Siglo XXI

Las cookies y su (inherente) carga mental

Si bien ha habido avances recientes sobre su uso en internet y las normas de protección de datos, las cookies representan una considerable carga cognitiva para los usuarios, lo cual, además, pone sobre la mesa la importancia del debate sobre la crisis de atención y la privacidad mental.

¿QUIERES COLABORAR CON ETHIC?

Si quieres apoyar el periodismo de calidad y comprometido puedes hacerte socio de Ethic y recibir en tu casa los 4 números en papel que editamos al año a partir de una cuota mínima de 30 euros, (IVA y gastos de envío a ESPAÑA incluidos).

COLABORA
27
octubre
2023

Entras a Google. Tecleas tu búsqueda y eliges uno de los resultados. Aún no ha terminado de cargar la página cuando de repente una ventana emergente ocupa tu pantalla: «Aviso de privacidad». Cada sitio web maneja su propio diseño –algunos te dejan sencillamente «aceptar solo las cookies necesarias»–, pero por lo general hay dos opciones: «aceptar» o «configurar».

Decides configurar y aparece un nuevo chorro de texto, con opción múltiple. «Usted permite», dice la página (que todavía no ha dejado leer nada de la búsqueda inicial) y lanza más de una decena de opciones que se deben rechazar o aceptar. Estas van desde «utilizar datos de localización geográfica precisa» hasta «almacenar o acceder a información en un dispositivo». Como no quieres hacer trece clics, bajas y bajas buscando el botón que te permita «rechazar todo». Clicas y, por fin, logras leer el contenido. Ahora haces una nueva búsqueda; nuevo sitio web. Vuelve y juega: política de cookies. Empiezas de nuevo.

A fin de cuentas, ¿qué son las cookies? Google las describe como «pequeños fragmentos de texto que los sitios web que visitas envían al navegador. Permiten que los sitios web recuerden información sobre tu visita, lo que puede hacer que sea más fácil volver a visitar los sitios y hacer que te resulten más útiles».

Las cookies de terceros, una de las bases de la publicidad digital, son generadas por servicios y proveedores externos a la web que se está visitando

Pero no todas las cookies son iguales: las hay propias, temporales, técnicas y permanentes, aunque las más cuestionadas han sido las cookies de terceros. Además de ser una de las bases de la industria de la publicidad digital, son generadas por servicios y proveedores externos al sitio web que se está visitando.

Básicamente, rastrean nuestra actividad en internet para enviar información a los anunciantes y que estos, a su vez, puedan ofrecernos avisos publicitarios personalizados. De ahí las bases del debate sobre la privacidad y el posible abuso en la obtención de datos personales.

A pesar de que Google ha estado trabajando en iniciativas para bloquear el uso de cookies de terceros desde 2020, y aunque dijo que las suprimiría el año pasado, luego afirmó que lo haría este año, y, finalmente, pospuso su eliminación –gradual– hasta 2024. Recientemente, la compañía anunció que, a partir del 2 de enero, la plataforma Google Drive ofrecerá descargar archivos sin necesidad de usar cookies de terceros.

Una carga cognitiva omnipresente

Sin embargo, el debate sobre las cookies va más allá de la privacidad de los datos de navegación. James Williams, exempleado de Google e investigador de Oxford en ética de la tecnología, explica que las cookies representan un «aumento considerable de la carga cognitiva para el usuario, que en la práctica pesa mucho más que cualquier beneficio que pudiera reportarle su “consentimiento” al análisis de sus hábitos de navegación». En otras palabras, tener que presionar una y otra vez el botón de «rechazar todo», buscarlo en las diferentes páginas, entre diferentes diseños y tipografías –muchas veces pensados para que simplemente le demos a «aceptar»–, genera un peso mental que recae sobre nuestra memoria de trabajo y que puede afectar la realización o la culminación de una tarea.

James Williams: «La propagación vertiginosa de las tecnologías digitales ha comprometido la atención»

Hace unos meses, la Agencia Española de Protección de Datos (AEPD) actualizó su Guía sobre el uso de las cookies en internet subrayando la necesidad de que los usuarios puedan gestionarlas «sin que sea más complicado rechazarlas que aceptarlas». Asimismo, el Comité Europeo de Protección de Datos ya había publicado nuevas directrices sobre los patrones de diseño engañosos en las plataformas de redes sociales. A grandes rasgos, la AEPD señaló que las opciones de «aceptar» o «rechazar» deben ser fácilmente visibles, mostrarse en lugares concretos y con formatos destacados, con suficiente color para que se puedan leer y utilizando un lenguaje claro.

No obstante, como explica Williams en su libro Clics contra la humanidad, si bien estas medidas son eficaces para prevenir la intrusión no deseada en el ámbito privado, «la propagación vertiginosa de las tecnologías digitales ha comprometido la atención». Es cierto que es absolutamente necesario establecer normas sobre la protección de nuestros datos, pero el debate también debería situarse en la implementación de criterios que evalúen –y contrarresten– el daño atencional. Porque bien lo dice Johann Hari en El valor de la atención: «Una vida llena de distracciones es, a nivel individual, una vida mermada».

Y lo más grave es que no se trata solo de distracción –ya de por sí una de las grandes culpables de la crisis de la atención–, sino que el tema de la carga cognitiva pone sobre la mesa la importancia de legislar en materia de privacidad mental y, por ende, de libertad cognitiva.

ARTÍCULOS RELACIONADOS

Enemigos íntimos

Ricardo Dudda

La privacidad nos protege de los abusos de poder y, sin ella, la democracia corre serio peligro.

COMENTARIOS

SUSCRÍBETE A NUESTRA NEWSLETTER

Suscríbete a nuestro boletín semanal y recibe en tu email nuestras novedades, noticias y entrevistas

SUSCRIBIRME