Cultura

Chaves Nogales aún no ha dicho la última palabra

El celebrado periodista sevillano fue un escritor excelente y un referente frente a las barbaries totalitarias nazi y soviética. Varios proyectos en marcha en torno a su figura demuestran que su recuperación no ha sido completada. Los repasamos.

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08
mayo
2024

La noticia saltó en la edición de 2022 del Festival de Cine de Sevilla. Un emocionado Juan Antonio Bayona revelaba que llevaba años trabajando en la adaptación de A sangre y fuego, el estremecedor volumen de relatos sobre la Guerra Civil que el periodista sevillano Manuel Chaves Nogales (1898-1944) escribió desde París en 1937, pocos meses después de exiliarse como consecuencia de la contienda. Bayona fue escueto: se limitó a anunciar que el guion de la obra magna de Chaves, uno de los escritores de mayor reputación de los años treinta, correría a cargo de Agustín Díaz Yanes y que había podido entrevistarse varias veces con Pilar, su última hija viva, fallecida en 2021 a los cien años.

Entonces no se valoró demasiado el anuncio, pero después del éxito de La sociedad de la nieve (con más de 200 millones de espectadores, según Netflix) resulta evidente que el director catalán puede provocar el mayor salto cuantitativo hasta la fecha en el conocimiento de quien fuera redactor del Heraldo de Madrid y director del diario azañista Ahora. También fortalecer una imagen de la guerra civil española no muy extendida, y esto en dos sentidos, pues los relatos, subtitulados intencionadamente Héroes, bestias y mártires de España, reflejan que hubo no pocos hombres y mujeres que preservaron la humanidad en plena espiral de violencia, algo que contrasta con ese perpetuo cainismo con el que demasiados observadores, sobre todo internacionales, han querido retratar la condición española. Pero también muestran que ejemplos de bondad y de maldad los hubo en ambos bandos, sin perjuicio de que solo uno, el republicano, tuviera la razón política, lo que aún chirría a quienes se abonan a un maniqueísmo cegador.

La fecha de estreno y el punto en el que se encuentra la producción no han sido desvelados, pero la película compartirá protagonismo con el lanzamiento de al menos dos recopilaciones de artículos inéditos correspondientes a la etapa en el exilio de Chaves; con la aparición de otros proyectos que, al igual que el trabajo de Bayona, han sido apoyados por los descendientes del periodista; y con la presentación de un polémico volumen centrado en una supuesta actitud procomunista de Chaves durante los primeros meses de la guerra que casaría mal con su declarado anticomunismo posterior. Iniciativas que evidencian que su recuperación aún no ha sido completada y que el autor toca una fibra especialmente sensible, como si en él estuvieran cifradas algunas claves de la reciente historia española.

El autor toca una fibra especialmente sensible, como si en él estuvieran cifradas algunas claves de la reciente historia española

Por eso cabe preguntarse cómo hemos llegado hasta aquí, especialmente ahora, a pocos meses del 1 de enero de 2025, cuando dejarán de requerirse derechos para editar la obra del reportero al cumplirse 80 años de su muerte y, en consecuencia, a esas novedades se irán sumando otras. Chaves fue muy conocido en su tiempo y hoy es reivindicado como una atalaya moral frente al extremismo por personas de izquierdas y de derechas, pero fue olvidado deliberadamente al no encajar ni en el relato de la Dictadura ni en el del antifranquismo. ¿Cómo ha podido, entonces, pasar a formar parte del canon literario, hasta el punto de que cada nueva investigación en torno a su figura genera un pequeño terremoto en la opinión publicada? No es fácil dar una respuesta precisa, pero es seguro que en la recuperación que ha experimentado desde los años noventa han intervenido varios factores, empezando por el obvio: la elevada calidad literaria de sus piezas periodísticas, que se entienden hoy con la misma naturalidad que hace cien años y expresan una evidente maestría para localizar la anécdota y trazar con rapidez descripciones certeras de la inmensa variedad humana.

