Ciudades

¿El fin de la arquitectura fea?

Architectural Uprising es un movimiento social que reivindica la arquitectura tradicional y que está impactando en el actual diseño de espacios de convivencia en numerosas ciudades.

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19
septiembre
2023

Las ciudades crecen a un ritmo trepidante, y cada vez son más los edificios antiguos que se derriban para edificar otros nuevos, más funcionales y adaptados a los avances tecnológicos. Vidrio, hormigón y futuristas estructuras de líneas arriesgadas y volúmenes casi imposibles. La arquitectura moderna asegura seguir las tendencias estéticas y las necesidades de los usuarios de los edificios. Pero ¿son realmente estéticos los nuevos edificios que están cambiando la configuración de las metrópolis actuales?

En opinión del sueco Michael Diamant, nada más lejos de la realidad. Este licenciado en urbanismo, harto de lo que considera un atentado estético que se comenzó a perpetrar a finales del pasado siglo, decidió abrir un grupo en Facebook en 2014 llamado Architectural Uprising. ¿Su objetivo? Reivindicar un regreso a los cánones clásicos de la arquitectura y derrocar para siempre la dictadura de la arquitectura «modernista» y «fea».

Podría parecer uno más de los muchos cantos al sol que tantos ciudadanos deciden emprender utilizando las redes sociales. Pero resulta que el grupo de Facebook creció y comenzó a replicarse en otros países hasta llegar, en la actualidad, a más de 100.000 seguidores en 40 países distintos.

En cualquier caso, a pesar de lo «renovadora» que pueda parecer esta corriente de opinión acerca de los modelos arquitectónicos de nuestras ciudades, el tradicionalismo arquitectónico viene de lejos. Surgió en los Países Bajos en la primera mitad del siglo XX como reacción contra el funcionalismo que se comenzaba a aplicar a los edificios en detrimento de la estética. Architectural Uprising toma el relevo de aquel tradicionalismo y utiliza el gusto popular, movilizándolo sin pensar tanto en las cuestiones técnicas de la arquitectura. 

La clave de su éxito está en los memes que publican en redes sociales con fotos del «antes» y el «después» de la remodelación de una zona urbana

La popularidad que está teniendo el movimiento ha logrado hitos sorprendentes. El mismo año en que se creó, un prestigioso estudio de arquitectura noruego vio cómo su proyecto para la renovación de un espacio de uso mixto en un barrio de Oslo era rechazado por las comisiones de Construcción y Gestión del Patrimonio Cultural del municipio. El motivo aducido fue que el proyecto era totalmente discordante con el estilo escandinavo tradicional predominante en el barrio.

Los activistas de Architectural Uprising lograron, sin apenas hacer ruido, una victoria que refrendarían 9 años después, cuando el estudio de arquitectura presentó un proyecto totalmente novedoso por ser reflejo de los estilos arquitectónicos tradicionales del barrio. 

El movimiento social ha continuado creciendo, logrando que la voz de la ciudadanía sea escuchada en igual medida que la de arquitectos, burócratas y promotores inmobiliarios a la hora de diseñar entornos urbanos.

La clave de su éxito está en los memes que publican en redes sociales con fotos del «antes» y el «después» de la remodelación de una zona urbana. En nuestro país, no son pocas las voces que vienen reclamando desde hace tiempo una revisión profunda de los motivos que llevan a que muchas ciudades del territorio no sólo vean cómo desaparecen de sus calles bellos edificios históricos, sino cómo, además, son sustituidos por lo que Architectural Uprising califica de arquitectura «fea». El ejemplo que ponen, en muchas ocasiones, es el de las grandes extensiones de viviendas de protección oficial que parecen más un laboratorio de ladrillo que espacios para la convivencia. 

Más allá de la controversia que puede suponer el regreso al pasado en lo estético que propone Architectural Uprising, hay otras cuestiones que han provocado críticas al movimiento. Muchos arquitectos señalan que la importancia de las nuevas edificaciones debe ir más allá de lo estético y atender a cuestiones como el cambio climático o los estratos socioeconómicos de los ciudadanos. Solo de esta manera, aseguran, será posible lograr comunidades cohesionadas que, además, se vean apoyadas en la necesaria lucha contra el deterioro medioambiental. Para estos críticos, mantener estéticas de siglos anteriores no permite que los edificios se adapten a estas necesidades. Los estilos arquitectónicos contemporáneos no priman la estética, sino una funcionalidad que busca el beneficio del conjunto de la sociedad. 

Entre la beligerancia de Architectural Uprising y sus seguidores y la tenacidad de los defensores de una arquitectura que roza lo futurista, siempre será posible encontrar un término medio. No derruir edificios históricos, sino adaptarlos a la habitabilidad y las exigencias ambientales actuales. Construir sólo los edificios estrictamente necesarios respetando en la medida de lo posible la estética de la zona circundante. Por supuesto, es imprescindible escuchar a los ciudadanos. Pero es posible hacerlo y respetar sus preferencias utilizando los avances tecnológicos que permitan a las ciudades crecer con cierta armonía.

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