La nueva lengua de los stickers
Si los emojis reinaron en la década pasada, esta es la era de los stickers. Las conversaciones en línea han sido tomadas por pegatinas divertidas que encapsulan emociones precisas y nuevos significados.
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Entre su grupo de amigas, María es la gran maestra del sticker. Siempre tiene la pegatina perfecta para cualquier conversación y, si no la tiene a la mano, la crea ella misma. ¿Por qué cada vez usamos más los stickers en la comunicación? Porque «reflejan expresiones no verbales que en palabras cuesta más representar», afirma por WhatsApp, ejemplificándolo –cómo no– con un sticker de su colección.
Por supuesto, María no está sola. Los stickers se han ido colando en las apps de mensajería, desde las conversaciones personales hasta las profesionales. Es la gran explosión de la comunicación virtual de los últimos años.
La gran pionera de los stickers fue Line, una app japonesa que salió al mercado en 2011 y que arrasó en Asia con sus pegatinas de personajes: un oso, un conejo o un pato, con nombres, identidades y expresiones para cada momento del día. El oso podía tirar billetes al aire —perfecto cuando compras por encima de tus posibilidades— o echando humo. En 2013, cuando la aplicación estaba intentando asentarse en España, su entonces CEO para América y Europa, Jeanie Han, explicaba que los stickers eran más grandes en tamaño que un emoji y también más expresivos. «Son empleados para expresar aquellas emociones que no pueden ser transmitidas con solo texto, como los sentimientos complejos, y ayudan a distinguir el nivel de una emoción», apuntaba.
Aunque Line no consiguió desplazar a WhatsApp en los mercados europeos, con esas pegatinas estaban siendo los pioneros de una nueva vía de comunicación. Y lo que Han sostenía en 2013 sobre su atractivo digital ha sido, justamente, lo que las ha convertido hoy en un éxito.
Cronología de la comunicación visual
Primero llegaron los emojis. Nacieron en Japón a finales de los años 90 y conquistaron el mundo al ser incorporados en los teclados de smartphones. Como explica el documental El mundo de los emojis, Unicode se encarga de determinar qué se puede convertir en emoji y qué no –y por eso existen lobbies que luchan por la inclusión de ciertos emojis–, para unificar y que todos los dispositivos muestren los mismos. Así, poco importa que estés escribiendo en un Android y te estén leyendo en un iPhone, la conversación no quedará rota.
Pronto se convirtieron en una pieza de la conversación online, tanto en redes sociales, como correos o mensajería. Los emojis transmitían información de forma rápida e incluso (como bien sabe quien haya incluido una carita sonriente en un email de trabajo para que no suene agresivo) añaden matices de contexto. En la década pasada, su presencia se hizo ubicua, tanto que no era raro encontrar merchanding de emojis y hasta verlos protagonizar una película.
Los stickers ayudan a expresar sentimientos y gestos complejos que costaría explicar solo en palabras
Un informe de Brandwatch de 2018 –que usaba como muestra su uso en Twitter– determinó que los emojis más usados a nivel global eran el que llora de la risa, el que llora en general y el que tiene corazones en lugar de ojos (😂😭😍). El 75% de los emojis que se empleaban entonces eran positivos, aunque el uso de negativos había subido en un 9,5% en dos años. En 2020, los más empleados en España según Statista eran el que lloraba de risa, el que mandaba un beso y los sonrientes (😂😘😀).
Pero luego emergieron los stickers. Si la trayectoria de Line fue limitada en los países occidentales, la inclusión en los últimos años de pegatinas en WhatsApp ha llevado a la explosión de su uso. Como explica Agnese Sampietro, profesora de la Universitat Jaume I, en un artículo de Círculo de Lingüística Aplicada a la Comunicación, lo que importa no es tanto su significado exacto como su «apariencia liviana, humorística y, en ocasiones, graciosa».
Sampietro hizo un trabajo de campo para comprender la presencia de los stickers en las conversaciones en España. El 92% de las personas con las que habló todavía usan emojis, pero un 77% también emplea pegatinas. En general, a los participantes de su muestra los stickers les gustaban más: los veían más graciosos, más expresivos y más precisos a la hora de transmitir matices. A esto hay que sumar que, en ocasiones, crean una suerte de lengua propia: un grupo tiene sus propios stickers, con significados conectados a experiencias compartidas.
Y a esto se suma una cierta fragmentación generacional. No es solo que cambien los significados asociados a los emojis o hasta cómo se ven –el que es cool y usado por una generación, ya no lo es para la siguiente– sino que además también lo hace el significante. Por eso el vehículo de expresión favorito empieza a ser el sticker. Los emojis se están quedando como algo que usan quienes tienen más edad. «Los jóvenes siempre quieren distinguirse y la ausencia de emojis es simplemente una especie de protesta o reacción ante los millones de iconos que usan sus padres», afirma Carmen Pérez, profesora de la Universitat Politècnica de València. «Es su manera de diferenciarse».
Quizá la popularidad de las pegatinas las acabará quemando también. Al fin y al cabo, ya están en las conversaciones de los adultos y hasta de las empresas. En 2020, por ejemplo, la OMS lanzó una colección que se podían sumar a WhatsApp con mensajes sobre la pandemia de covid-19.
Sin embargo, su versatilidad y la posibilidad de personalizarlos ayudará a que los stickers se mantengan frescos. Pues, «una vez te acostumbras, llega un punto en que te falla el lenguaje y tienes que explicarlo verbalmente refiriéndote a stickers», confiesa María.
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