Ciudades

La gentrificación verde (o como se pasó de los ultramarinos al ‘brunch’)

Las problemáticas relacionadas con la contaminación y el cambio climático han instado a las grandes urbes a convertirse en espacios más sostenibles y habitables. No obstante, al mismo tiempo, la inequidad social ha encontrado una brecha por donde colarse entre las políticas urbanísticas verdes, creando una paradoja.

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06
junio
2023

En 1976 se aprobó el Pla General Metropolità (PGM), el esqueleto del planeamiento urbanístico sobre el que se ha sostenido Barcelona desde la Transición, si bien las problemáticas de entonces distan de las actuales: niveles insostenibles de contaminación, el acecho del cambio climático o la dificultad de acceso a la vivienda, herencia de la crisis que estalló en 2008. 

En la década del 2010, sin embargo, comenzaría a dibujarse la pacificación de la capital catalana, como ejemplificó la remodelación de la zona industrial de Poblenou en pro de parques y espacios verdes. En este sentido, una de las apuestas más sonoras para propiciar una ciudad más verde ha sido la creación de las llamadas superilles (o superislas), que constituyen amplios espacios de peatonalización para el uso vecinal. Según un estudio de la Agencia de Salud Pública de Barcelona (ASPB), con las superilles, la ronda Sant Antoni ha rebajado un 25% los niveles de NO2 y un 17% de las partículas PM10, razón por la que instituciones como la OMS han instado a otras ciudades a seguir el modelo.

Ahora bien, la idea de crear ciudades más habitables para los ciudadanos se ha convertido en un arma de doble filo que puede acabar destrozando el propio tejido vecinal al que pretende favorecer. En la última década, en el ya mencionado distrito de Poblenou, el precio por metro cuadrado de las compraventas de viviendas registradas ha aumentado casi en 3000 euros: ha aumentado el número de población con estudios universitarios y con ello el nivel de la renta. El proyecto 22@, bajo el que el Poblenou ha visto transformado su carácter industrial en avenidas pacificadas, espacios verdes e infraestructuras modernas, ha generado a su vez un desplazamiento de los propios vecinos: es la llamada «gentrificación verde».

La sustitución de la población autóctona

El concepto general hace referencia a «una sustitución de población de clases populares por gente de clase media o clase media alta», según la definición de José Mansilla, investigador, doctor en Antropología Social y miembro del Observatorio de Antropología del Conflicto Urbano (OACU). Tal como explica, «si añadimos adjetivos al concepto, estos concretan el motivo por el cual sucede. En el caso de la gentrificación verde, sería una forma especial de dinámica de gentrificación en la cual el incremento del precio y, por tanto, la sustitución del grupo o del colectivo poblacional, no se debe tanto a una bajada –o desinversión– de las características del territorio, sino a unas mejoras».

Con las ‘superilles’, algunos espacios barceloneses han llegado a ver rebajado hasta un 25% los niveles de NO2

En estos casos, las políticas públicas municipales verdes pueden llegar a propiciar –involuntariamente o sin participar directamente en el proceso– que la población autóctona de un barrio obrero sea reemplazada por personas con rentas más altas, las cuales acuden a estos barrios precisamente por su atractivo natural y su mayor habitabilidad. De este modo, el precio de la vivienda sube y la especulación inmobiliaria surge su efecto: las clases medias-bajas no pueden hacer frente al incremento, lo que causa la combinación perfecta para un éxodo de clase (y, por tanto, un barrio gentrificado). 

Aunque Mansilla señala que es imprescindible considerar la gentrificación como un total de factores. «Se considera poco completo hacer una identificación única y exclusivamente vinculada al tema de la vivienda. Es un cambio general. Es decir, si se produce un cambio en la vivienda, también se produce un cambio en el tipo de uso del espacio público o un cambio en el paisaje comercial. Se produce también un cambio, por ejemplo, a nivel sociopolítico, del tipo de ideología que está vinculado a un territorio», explica. 

El caso de Poblenou es flagrante: el 22@ ha generado un efecto llamada de empresas a la zona, principalmente tecnológicas y de innovación, lo que ha causado que el barrio haya perdido su carácter industrial para convertirse en una suerte de barrio start-up. La especulación inmobiliaria y el afincamiento de personas más cualificadas y con mayor poder adquisitivo ha acabado asfixiando a la población de clase media-baja, desplazada a otros distritos de la ciudad con una calidad de vida más precaria: más ladrillo, más carretera, menos verde y, en consecuencia, menos salud.

Gentrificación verde, ¿expulsión segura?

Si bien la comunidad científica avala la pacificación de grandes urbes como método para rebajar la contaminación y aumentar la calidad de vida de los habitantes, aún es necesario terminar de ver el encaje para que una ciudad sostenible no sea sinónimo de injusticia social. Isabelle Anguelovski, especialista en planificación urbana, ha coordinado una investigación con el ICTA donde trabaja los efectos de la gentrificación verde. Lo hace con el proyecto GreenLulus (o Green Locally Unwanted Land Uses; en castellano, «uso local del suelo verde no deseado»). 

A raíz de este estudio es posible observar el proceso de gentrificación verde en ciudades estadounidenses como Seattle o Boston de una manera más clara, todo debido a la falta de «políticas públicas» que contrarresten la especulación. Sobre la capital catalana –no exenta de este proceso, al igual que otras ciudades europeas–, si bien las políticas públicas tienen más solidez, la gentrificación verde es un hecho. Y la acción pública es esencial, pues tal como señala Mansilla, «parar esto depende de la política, y esta depende de la correlación de fuerzas». 

Para que las clases populares puedan seguir viviendo en sus barrios, el doctor en antropología no cree que dejar de generar espacios verdes sea una solución: «Todos nos merecemos vivir en el mejor de los barrios. Si hay que elegir por dónde empezar esas mejoras pues, evidentemente, comencemos por los barrios donde la gente vive peor. Y después implementemos las herramientas que tengamos a nuestra disposición para que eso sea así para la gente que vive ahora allí, no para que lo disfrute la gente del futuro».

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