Innovación

La irrupción de los emoticonos

Los emojis se crearon para transmitir emociones y suplir la carencia de la expresión facial de la persona. En la actualidad, el abuso de ellos conlleva el riesgo de que el lenguaje a través de las redes sociales y la mensajería instantánea se vea deteriorado.

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28
noviembre
2023

Carita sonriente, carita triste, mano que saluda, corazón, mono con las manos sobre la cara. ¿Cuántos mini-dibujos recibimos y enviamos en los mensajes a lo largo del día? La respuesta sería incuantificable, como tampoco es medible el número de símbolos disponibles en las aplicaciones y redes sociales, que cada poco tiempo incorporan novedades.

La forma en que nos comunicamos experimentó una rotunda transformación a principios de este siglo, con un aumento de las interacciones virtuales. Esta nueva comunicación escrita  aporta numerosas ventajas, aunque tiene un inconveniente fundamental: nos perdemos el componente no verbal presente en las conversaciones en vivo y en directo. Precisamente para contrarrestar esta carencia se crearon los emojis. Esta palabra, de la que deriva emoticono, es de origen japonés y se compone de «imagen + letra». Se pueden definir como pequeñas imágenes o pictogramas con los que expresamos ideas o sentimientos a través de los espacios disponibles en el entorno digital, como redes sociales, páginas web, correo electrónico o mensajería instantánea. Aunque hace algunos años se utilizaban de forma esporádica, a día de hoy se han incorporado a la comunicación y los empleamos de forma natural. De hecho, actualmente parece impensable no utilizarlos en nuestras conversaciones: sin ellos los mensajes parecen fríos, distantes, demasiado formales.

Y es que, ante la ausencia de las personas en vivo y en directo, donde además de las palabras hacemos llegar gestos, entonación y expresiones faciales, los emojis se han convertido en elementos que aportan un «extra» y clarifican la intención del mensaje. Pero no solo es eso. La ciencia ha revelado que los emoticonos de caras tristes o alegres influyen en el cerebro humano del mismo modo que lo haría un rostro en la vida real. Esto sucede porque los pequeños pictogramas son procesados en el área occipitotemporal, la misma zona utilizada para identificar las caras físicas.

La ciencia ha revelado que los emoticonos de caras tristes o alegres influyen en el cerebro humano del mismo modo que lo haría un rostro en la vida real

Entonces, ¿podemos decir que este auge comportaría una ventaja o un inconveniente? Lo cierto es que entra en juego la relatividad, pues cuando elegimos ahorrar tiempo en explayarnos y decidimos optar por una imagen las relaciones interpersonales se pueden ver afectadas: ningún pictograma puede sustituir el desarrollo verbal de un proceso mental o emocional. Y precisamente ese es otro de sus riesgos; cuando tendemos a sintetizar y a dejarnos llevar por la rapidez de la sociedad en la que vivimos, el lenguaje verbal y escrito puede verse dañado si en lugar de un elemento adicional, el emoji se convierte en un suplente de las palabras.

En la comunicación vía internet, frecuentemente se opta por transmitir una gran cantidad de información con una abreviatura o una imagen. Es decir, en este entorno, el lenguaje –o nuestro uso de él– tiende a quedarse con la expresión más corta que pueda hacer llegar a la persona receptora mayor cantidad de información. Ese es, en muchos casos, el uso que se hace de los emoticonos. Sin embargo, el objetivo principal para el que fueron diseñados estos símbolos es el enriquecimiento del mensaje, no la sustitución. Siendo así, su función sería más que óptima, aunque puede resultar difícil cuando mantenemos conversaciones rápidas por la calle, en el trabajo o en los pocos minutos del viaje en transporte.

El objetivo principal para el que fueron diseñados estos símbolos es el enriquecimiento del mensaje, no la sustitución

Por otra parte, tampoco podemos obviar que para algunas personas las imágenes suponen su único medio de conexión con el mundo. Las «caritas» se convierten en la vía de expresión de niños y niñas con dificultades comunicativas para expresar sus estados de ánimo. Personas con autismo, parálisis cerebral o síndrome de Down mejoran su calidad de vida gracias a los pictogramas o emoticonos.

Quizá sea momento de pensar en el futuro de estos símbolos y evitar la estandarización de emociones que, algunas voces críticas, atribuyen a los emojis. No cabe duda de que estas pequeñas imágenes terminarán adoptando nuestra apariencia, lenguaje corporal y entonación, para parecerse lo máximo posible a nuestra figura. Con un mundo virtual que plantea debates y cuestionamientos a diario, este será otro terreno que dará que hablar.

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