«Leer, cuando estás exudado de trabajo, se convierte en un privilegio del tiempo libre»
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La escritora Katya Adaui (Lima, 1977) se ha convertido en los últimos años en una de las principales voces de la literatura en castellano. Acaba de regresar al panorama literario con una nueva novela, ‘Quiénes somos ahora‘ (Literatura Random House). Conversamos sobre sus libros, su mirada literaria y vital y su recorrido. «Siempre tuve claro que quería escribir. Fue algo muy importante para mí. Vengo de padres con oficios relacionados con el lenguaje», cuenta. «No es que hubiera bibliotecas ni muchos libros en mi casa, pero para mí ya era importante desde mi infancia entender, quería saber qué había ahí», señala.
Entonces tu vocación tuvo como raíz la observación del oficio de tus padres.
Sí, aunque debo decirle que ellos para nada se dedicaban a la literatura. Mi papá era un gran lector de Agatha Christie, mi madre lo era de la Biblia. Pero leer concentrada y obsesivamente, hacer una cosa por vez, seguro que lo aprendí de ellos. Y ganarle tiempo al trabajo. Porque leer, que debería ser un derecho, cuando estás exudado de trabajo, se convierte en un privilegio del tiempo libre, cuando en realidad es el ocio lo que necesitamos para crear. ¿Por qué los niños crean? Porque tienen ocio. Entonces, cuando tuve tiempo de ocio lo dediqué para poder leer muchísimo, porque, además, viniendo de un hogar complicado, leer era mi refugio, me permitía no estar estando. Leer lo que hace es crear una cápsula de abstracción en la que debes pactar con estos mundos que se van creando. Este proceso necesita tiempo y dedicación, silencio, y no ser frecuentemente interrumpido. Ahora vivimos el tiempo de la alerta. Una alerta antes era una amenaza de bomba. Ahora es un simple correo que haya podido llegar. Estamos dominados entonces por la inmediatez que nos exige ir contra la interrupción, entrar en un estado de fluido.
Regresando a tu literatura, ¿cuál es la razón de que la familia esté archipresente en su obra?
La familia también entendida como los vínculos extendidos. Al principio, yo trabajaba sobre los vínculos en la familia nuclear, pero una familia nuclear donde no entre nadie se puede convertir en una zona de muchísima autoridad o de dictadura. Entonces he abierto el concepto de familia a la «familia extendida», a los conflictos entre amigos, vecinos, primos, tíos y sobrinos lejanos, y sobre todo al vínculo amoroso, que es una amistad. La amistad puede terminarse o bien por desencanto a lo largo de los años o bien por una traición. Ante el caso de traición puede ocurrir que se deba perdonar o que debamos pedir perdón. Porque una puede pedir perdón, pero eso no significa que el otro necesariamente vaya a perdonar. Pienso siempre en ese instante en el que todo va a cambiar y lo va a hacer para un grupo muy pequeño. No grupos grandes ni cosas corales, sino en los espacios de intimidad. Aprendí ese mundo, que es el que me gusta reflejar en mis libros: clase media venida a menos que intenta volver a encontrar su lugar en el mundo. Ya que, además, me muevo entre dos países que están perdiendo sus clases medias. Me refiero, además, a clases medias muy trabajadoras, no a sobrevivientes de herencias, sino de oficio, de mucho oficio, casi no universitario.
«Leer lo que hace es crear una cápsula de abstracción en la que debes pactar con estos mundos que se van creando»
Claro, entiendo entonces que la familia, para ti, no se limita al vínculo de sangre, sino que se extiende hacia donde y hacia quienes trazamos sentimientos
Así es. Qué lindo eso que acabas de decir, «hacia donde trazamos sentimientos». Porque nunca nos movemos solamente en el ámbito de lo particular, sino que todos los días salimos y damos la cara al mundo. Y en ese recorrido nos encontramos con gente que atestigua nuestra bondad y nuestro desprecio. Esta es la escritura que a mí me interesa, el recorrido íntimo por la cartografía familiar en el instante en que se vuelve siniestra. Este término que acuña Freud, lo siniestro, en qué momento lo familiar pasa a convertirse en un territorio de lo desconocido. Aquí sucede mucho que sales a la calle y de pronto están arreglando las pistas en época preelecciones. De pronto, tu mismo desplazamiento a pie se convierte de pronto en una zona tomada por granadas y debes reubicarte espacialmente. A nuestra edad es fácil, pero un anciano que sale se convierte en todo peligros. Escribo también sobre envejecer, sobre infancia, sobre la crueldad en la infancia, en la senectud; escribo también sobre la crueldad de los ancianos… No doy nada por sagrado ni por seguro.
La crueldad y abusos de los ancianos, que casi nunca se menciona en lo público, es un tabú social, que se llevan incluso a esconder. ¿Cuál es la razón de su esfuerzo por destacarla?
