Cultura

«El matrimonio es una institución bajo acoso»

Fotografía

Coco Dávez
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27
diciembre
2023

Fotografía

Coco Dávez

Desde que en 2019 publicara ‘Estaciones de regreso’ (Círculo de Tiza), donde relataba en primera persona el duelo que siguió al asesinato de su hermano Roque, joven empresario asaltado y tiroteado en 2012 en la capital de Angola, el reconocimiento del pulso narrativo de Jacobo Bergareche (Londres, 1976) por parte de la crítica y de los lectores ha sido casi unánime. A esa «no ficción pura», como la denomina el autor en conversación con ‘Ethic’ en la librería La Buena Vida de Madrid, donde mantuvo este mes un encuentro con lectores, siguió en 2021 ‘Los días perfectos’, ficción en formato epistolar centrada en las posibilidades y límites de un matrimonio. Sobre ambos temas, duelo y vida conyugal, vuelve ahora en ‘Las despedidas’, novela que, como la anterior, publica la editorial Libros del Asteroide.


En este libro hay superación del duelo e inquietud por la vida conyugal a partes iguales, ¿buscabas algún tipo de síntesis de ambas experiencias?

Lo que verdaderamente me interesaba era la fragilidad del duelo, en el sentido de que hace posible que alguien entre en tu vida. Decía el poeta Luis Rosales que las personas que no conocen el dolor son como iglesias sin bendecir. Cuando se te muere alguien tienes que aprender algo muy importante, a despedirte, y en ese proceso quienes menos te sirven son los que están a tu alrededor, porque a menudo están como tú, tratando de entender.

Ese aprendizaje al que te refieres lo persigue el protagonista, que también pasa por un duelo, en el Burning Man, un festival que se celebra cada año en el desierto de Nevada.

Sí. Hay un libro de Sara Torres [Lo que hay, Reservoir Books, 2022] que cuenta muy bien cómo es el proceso por el que, en medio de un duelo, dejas entrar a gente en tu vida. A veces hasta puede aparecer una mujer, un amor. Y es comprensible, porque en el fondo lo que quieres es que alguien te ayude a ordenar las cosas y las ideas. Me apetecía explorar eso y el Burning Man era el lugar perfecto para posibilitar ese encuentro del protagonista.

¿Hay avances y retrocesos a la hora de gestionar el duelo o siempre va todo a mejor?

Depende. En mi caso, solo ha habido avances, comprensión, pero hay gente que se atasca y no deja irse a los muertos. Lo fundamental es que te permitas olvidar, que aceptes que no recordar a diario no es una traición; que, en definitiva y a diferencia de lo que dice el poema de Pedro Salinas, el dolor no es la última forma del amor. Hasta que no haces esa operación, es muy difícil recordar sin dolor a un muerto al oír una canción que a los dos os gustaba o al reconocer un rostro en la calle que se parece al suyo; pero cuando la haces, los muertos saben encontrar esos caminos de vuelta.

«Lo fundamental [en el duelo] es que te permitas olvidar, que aceptes que no recordar a diario no es una traición»

En la novela el protagonista no solo debe gestionar una muerte, también un matrimonio. El retrato que haces de la vida conyugal ya lo conocemos: individuos que no discuten demasiado, pero se pliegan sobre sí mismos y van por libre. Es una imagen muy real. ¿No literaturizar el matrimonio es algo importante para ti a la hora de abordarlo narrativamente?

Seguramente, pero creo que es más sencillo: ese tipo de parejas son las que conozco. El matrimonio, que es una institución antiquísima, más vieja que la propia Iglesia, está hoy bajo acoso, en parte porque durante los últimos dos siglos, desde que se creó el amor romántico, una de las preguntas principales que nos hacemos es qué hacer con nuestro deseo: cómo encauzarlo, domesticarlo, ponerle límites o transgredirlo. Hace poco leía que España es uno de los países con más divorcios. Estoy convencido de que el vivir o no la mayor parte de tu vida con la misma persona es un problema que preocupa a, por lo menos, la mitad de la población.

Me refería a que, si pensamos en enfoques canónicos del tema, como el de Bergman en Secretos de un matrimonio, todo es mucho más locuaz que en tu novela, donde la consigna ambiental parece ser mejor no hablar y de ese modo nos evitamos líos.

Es que el personaje principal cree que lo mejor es negociar consigo mismo qué hacer. Como Ulises, ha de pensar cómo volver a casa después de que una experiencia haya cambiado su vida. Vivir es fácil, pero sobrevivir a lo vivido es arduo. Y este personaje y otros que he construido están en ese negocio.

«Estoy convencido de que el vivir o no la mayor parte de tu vida con la misma persona es un problema que preocupa a, por lo menos, la mitad de la población»

El matrimonio entendido en un sentido tradicional, es decir, como institución que compromete a los cónyuges mutuamente a futuro, ¿debe subsistir?

Sí, sin duda, sobre todo porque no hay alternativas mejores. El poliamor me parece una engañifa; la soledad es terrible; y, si eso fuera poco, el deseo, con la edad, se erosiona. Hay no pocas razones para vivir acompañado, por más que se necesite esfuerzo para superar la dictadura sexual a la que todos estamos sometidos. Eso y aceptar que a partir de cierta edad lo que ya eres es lo que vas a ser siempre es lo más complejo en una pareja. Con veinte y treinta años piensas que vas a ser otra persona; pero a partir de los cuarenta te das cuenta de que de eso, nada.