Como señala en un intercambio de correos Ignacio F. Garmendia, editor de la última obra completa del periodista (Libros del Asteroide, 2020), seguramente sea esa escritura «precisa, chispeante y bienhumorada, con un don y un encanto especial para contar historias» la razón que mejor explica el rescate de Chaves, por delante de su capacidad para captar las claves de su turbulento tiempo y de otras consideraciones de tipo moral y político, como la «inequívoca condena de la barbarie totalitaria en su doble vertiente fascista y soviética» y la «defensa de la democracia sin matices tramposos» que manifestó en sus artículos. «La altura moral es siempre admirable, pero no basta por sí sola para atraer a los lectores. A Chaves lo leemos porque es un escritor excelente».

Una vida que se presta al mito

A todo ello habría que sumar un tercer elemento: el periodista tuvo una vida de peripecias y exilios que se presta al mito. Hoy es sobre todo conocido por los ya mencionados relatos de 1937 sobre la Guerra Civil y por la biografía del torero Juan Belmonte que había publicado dos años antes, pero en su tiempo formó parte de la camarilla de escritores y periodistas que, en la estela de Francisco Camba, el primer español en narrar un viaje en avión (Los nietos de Ícaro, 1911), hicieron lo propio. Llegó hasta Bakú y durante el periplo escribió La vuelta a Europa en avión. Un pequeño burgués en la Rusia roja (1929), retrato sobre el régimen soviético que completaría después con otros reportajes seriados como Lo que ha quedado del imperio de los zares (1931), sobre varios exiliados rusos a los que conoció en París; y El maestro Juan Martínez, que estaba allí (1934), centrado en las tragicómicas andanzas en plena revolución rusa de un bailaor flamenco nacido en Burgos al que también había conocido en la capital francesa.

En 1933 viajó a Alemania como enviado especial para dar cuenta de los primeros pasos del nazismo

Esa capacidad para sintonizar con las novedades tecnológicas del momento, del avión a los sistemas de impresión más innovadores, explica en parte lo que Chaves hizo después. La fama que le granjeó el viaje a Rusia, durante el que se detuvo en la Italia fascista, le puso en la senda de adquirir un mayor conocimiento de la situación europea y en 1933, ya como director de Ahora, viajó a Alemania como enviado especial para dar cuenta de los primeros pasos del nazismo. Del mismo modo, fue precisamente su conocimiento de las cuestiones internacionales lo que le permitió seguir desempeñándose como periodista cuando hubo de abandonar España.

Exilios

Porque aquellos viajes no exentos de riesgos fueron seguidos de verdaderos exilios. En noviembre de 1936, apenas tres meses después de iniciarse la Guerra Civil, Chaves se refugió en Francia, donde vivió hasta 1940, todavía acompañado de su mujer y de sus hijos. Y cuando París estaba a punto de ser tomado por los alemanes, huyó a Inglaterra, último bastión de la Europa libre y en cuya capital murió, posiblemente a consecuencia de un cáncer intestinal, en mayo de 1944, un mes antes del Desembarco de Normandía. Los años en el extranjero son importantes no solo por la calidad de algunos de sus trabajos, como La agonía de Francia (1941), dedicado a la rendición del país ante los nazis, sino porque concentran gran parte de la obra perdida del autor. Y el motivo no sorprenderá: exiliado, Chaves tuvo que buscar un nuevo medio de vida, por lo que no le quedó otra que ponerse a publicar a tiempo completo. Valiéndose del prestigio que había atesorado, sus crónicas comenzaron a aparecer en diarios y revistas de medio mundo.

