Cultura

‘Nada’, esperanza entre la miseria

En el año en que se celebra el centenario de Carmen Laforet, la autora que consiguió romper los moldes de género y revolucionar las letras españolas tras la posguerra, repasamos su novela más celebrada, una muestra una España llena de miserias y los infortunios que esconden las relaciones humanas.

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Marina Romera
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11
octubre
2021

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Marina Romera

En este 2021 de centenarios –como testimonian los de Luis García Berlanga, Fernando Fernán Gómez, Astor Piazzolla o Patricia Highsmith– hay uno que parece transcurrir tan discretamente como lo hizo la vida de su protagonista: el de Carmen Laforet. Con apenas 23 años de edad, la escritora consiguió convertirse en la primera ganadora del Premio Nadal con Nada, una novela que –consiguiendo sortear la censura– narraba sin escrúpulos las miserias de la posguerra en su reflejo de unas relaciones familiares enturbiadas por la pobreza, los celos y la revancha.

De hecho, no es que Laforet fuera la primera autora –mujer– en conseguir el premio Nadal; es que fue, simple y llanamente, la primera persona en hacerlo. En 1944, parte de los escritores que formaban la redacción del semanario Destino crearon el premio como homenaje póstumo a Eugenio Nadal, su redactor jefe fallecido ocho meses antes. Cuando se anunció el nombre de la ganadora, el 6 de enero de 1945, nadie sabía quién era la misteriosa ganadora que había batido a todos los grandes nombres de la época.

‘Nada’ narra sin escrúpulos las miserias de la posguerra en su reflejo de unas enturbiadas relaciones familiares

Nada cuenta la historia de Andrea, una joven de veinte años que acaba de quedar huérfana a causa de la Guerra Civil y se muda de Madrid a Barcelona para vivir con el resto de su familia. La pobreza y las complicadas relaciones entre sus tíos y su abuela enturbian la vida de la protagonista, quien madura al tiempo que aprende que el mundo exterior tiene mucho más que ofrecer de lo que ella piensa, incluso en plena posguerra.

Curiosamente, la propia Carmen Laforet consideraba la novela llena de fallos e inmadura, propia de la edad con la que la escribió. Siempre negó el contenido autobiográfico –ella también fue una mujer de veinte años que estudiaba en Barcelona, pero en circunstancias muy diferentes a las de Andrea– y gustó de mantenerse en un segundo plano en el que renegaba de la pompa que suele acompañar la gloria literaria.

Pero, a pesar de las pegas de su propia autora, hay en Nada una sabiduría de su edad: escribe desde muy lejos, de una forma más mayor y más madura de lo que era en el momento de vivir los hechos, pudiendo explicárnoslos precisamente porque ahora los entiende gracias a la experiencia. Nada habla con una sensibilidad actual a través de la certera descripción que hace de la violencia machista. El personaje de Gloria es una mujer maltratada, pero hace falta el punto de vista externo y nuevo de Andrea, la protagonista, para descubrirlo. La complicidad silenciosa de su entorno inmediato, que se niega a ver lo evidente, permite una situación que para un observador externo –o actual– resulta insoportable.

La novela trata la violencia machista con una sensibilidad cercana a la actual

No obstante, las desigualdades propias de la posguerra y la huida de Andrea, que deja atrás a su familia, atrapada en los mismos problemas que al principio de la novela, aunque no sea tan ajena a los jóvenes de su misma edad en la actualidad, es muy diferente. Como todos los clásicos, Nada vive una segunda vida más allá de las páginas del libro: en fecha tan temprana como 1944, el mismísimo Edgar Neville, figura clásica del cine y el teatro español, la adaptó al cine, encontrándose con los cortes de la censura que no había sufrido el libro. Este año, como parte del centenario de la autora, el dibujante Claudio Stassi la adaptó al cómic. Y la escritora Elvira Lindo prepara, ahora, el guión de su futura adaptación a serie de televisión.

Por otra parte, Nada tiene para Laforet la desventaja de su importancia. Aparentemente, el éxito y la influencia de la novela ha borrado toda la carrera posterior de una escritora que, como solía ocurrir en el franquismo, acabó relegando su vida profesional en beneficio de una existencia puramente familiar y personal; ella, que precisamente había denunciado sutilmente ese tipo de hipocresías.

Laforet publicaría en vida tres novela más: La isla y los demonios, en 1952; La mujer nueva, en 1955, y La insolación, en 1963. A ello se sumarían, además, varias recopilaciones de relatos. En su obra se mantiene el gusto por los ambientes opresivos que no admiten que lo son y las relaciones familiares turbias que se intentan rescatar mediante el amor pero, sobre todo, por la memoria de una España en blanco y negro en la que la juventud sobrevivía porque, al fin y al cabo, no tenía otro remedio.

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