No necesariamente por acumular tiempo de vida eres más sabio. La gente mala se perfecciona con el paso del tiempo. Siempre es más difícil ser bondadoso, pues hay precios que hay que pagar por decir la verdad, por ser amable, etc. Hay que hacer la cola, ponerse en fila de espera… Y no es que diga «los ancianos» porque, por supuesto, hay gente mayor que únicamente está siendo egoísta en tanto a que devuelve lo que ha recibido a lo largo de su vida. Recuerdo que cuando era niña mi sensación era que «todos vamos a envejecer». O sea, yo no me voy a burlar de la vejez, porque yo voy a llegar a esa edad. Era consciente de que no estaba precisamente rejuveneciendo. Cuando eres consciente de que los años pasan te das cuenta de tus privilegios y te das cuenta de cómo no abusar ni aprovecharte de ellos. Hablo de mi país, del hecho de ser blanco, de tener ojos claros… No es lo mismo en Perú este color que el otro. Entonces, cuando uno toma conciencia de eso quiere ser tratado con humanidad, no por algo que te haga diferente que además es una casualidad, un albur, un toque de suerte. También según dónde nos movamos seremos considerados más o menos blancos. A mí me gusta repensar el tema del privilegio. Y también es cierto en cuanto a la meritocracia que hay gente que no importa cuánto se esfuerce. En países como los míos, si eres pobre, es muy difícil salir de esos círculos. Como estar en la calle, regresar a una casa es muy difícil para la persona. Estos son los temas que a mí me interesa pensar en la vida.
De hecho, acaba de publicar, además, Quiénes somos ahora (Literatura Random House), donde incide de nuevo en la familia. ¿La familia tal cual la define nos explica, nos define, nos condiciona?
Se lo respondo con palabras de otros. bell hooks, en Todo sobre el amor, va a contar que en su casa había un letrero que decía «familia que reza unida permanece unida». Y ella hubiera querido cambiarlo por «familia que dialoga permanece unida». Philip Roth, por su lado, va a decir que «quien es querido por sus padres es un conquistador». Todos sabemos lo que nos ha costado instalarnos en la vida y ser adultos funcionales, porque la infancia son los años formativos y los de nuestra mayor vulnerabilidad. Entonces, quien viene de un hogar con abusos es normal que vaya a replicar esas prácticas o bien a ponerse en un lugar de sumisión hasta que suceda algo que cambie sus propias repeticiones. No es que yo sea una experta en familia: no soy psicóloga, no lo sé. Pero lo que sí sé es que hemos bebido muchos años del hogar del que hemos venido. Hemos bebido de él, hemos replicado, hemos aprendido, hemos hecho mímesis con ese mundo de afecto y desafecto. Nos hemos formado ahí en esos egoísmos y en esas generosidades. Y cada uno se va a mover en la vida según lo que absorbió de niño. Para mí, que vengo de un hogar así, no replicar violencias es también un aprendizaje. Tuve la suerte de darme cuenta de que se logra a la larga mucho más con amor. Y, por supuesto, va a haber gente hija de puta a los que les va muy bien. Pero, en el fondo, todos sabemos quién es el hijo de puta. Para mí, el movimiento que hace la bondad es un precioso movimiento del alma que causa un efecto de amor a largo plazo que hace muchísimo más por el otro que cualquier escena de crueldad.
El juego de los roles de sexos está muy profundamente marcado en su literatura. ¿Supone un encarcelamiento esa presión del entorno íntimo constante hacia ambos?
A mí me suele pasar que en los cuentos y en las cosas que escribo la mayoría de mis personajes son varones, pero en esta novela quería dejar una constancia de lo difícil que es pertenecer u obligarte a pertenecer a una sociedad, ser como la sociedad espera que seas. Y tus padres son la escala dictatorial de esa sociedad. «Ser» que te exige «hacer» para «ser». Aquí el «hacer» se encuentra por delante del «ser». Qué suerte por esos niños y esas niñas que pueden crecer en hogares más progresistas, más amorosos, ser escuchados. Porque el tema aquí es que si eres escuchado en tu deseo vas a ser un ser deseante. Un niño que diga «yo quiero ser atleta», y que sea acompañado; una niña que diga «yo quiero jugar al fútbol», y que sea escuchada; un niño que diga «yo querría ver cómo funciona un transbordador», y lo mismo. Y no reaccionar con sorpresa y horror, no condenar y decir «va a hacer esto en la vida».