Al Chaves del exilio, como al de cualquier otra etapa, ha dedicado innumerables horas de investigación y estudio María Isabel Cintas, autora de la primera obra completa y biógrafa del periodista, además de quien antes recuperó, allá por los noventa, su legado. Desde su luminosa y acogedora casita blanca en la localidad sevillana de Tomares, donde ofrece generosamente café y charla una mañana ya casi primaveral, asegura que el Chaves exiliado «es, de sobra, conocido, no obstante los artículos que queden por recopilar». «Durante sus últimos años se comportó como lo que era: un hombre ecuánime, acogedor con independencia del color político y muy distinto de esos otros ‘grandes exiliados’, como Ortega o Marañón, cuyo silencio público expresaba un franquismo privado». Hay, dice Cintas, «cientos de ejemplos de esta actitud», y muestra una copia del obituario que publicó el Manchester Guardian a la muerte del periodista. En él, es presentado como «el más resolutivamente liberal de los exiliados españoles en Londres, y sin duda el menos afectado por el rencor político».

María Isabel Cintas: «Durante sus últimos años se comportó como lo que era: un hombre ecuánime, acogedor con independencia del color político»

Nuevas y viejas investigaciones

Sin embargo, los enigmas no son pocos, como demuestra el hecho de que la mayoría de los proyectos editoriales en marcha vayan a centrarse en estas etapas finales. ¿Cómo logró publicar tanto estando en entornos lingüísticos que le eran ajenos? ¿Qué canales para obtener información empleaba abandonado el contacto directo con su propio país? ¿Por qué sus colaboraciones no se concentran en un pequeño puñado de medios, sino en decenas? Cintas, que ha publicado gran parte de su trabajo en volúmenes editados por la Diputación de Sevilla y por la editorial Confluencias, ha sostenido en las últimas tres décadas un importante pulso por mantenerse como referente de la recuperación de la obra del periodista con otro sevillano, Abelardo Linares, poeta y fundador de Renacimiento. Esta editorial comenzará a publicar en 2025, seguramente en varios volúmenes, centenares de artículos inéditos localizados progresivamente en medios latinoamericanos, además de otros que vieron la luz a partir de 1937 en la semanario francés Match.

Estos últimos, cuya autoría la investigadora cuestiona desde que el editor los atribuyera a Chaves en 2016, no han sido incluidos en ninguna obra completa, ni en la suya ni en la coordinada por Garmendia, pero, escuchando a Linares en los cuarteles de su editorial, una enorme nave poblada de libros a las afueras de Sevilla, cuesta creer que el autor sea otro pese a que no vayan firmados. «Fíjate en esta frase: ‘A los hombres decentes se los reconoce fácilmente: son aquellos que han perdido el 10% de su peso después de 1936’. Esa contundencia sin reparos es puro Chaves», dice sobre una de las piezas más tempranas. «Y mira este pie de foto en el que dice que las personas que recibían a los brigadistas internacionales en Barcelona eran las mismas que dos años después saludaban brazo en alto a Franco. ¿Tú te haces una idea de cuál era la reacción de cierta izquierda a afirmaciones como esa?».

Lo cierto es que, sean o no atribuibles a Chaves, son oro puro. El editor estima que los dedicados a España serán una veintena y que en conjunto pueden sumar fácilmente trescientas páginas. Pero hay más: según defiende, el periodista también escribía en Match sobre la situación de la Europa del momento. Y la cosa no acaba ahí: lo habría hecho con la misma técnica que en Los secretos de la defensa de Madrid (1938), uno de sus trabajos más celebrados. Como en ese reportaje seriado sobre la heroicidad del general Miaja comandando la resistencia de la capital, en estas piezas Chaves utiliza un punto de vista tan próximo a los hechos que hace creer que está asistiendo a lo que ocurre en primera persona, una ambigüedad que a menudo ha dado pie a debatir sobre si Chaves hace periodismo en sentido estricto o ficción, cuando en realidad lo que hace es no clarificar si está en el lugar de los hechos o habla a través de fuentes (es lo segundo).