El narrador es una especie de observador neutro que tiene acceso al flujo de conciencia del protagonista. ¿La elección de ese narrador es consciente? ¿Qué buscabas?

Totalmente consciente. Es lo que en teoría literaria se llama una falsa tercera persona, que en realidad es una primera persona disfrazada de tercera, porque al final todo se está contando desde la mirada de ese personaje. Creo que el ejercicio me permitía tomar algo de distancia de lo narrado y, por otra parte, apuntar [críticamente] a cierta inflamación del yo. Los escritores se confunden demasiadas veces con sus narradores. Me parecía que en este tercer libro era ya importante separarme no solo del personaje, también del narrador.

A propósito de esta distinción, ¿en Estaciones de regreso hay una identificación de los tres elementos? ¿Era una no ficción?

Sí, entonces hice un relato totalmente biográfico; no era autoficción. Y Los días perfectos, pese a ser ya una ficción, como es una carta, está todavía escrita muy desde el yo. En este sentido, es una técnica que me ayuda a desaparecer para poder construir personajes a los que no les debo nada.

¿Te sientes un escritor extramuros? Pregunto porque no solo trabajas como escritor o en actividades narrativas como el columnismo o la escritura de guiones. También eres productor audiovisual.

Me lo pregunto a menudo, aunque ni siquiera sé si quiero ser solo escritor, porque mi trabajo como productor me encanta. Siempre saco la misma conclusión: llegué muy tarde a la literatura, con más de 40 años, pero eso, que a lo mejor no parece muy positivo, en realidad lo es. Me refiero a que si cuento algo es por necesidad, no porque me haya autoimpuesto la obligación de vivir de la escritura. En ese sentido, ya soy libre.

Decir eso sí es un poco extramuros, ¿no? Pocos escritores afirmarían que su libertad no está vinculada con la escritura.

Para ser poeta tal vez sea importante ser joven, pero para ser novelista me parece que es mejor estar un poco bregado. Creo que pellizcas más. Decía Schopenhauer que los primeros cuarenta años te dan el texto de la vida y los treinta siguientes, el comentario. Yo estoy ya en el comentario.

¿Haber sido padre joven te hace sentirte también un poco al margen de otros escritores de tu generación? En parte debido a ese hecho biográfico, tus preocupaciones son otras.

Sí, que mis hijas estén ya en la universidad es un elemento diferenciador, pero hay otras facetas que también concurren: la de empresario o la de tipo al que le va la tecnología. Si soy escritor es por la muerte de mi hermano, pero no escribo de oídas: antes ya me habían pasado muchas cosas.

Lo mencionaba porque temas habituales en escritores de tu generación o solo un poco más jóvenes como la precariedad, la maternidad o la búsqueda de identidad en nada entroncan con tu literatura.

Cada uno nos ocupamos de lo que nos preocupa. Yo ya tengo mi familia hecha y una trayectoria profesional, y realmente me aburre mucho esa literatura centrada en la identidad, la ideología o el activismo. Ni me la creo ni estoy en ella.

¿Cómo se detecta a ese tipo de escritores?

Hay todo un conjunto de temas, como el feminismo, el ecologismo, el anticapitalismo, la identidad o la identidad sexual que a menudo se cuelan en la literatura desde una pretensión propagandística o pedagógica.

«La literatura es el patio de recreo donde se juega y donde uno explora cosas que ni siquiera entiende»

Podrían replicarte que, del mismo modo que tu experiencia con el duelo es personal, otras experiencias vinculadas con esas realidades que mencionas también lo son.

Y estaríamos de acuerdo en que tienen razón siempre y cuando no pongan la literatura al servicio de una causa. La literatura es el patio de recreo donde se juega y donde uno explora cosas que ni siquiera entiende; si la sometemos al pensamiento que consideramos correcto, no vamos a llegar a un lugar nuevo.

¿Qué ayuda a un escritor a no caer en la propaganda?

Escribir desde el ser y a partir de ahí ir explorando algo nuevo. El escritor propagandista no llega a ningún sitio, no trasciende, está continuamente de vuelta consigo mismo.

La consigna principal de esta novela, explicitada un par de veces, es que las despedidas han de ser cortas y las bienvenidas, largas. Esta última parte suena a réplica a un mundo en el que parece que nunca atendemos del todo a lo que se nos ofrece.

En realidad, quería reflejar que las despedidas son una forma de agonía terrible: alguien se va y tienes que aceptarlo, prepararte para ello y decir las palabras que se dicen en ese momento. Eso genera una ansiedad límite, por lo que conviene ser expeditivo. Y con las bienvenidas pasa lo contrario: algo o alguien entra en tu vida y eso exige una celebración porque es una forma de ensancharla.

Lo comentaba porque en alguna parte utilizas la expresión «horas sin horario». ¿Hay una experiencia del tiempo común en tus libros?

Me gusta pensar que sí. En general trato de oponer siempre el eje cronológico del tiempo, el puramente lineal, al eje de la intensidad. El que más me interesa es el segundo, el vertical, porque me creo eso que dijo William Blake de que las horas de la locura se miden con el reloj, pero las de la sabiduría ningún reloj las puede medir. El tiempo no es solo lo que va desde las doce a la una; es algo más que el desplazamiento de un par de agujas en la pared.

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