¿Qué hacen los bebés? Se meten a la boca el barro, el pasto, no diferencian. Así van creando sus propias defensas y entendiendo con la edad cómo funciona el peligro. Estos padres sobreprotectores que impiden que a sus hijos les pasen cosas malas del tipo «se muere el perro y le traen otro nuevo que lo reemplace» van haciéndoles vivir en continuas cadenas de negación que les impiden ir entendiendo lo que les sucede en la vida. Ser un adulto infantilizado no está bueno, es hasta peligroso, la vida te va a atropellar, y deberíamos ser capaces de saber qué hacer en ciertas situaciones, nunca digo solos, sino con los otros, siempre con los otros. Esto debería indignarnos. Pasa en Grecia y el pueblo griego se levanta y dice «no más cementerios, cuándo vamos a acoger». Perú ahora, ¿cuándo vamos a terminar de levantarnos y a protestar? Está cayendo un derecho detrás de otro. Entonces, llegar a la adultez sabiendo dónde estamos parados nos permite también reaccionar ante lo justo y lo injusto.
«Ser un adulto infantilizado no está bueno, es hasta peligroso, la vida te va a atropellar, y deberíamos ser capaces de saber qué hacer»
Tengo entendido que usted es una defensora acérrima de la lentitud. ¿Tenemos que cuidar los tiempos propios? ¿Y derecho a equivocarnos, a corregirnos, a evolucionar?
¡Es una pregunta muy hermosa! Yo estoy atravesada por el mal de esta época, que es la ansiedad. Lo único que me calma realmente es una buena conversación, dormir bien, ir al cine, leer un buen libro. Lo único que me calman son los ejercicios espirituales, las cosas religiosas sin religiosidad, los rituales, que tiene que ver con un ejercicio íntimo de hacer silencio y a la vez conversación con el resto. Entonces trato de defender eso siempre: el tiempo para calmarnos, el tiempo para recuperarnos. Y lo aprendemos de los animales. Un animal herido no intenta seguir caminando, sino que se refugia bajo una sombra y no se levanta hasta que no se siente recuperado. De ahí viene la paciencia, ser paciente. Ser paciente es asumir que se necesita vivir un tiempo de cura, de volver a andar. Pero para poder volver a andar hay que soldar. Ese espacio de soldado en el que pueda volver a surgir reparación, sinapsis, alegría es quedarse quieto, no desesperar. Y para no desesperar necesitamos del auxilio de los otros siempre. Esta es la lentitud que defiendo: saber estarnos con lo que hay.
En una entrevista afirmó que veía la publicación de Geografía de la oscuridad como consecuencia del trabajo duro. Esta es una mirada que me interesa: la cultura del pelotazo impera en el ideario popular y entre tantos aspirantes a escritores. ¿Considera la dedicación a la escritura como un oficio, una pasión o ambas? ¿Confía en los resultados del trabajo duro en una industria tan exigente?
No, no confío en los resultados del trabajo duro, porque puedes trabajar muy duro e irte muy mal también. Yo pienso en términos de «no estoy haciendo un libro, sino que estoy haciendo una obra». Así es como veo yo a mis amigos escritores: construyendo obra en el tiempo. Es el esfuerzo y es el trabajo de una vida. Entonces, mi aspiración es que cada libro sea mejor que el anterior, ya que responde a una época distinta de mi vida. Si ya aprendí, el nuevo libro no puede dar cuenta de mi retroceso, debe dar cuenta, en cambio, de mi progreso en ese tiempo, de mi aprendizaje, que es atravesar la pérdida, atravesar la alegría. Por otra parte, sí es trabajo duro en tanto a que hay que aceptar el fracaso como posibilidad, hay que entregarse a la situación. Para poder escribir un libro, yo entro en un despliegue de enorme esfuerzo mental, físico y psíquico, pero lo que ocurra después, que le vaya bien o mal al libro ya no depende de mí. Uno lanza algo al mundo y es aceptado o no. Entonces, mi aspiración es siempre una persona, que llegue a alguien que no es mi familia y que no me conoce de nada, y lea el libro. Con ello me doy por bien servida.
Por último, ¿cómo ve la industria tanto en España como en Latinoamérica? ¿Y a los lectores? ¿Cree que hay futuro para la literatura en un tiempo donde predominan los formatos audiovisuales?
Mire, lo que tiene el libro de precioso es que es un formato que casi no ha cambiado durante su existencia. El libro no cambió. Es como la cama o los tenedores, solo puede ser de una manera. Necesitamos el paso de la página, necesitamos volver hacia atrás y avanzar hacia delante. El libro como objeto es precioso, una herramienta que de facto funciona perfectamente. Yo confío en su existencia, porque siempre que como humanidad hemos sufrido ha sido el libro el que nos ha ayudado a salir de las crisis. Las novelas han nacido en épocas de crisis, en época de pandemia. Cuando el mundo parecía colapsar hace dos años, ¿qué nos salvó, realmente? El deporte, la música y la lectura. Todo lo que como sociedad estábamos relegando, no invirtiendo en ellas o dejándolas para después. Esas tres cosas nos dieron impulso para salir adelante, para recuperarnos. ¿Cómo no confiar en el libro si está probado, una y otra vez, a lo largo de los siglos como el tenedor del cerebro y del corazón?
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