Los artículos publicados en América Latina presentan a un Chaves en plena radicalidad democrática

Más nítidos son los artículos latinoamericanos, que en su mayoría corresponden a la etapa londinense y que van a presentar a un Chaves en plena radicalidad democrática. Titulares como «Inglaterra ejerce la dictadura sobre las máquinas y no sobre los hombres» (Diario de Pernambuco, 1940); «Se debe estar con Hitler o contra él» (Diario Carioca, 1942) o «Terminó la farsa hitleriana de Vichy» (ídem, 1942) ya sugieren este espíritu reforzado, que algunos calificarán de «propagandístico», como hace la propia Yolanda Morató, quien presenta y referencia casi quinientos en el anexo de su reciente ensayo Manuel Chaves Nogales. Los años perdidos (1940-1944), publicado el año pasado por Renacimiento, que será, como decíamos, quien los publique a partir de 2025.

Morató es la autora que ha puesto patas arriba la recuperación de Chaves. En el citado trabajo, del que habló con Ethic en agosto de 2023, defiende que el periodista dejó de «andar y contar» en cuanto salió de España y pasó a ser otro tipo de profesional: el que se dedica a seguir las consignas de un bando. Palabras mayores. Linares, sin ir más lejos, no está de acuerdo con ella en este punto y sugiere que Chaves no necesariamente interpretó como una merma a su labor periodística ponerse a escribir a las órdenes del Gobierno británico, pero de lo que no cabe duda es de la valía de su ensayo, ampliamente alabado por ser el primer gran análisis sistemático de la vida de Chaves en Londres. En él, Morató, que además de experta en Chaves es poeta y autora de una tesis doctoral que la obligó a documentar el Londres de la época, consigna los resultados de peinar miles de páginas de archivo y de inteligencia, y de cotejar diferentes memorias de la época, tareas que hasta ahora no habían sido emprendidas.

Su principal hallazgo no era esperado: ya desde la época francesa, el periodista pasó a formar parte de una red de colaboradores que trabajaban para la «agencia paragubernamental» francesa Havas (antecesora de la Agence France Presse), que a su vez tenía acuerdos de colaboración con el Ministerio de Información británico. Debe tenerse en cuenta que el propio periodista declaró en La agonía de Francia que su forma de dirigirse se basó en las consignas del Quay d’Orsay (el Ministerio de Exteriores galo). Por eso gran parte de la obra correspondiente al período inglés ha sido localizada en periódicos de Brasil: este habría sido el país al que Chaves habría tenido que convencer de la causa aliada.

Morató, investigadora nata, dice en los pasillos del hermoso edificio que alberga el rectorado de la Universidad de Sevilla, donde también se ubica la Facultad de Filología de la que es profesora, que su labor ha sido «puramente documental». A la hora de plantear su investigación no ha pensado en ninguno de los debates con los que se vincula la figura de Chaves, como el de la Tercera España, sin duda interesante pero menos importante que la labor primaria de recuperación, sino en «deshacer los numerosos sinsentidos dados por buenos como consecuencia de abusar de testimonios de segunda mano, entre otras técnicas que son, como poco, dudosamente científicas».

Aún falta información

Una vez que Chaves perdió el contacto al salir de París con su hija Pilar, cuyo relato solía detenerse precisamente en el forzado (y tristemente definitivo) alejamiento del padre, desaparecieron también buena parte de los testimonios directos de la vida de Chaves. En esa incertidumbre es en la que se ha empleado a fondo la autora, que defiende que uno de los hechos más reveladores es, precisamente, la salida de Francia. Numerosos registros de la época que ha localizado apuntan, a su juicio definitivamente, a que Chaves salió «con el grupo de la embajada [británica en París]», es decir, al margen de los exiliados comunes y formando parte de una empresa de la que tenía conocimiento Churchill y cuya correa de transmisión habría accionado Emery Revés, agente literario del primer ministro británico y aglutinador del grupo de periodistas afines que de tanta utilidad resultarían después a los intereses del declinante mundo democrático.

