidades o el incesto, pasando por numerosos episodios de violencia sexual, los griegos y los romanos (que copiaron casi toda su mitología) dejaron ver sus filias y pasiones más oscuras en las historias que los han hecho famosos.

Quizá, si pensamos en la pasión aplicada al mito, uno de los primeros que se nos viene a la cabeza es el de Fedra, un auténtico culebrón que incluye incesto, deseo sexual incontrolable y hasta una denuncia falsa. Fedra es una princesa cretense a la que han casado con Teseo, rey de Atenas, quien, por cierto, ya tenía un historial bastante amplio: había tenido romances con Ariadna, hermana de Fedra, y con Antíope, reina de las Amazonas. De este último idilio había nacido Hipólito, un hijo virginal y entregado a la naturaleza que rechaza todo contacto con las mujeres.

Fedra se enamora con una pasión enfermiza de Hipólito, es decir, de su hijastro, una unión prohibida contra la que ella misma lucha con todas sus fuerzas. Sin embargo, el deseo la vence, y acaba confesándose ante Hipólito quien, asqueado, la rechaza. Resentida y loca de deseo, Fedra se suicida, no sin antes haber acusado falsamente a su hijastro de haberla violado como venganza. Lo narraron, entre otros, Eurípides en su tragedia Hipólito y Séneca en su Fedra.

La historia de las turbias pasiones le viene a Fedra de familia: su madre, Pasífae, es protagonista de un romance que llevó al nacimiento del Minotauro. En su Biblioteca mitológica, Apolodoro de Atenas cuenta cómo el rey de Creta, Minos, no quiso sacrificar un toro blanco para Poseidón. El dios del mar se enfadó y decidió castigar a Minos haciendo que su esposa, Pasífae, se enamorase, en una pasión zoofílica, de ese mismo toro blanco. La reina consiguió saciar su deseo gracias a la ayuda del inventor Dédalo, quien creó una estructura hueca de madera con forma de vaca en la que Pasífae se podía meter para que el toro la montara. De esta cópula nacería más tarde el Minotauro, mitad toro, mitad hombre.

Desde los amores corrientes hasta los más prohibidos, los griegos y los romanos dejaron ver sus filias en sus historias mitológicas

Los animales y el sexo también son parte fundamental del mito de Atalanta, una joven que, consagrada a la diosa Ártemis, decidió permanecer virgen y dedicarse enteramente a la caza. Lo cuenta Ovidio en las Metamorfosis: en cierta ocasión, Atalanta afirmó que se casaría con aquel hombre que consiguiera vencerla en una carrera, con la contrapartida de que, si perdía, Atalanta lo mataría. Varios jóvenes murieron en el intento, hasta que apareció Hipómenes, quien consiguió vencer a la cazadora gracias a un ardid: durante la carrera, dejó caer algunas manzanas del jardín de las Hespérides sobre la pista, tan bellas que Atalanta se detuvo a observarlas, perdiendo así la competición. La joven se rindió ante el vencedor y vivieron durante un tiempo un amor apasionado, quizá demasiado. Era tanto el deseo que sentían el uno por el otro que, sin poder aguantar las ganas, un día acabaron yaciendo en medio del santuario de la diosa Cibeles, un sacrilegio que fue castigado cuando tanto Atalanta como Hipómenes fueron convertidos en leones para tirar del carro de la diosa, como se puede ver, por ejemplo, en la famosa fuente de Cibeles en Madrid.

‘El rapto de Europa’, Tiziano (Museo Isabella Stewart Gardner, Boston)

No solo la pasión acaba convirtiéndose en un castigo del cielo para Atalanta: en casi todas las pasiones descontroladas tenía algo que ver un dios. Afrodita se quería vengar de Hipólito por haberla rechazado; Poseidón, a su vez, de Minos, por no haberle hecho una ofrenda. Y es que, si nos vamos a terreno divino, en temas de sexo y deseo los dioses también tienen lo suyo. Por ejemplo, cuando la diosa Afrodita, insatisfecha por su matrimonio con el cojo Hefesto, le fue infiel repetidamente con el dios Ares. El marido agraviado colocó sobre la cama una red casi invisible que los atrapó cuando los amantes iban a hacer el amor y, a continuación, llamó al resto de dioses para que se burlaran de los infieles y les hizo prometer que no volvería a pasar.

Pero la infidelidad en el Olimpo estará asociada eternamente al nombre de Zeus. El rey de los dioses y dios del rayo protagonizó innumerables historias de infidelidad a su esposa Hera, quien, en vez de enfadarse con él, castigaba a las diversas amantes transformándolas en animales o matándolas. Algo tanto más cruel como que la mayoría de las amantes lo eran sin consentimiento: Zeus era especialista en yacer con mujeres en contra de su voluntad, raptándolas o convirtiéndose en cosas tan variopintas como un cisne o una lluvia de oro.

Estas son solo algunas de las historias tórridas que recogieron los mitos de la Antigüedad, pero hay muchas más, según narraron autores como Homero, Esquilo, Sófocles o Virgilio. Si por algo se caracteriza la mitología grecorromana es por otorgar una visión completa y terrenal de las bajas pasiones, ya sea de dioses o de mortales.

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