Sociedad

El relato moral del espectador ante ‘La sociedad de la nieve’

La durísima historia que recoge Bayona en ‘La sociedad de la nieve’ muestra en sus protagonistas un ejemplo de comunidad bien gestionada.

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07
febrero
2024

Termina la película y nadie se levanta. Se hace el silencio. Los diez minutos de créditos sirven de homenaje a los fallecidos y a los supervivientes de los Andes. Durante las dos horas previas, se han experimentado sensaciones intensas, a pesar de que sea una historia ya conocida. Pero esta vez, uno se siente más interpelado a reflexionar existencialmente sobre lo que se acaba de ver. La sociedad de la nieve ha servido de oportunidad para entender mejor las claves de lo sucedido porque las enseña desde dentro. El hiperrealismo de la película produce perturbación y un pequeño trauma temporal durante unos días, pero también un impulso para la reflexión y el reseteo interno. Ese es el verdadero poder de la ficción: transformar la psique humana.

Bayona señala que los supervivientes de los Andes necesitaban que se volviera a contar su historia para cambiar el relato sobre quiénes fueron los héroes. Asimismo, cada espectador necesita construir un relato propio para entender lo sucedido. Desde que se sale del cine, muchos comienzan a experimentar una serie de rituales en bucle como buscar información sobre el accidente, escuchar de nuevo los testimonios de los supervivientes, leer más sobre la historia o generar debates entre amigos sobre cómo fueron capaces de tolerar tanto malestar.

Aunque cada protagonista se relacionara con el miedo, el sufrimiento o la incertidumbre de manera diferente, había unos factores comunes para convivir mejor con la desesperanza

En esta búsqueda, se confirma que la función básica de los humanos es sobrevivir, como señala el profesor Francisco Mora, ya que estamos programados para ello. Aunque cada protagonista se relacionara con el miedo, el sufrimiento o la incertidumbre de manera diferente, había unos factores comunes para convivir mejor con la desesperanza. Todos anhelaban ser rescatados para recuperar una vida que apreciaban. Se intuía la ilusión por la etapa adulta aún en construcción o la rebelión ante la posibilidad de morir por el sufrimiento que iban a ocasionar a sus familiares.

A veces, una simple conversación sobre el asado que se iban a comer el año siguiente por esas fechas o los momentos nocturnos jugando a hacer rimas poéticas les servía para evadirse de la realidad. Los relatos entre los espectadores señalan la admiración ante la capacidad de esas mentes jóvenes para encontrar soluciones cuando ya dependían de ellos solos, fijándose en desafíos diarios sin perder la perspectiva realista de la situación en la que se encontraban. Aunque tuvieran más o menos certezas de que llegaba el deshielo y era el momento de que algunos partieran, el no saber a lo que se enfrentaban les hizo aceptar ese riesgo, porque, a veces, el no saber también protege.

Pero la película deja claro que no se sobrevive solo con cuestiones genéticas, enfatizando el relato moral de sus protagonistas. El instinto de supervivencia individual no es suficiente si no se acompaña de un equipo solidario que busque la supervivencia de todos. Fueron un ejemplo de comunidad bien gestionada. Se notaba en cómo derretían la nieve para beber, se organizaban para almacenar y gestionar el alimento, distribuían las tareas y las funciones, iban alternando el lugar para dormir o preparaban las mejores ropas para la expedición. Los estragos que se vivieron de puertas para dentro de ese avión se sobrellevaron mejor al pensar que ninguno se salvaba solo, a la escucha activa y consciente de las necesidades de los demás, a dejarse cuidar, a la compasión y a la seguridad de pertenecer a un grupo de amigos fieles y cómplices.

El instinto de supervivencia individual no es suficiente si no se acompaña de un equipo solidario que busque la supervivencia de todos

Todos cubrían una función, aunque no estuvieran haciendo nada. Los que se sentían más fuertes encontraban un sentido ayudando a los más débiles. Pareciera que, en esa sociedad, no existía una jerarquía tan rígida, como Maslow apuntaba en su teoría de las necesidades. Y sin duda, lo que se más se ha colado en las conversaciones son los dilemas éticos sobre la manera de alimentarse y cómo cada uno lo interpretaba según su propio conflicto de valores.

Impresionan esos debates largos y profundos entre chicos tan jóvenes sobre el respeto a la individualidad, el valor que se da a la vida, a las formas en cómo se quiere morir, a la espiritualidad, a las consecuencias de sus decisiones… Y uno se pregunta qué cimientos morales, educativos y éticos sostenían estos debates que ahora suenan tan lejanos. Sobrecogen los momentos en que las víctimas se despedían de sus amigos transmitiendo la necesidad de contar a sus familias lo que allí había pasado. Esto choca con la cultura actual que minimiza la importancia de la preparación para la muerte y el duelo del después.

La sociedad de la nieve refleja un mundo que parece irreal hoy en día. Quizás por eso conmueve tanto. Tras verla, nadie se queda en un rol pasivo. Las emociones que provoca obligan al espectador a ordenarlas en un relato reflexivo que ayude a construir un mundo diferente para sobrevivir.

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