Antony Jones: «Lo fundamental no es reconstruir sus pasos, sino indagar en los textos y en las posiciones que expresan»

La averiguación no tendría por qué sentar mal a la figura del autor, pero ha levantado ciertas suspicacias, como si abriera un camino incontrolable en el progresivo conocimiento del autor. En una visita a Madrid desde Inglaterra, donde reside, Antony Jones, hijo de Pilar y el nieto de Chaves que ha llevado la voz familiar todos estos años, expresa ciertas reservas hacia el trabajo de Morató, más allá de agradecerle, como al resto de investigadores, «el trabajo de recuperación de la obra de su abuelo». «De la obra», precisa una vez más Jones en una cafetería junto al Ateneo de Madrid. «Lo fundamental no es reconstruir sus pasos, sino indagar en los textos y en las posiciones que expresan, una tarea que aún no ha sido completada», expresa Jones poco antes de señalar que está apoyando «al menos dos proyectos» correspondientes a la etapa en el exilio de su abuelo que aún no revela, además de la película de Bayona. «Habrá noticias pronto, quizá en la Feria del Libro de Madrid», dice ya camino del edificio, donde esa misma tarde presentó un libro de la periodista Mar Abad sobre el gato Fígaro, un felino inspirado en otro real que en los años veinte pobló ese templo laico tan querido por Chaves y por los verdaderos liberales de su generación.

Con todo, es comprensible el interés por todo aquello que rodeó la labor diaria del periodista, seguramente porque no es tan adyacente, y también porque será esa recuperación crítica la que permitirá contextualizar mejor futuros trabajos, estos sí declaradamente adversos al periodista, como el que prepara, también en Renacimiento, Juan Carlos Mateos, que verá la luz ya este año. Mateos realizó en los noventa una tesis doctoral sobre la prensa en la Guerra Civil y localizó por entonces las actas de las reuniones periódicas que mantuvo el órgano de gobierno de Estampa, la editora de Ahora, una vez los obreros se adueñaron de él tras el estallido de la Guerra Civil. Esas actas incluyen declaraciones de Chaves «de claro mensaje procomunista», asegura por teléfono el investigador, que las va a publicar precedidas de un breve estudio. Su objetivo es señalar «la poca coherencia con lo que dice unos meses después en el prólogo de A sangre y fuego de que se fue de España porque era fusilable tanto por los falangistas como por los comunistas. Falso. Por los comunistas, no».

El planteamiento, sin embargo, tiene al menos tres retos por delante. El primero, mostrar que los comentarios de Chaves son tan «definitorios» como señala; el segundo, convencer de que, recién investido por los obreros como «camarada director» tras llevar años trabajando a las órdenes del desposeído editor, actuaba con una libertad mínima; y el tercero y más difícil, probar que eso no le hacía fusilable por cualquiera que le tuviera ganas y pudiera toparse con él en cualquier esquina de una ciudad descontrolada. No parece tarea fácil.

Chaves: un autor que interpela

Muchos lectores han querido ver en él un reflejo de sus propias posiciones, en ocasiones opuestas, respecto a la gran contienda española

Estas novedades, además, pueden ser solo la punta de lanza de lo que está por venir, algo que no sorprenderá demasiado, pues la recuperación de Chaves se ha vinculado a menudo con muy diversos debates. Muchos lectores han querido ver en él un reflejo de sus propias posiciones, en ocasiones opuestas, respecto a la gran contienda española. Pero también ha sido presentado como uno de los precursores del Nuevo Periodismo Americano de Capote, Mailer y compañía, algo incomprensible porque su trabajo, tal y como ha señalado varias veces Garmendia, es más próximo al del artesano que al del artista. Y hasta se le ha considerado pionero de una forma de concebir el oficio, con ciertos elementos de espectacularidad (no olvidemos que ganó el Mariano de Cavia subiéndose al aeroplano de la aviadora Ruth Elder y volando con ella hasta Madrid), que lo aproximaría, a él y al resto de representantes de la Edad de Oro del Periodismo, a la revolución que llevaron a cabo los medios norteamericanos en los sesenta con la creación de las primeras secciones de Estilo. El periodista Ben Bradlee, nombre al que se vincularía dicha revolución, atribuyó este movimiento a que la cultura de América estaba cambiando enormemente y había que contar ese cambio de una manera «interesante, excitante, diferente». De esto sí hay antecedentes en Chaves, de quien Linares dice que llegó a implicarse en la organización de las primeras ediciones de Miss España.

Menos se ha hablado del autor desde una perspectiva internacional, un debate que, cuando se ha dado, se ha centrado en comparar a Chaves con otros epítomes de la defensa de la democracia, como Orwell, por citar el caso más evidente. Sin embargo, la discusión tiene una segunda vertiente, que podría resumirse así: ¿sería Chaves conocido internacionalmente si su país hubiera sido otro? Esa pregunta nada tiene que ver con la reivindicación de un nacionalismo trasnochado, sino con la resignificación de figuras poco valoradas, algunas del entorno del periodista. ¿Cómo es posible que apenas esté empezando a conocerse el mejor perfil que existe sobre Manuel Azaña, el que escribió con una envidiable limpieza de estilo y de intenciones Josefina Carabias, una reportera, compañera por cierto de Chaves, que bien merecería ser reivindicada?

Las razones son múltiples, y habría que comenzar señalando el escaso apoyo que la investigación, sobre todo la que se realiza en el ámbito de las letras, recaba en España. Pero también influye un cierto desinterés europeo hacia los proyectos nacionales, seguramente no muy diferente al que en España se ha dispensado en ocasiones, en este y otros ámbitos, a los latinoamericanos. La reflexión viene al caso, porque nadie con el poder blando de Bayona se había aproximado antes a Chaves y porque, además, hay datos. Según una de las últimas actualizaciones que ha realizado el Consejo Europeo de Investigación, una institución paneuropea que se nutre de fondos de la Unión Europea, del número de proyectos de Humanidades y Ciencias Sociales que financia con sus becas –las más perseguidas por quienes desean realizar una investigación que revolucione un ámbito académico–, apenas 192 (de más de 3.000) son proyectos españoles, por 434 de Países Bajos y 377 de Alemania.

La propia Morató, que anuncia para 2025 un estudio monográfico de Francis Kaye, a menudo despachada como la secretaria de Chaves y en realidad «una excelente redactora de temas de guerra», asegura haber sufrido este proceso. Según menciona en un intercambio de correos, solo logró llevarlo adelante «con autofinanciación y con una ayuda de Europa Creativa, un programa de la Unión Europea para traductores».

En clave interna

Sin embargo, la principal lectura que se sigue haciendo del autor es en clave interna. Y es aquí donde los relatos de A sangre y fuego y, sobre todo, las escasas ocho páginas de su prólogo, cobran protagonismo. Por razones puramente casuales, el trabajo de recuperación de la obra de Chaves que inició María Isabel Cintas empezó a traducirse en libros al mismo tiempo que Abelardo Linares puso tras la pista de Chaves Nogales a Andrés Trapiello cuando ultimaba la primera edición de Las armas contra las letras. Este ensayo repasa el papel de los intelectuales en la Guerra Civil y sus tesis principales son dos: que los escritores de izquierdas de la época perdieron la guerra, pero pasaron inmerecidamente a la historia como figuras culturales de mayor relevancia que los de derechas, cuando sus méritos literarios no habrían sido necesariamente mejores ni sus posiciones públicas más acertadas; y que este segundo mérito habría correspondido a un tercer grupo intermedio del que Chaves habría sido representante principal y a la mayoría de la población, que no habría replicado la irresponsabilidad de sus intelectuales.

No cabría hablar de una Tercera España, pues la estaríamos sosteniendo sobre otras dos que cuantitativamente fueron minoritarias

Esa coincidencia temporal ha marcado desde el principio la labor de recuperación, haciendo que la imagen de Chaves fluctúe entre el icono republicano y el epítome de una España alejada de rojos y azules. No es que Cintas haya defendido una imagen del periodista alternativa a la de Trapiello, que también, sino que el enorme éxito de la obra de este y el papel destacado que le reserva a Chaves dentro de esa eventual Tercera España que compartiría con otros autores que no habrían vencido ni en el frente de las balas ni en el de las letras, como Clara Campoamor, Elena Fortún y Carlos Morla Lynch, ha terminado por beneficiar al autor de A sangre y fuego de los debates en torno a las posiciones de Trapiello. Ha contribuido, en definitiva, a su difusión. Por eso Libros del Asteroide, en un movimiento audaz que buscaba presentar a Chaves como referencia de todas las corrientes templadas a derecha e izquierda, editó su obra completa con sendos prólogos del escritor leonés y de Antonio Muñoz Molina, quien, compartiendo con Trapiello (y con Chaves) que la sociedad no estaba por la guerra, rechaza el término: precisamente porque la mayoría no tenía el encanallamiento suficiente para disparar al vecino y no cabría hablar de una Tercera España, pues la estaríamos sosteniendo sobre otras dos que cuantitativamente fueron minoritarias.

No se trata de una discusión marginal. Juan Antonio Ríos Carratalá, catedrático de Literatura en la Universidad de Alicante, acaba de publicar un ensayo de título deliberadamente polémico, Las armas contra las letras (Renacimiento, 2024). En él, le da la vuelta a la tesis de Trapiello: quienes perdieron, viene a decir, perdieron en ambos frentes. Ríos Carratalá basa su posición en los ejemplos de decenas de «plumillas» y dibujantes que, de 1939 en adelante, o fueron ejecutados, o sufrieron el peso de la burocracia en forma de censura, o fueron perseguidos o tuvieron que renunciar a la escritura. «Si coges a Lorca, a Juan Ramón Jiménez, a Machado y a cuatro más, es fácil decir que ganaron la batalla del recuerdo, pero ¿y todos los demás?», apunta al teléfono, y añade: «Hasta 1939 la situación puede ser algo más ambigua, pero a partir de ese año sí se ve con claridad que hay vencedores y vencidos de forma absoluta, y esto incluye al ámbito de las letras».

Los escritores han sido a menudo el elemento sobre el que se ha discutido una nueva jerarquía moral a la hora de considerar el pasado más problemático

Es otro ejemplo más de que los escritores han sido a menudo el elemento sobre el que se ha discutido una nueva jerarquía moral a la hora de considerar el pasado más problemático. Precisamente Muñoz Molina elogió en su discurso de ingreso en la Real Academia Española, allá por 1995, a una de esas figuras que desde la óptica de Trapiello pierden relieve, Max Aub, un escritor que se exilió en México en 1939, visitó treinta años después durante tres meses su país y acabó destilando esa experiencia en un relato brutal sobre el dolor de quien se sabe invisible en un lugar que ya no es el suyo. Mientras que para el primero Aub representa el duro ejemplo de quien se quedó sin patria (y, por supuesto, sin lectores); para Trapiello simboliza al autor «preso de prejuicios y razones históricas» al pertenecer «a una de las dos Españas» e incapaz por tanto de presentar una visión certera de los grandes dramas del país. Una situación que refleja que las discrepancias de fondo sobre la Guerra Civil y el exilio no son menores.

Estos planteamientos afectan de lleno a la recepción de Chaves, un escritor que atrae a lectores de todas las tendencias por la libertad de espíritu y de juicio que expresan sus textos, pero también porque su adscripción ideológica no es obvia, lo que ha llevado a muchos admiradores a reflejar en él sus propias posiciones. Esa actitud es precisamente la que los principales investigadores han impugnado, subrayando que ni todas las lecturas son válidas ni debe abandonarse la tarea, más bien prosaica, de continuar con la localización y correcta contextualización de sus textos, un objetivo este segundo al que esperan que la adaptación de Bayona, que en palabras del nieto de Chaves buscará retratar el carácter universal de las guerras presente en los relatos, se adhiera.

En realidad, poco más haría falta con Chaves que aplicar la regla periodística básica que dice que primero los hechos, que son los mismos para todos; y luego las interpretaciones válidas, que siempre son más de una, pero nunca infinitas.

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