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«La literatura es la actividad que más dolor nos inflige»

Fotografía

Albin Olsson
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12
mayo
2022

Fotografía

Albin Olsson

Mircea Cartarescu (Bucarest, 1956) dice que mirar hacia atrás es siempre contemplar un melancólico campo de ruinas. El acto de desescombrar, de volver a eso que ya habitamos y escarbar sobre él, es casi la definición de literatura, al menos en el caso de Cartarescu: son los restos de las ciudades que lo contienen, de las personas que ha conocido –o imaginado– y de lo que ha logrado esquivar sobre lo que ha construido poemas, ensayos, novelas, cuentos y diarios. No hay en su obra un tema común: más bien una mirada infestada de poesía.


Habla de la literatura como una herida, ¿de qué está hecha la suya?

Todo es una herida: la luz nos hiere los ojos, el sonido nos hiere los oídos, los objetos nos hieren los dedos cuando los tocamos, las ideas hieren nuestro cerebro y el amor hiere nuestro corazón. Percibir es sentir dolor. La realidad es todo lo que te duele: si algo no te duele, no es real. De entre todas las experiencias humanas, la literatura es la actividad que más dolor nos inflige. Ser escritor te convierte en una especie de mártir espiritual. Un escritor siente todo el tiempo un doble dolor: el de percibir, pensar y sentir, y el de expresar este dolor por escrito. Esto te convierte a la vez en verdugo y víctima.

De niño habitó lugares que ya no existen. ¿Le sirven esos lugares fantasma para la escritura?

En la literatura, como en nuestros recuerdos, no existen ciudades reales. Todas las ciudades son imaginarias, ‘ciudades fantasma’. Los escritores no describen, sino que inventan sus ciudades: San Petersburgo, Dublín, Alejandría o Buenos Aires no existían realmente antes de que Dostoyevski, Joyce, Lawrence Durrell o Borges escribieran sobre ellas. Todas las ciudades que aparecen en las novelas viven bajo el vasto cielo del cráneo de los escritores. Bucarest es mi propia ciudad, creada por mí a partir de los recuerdos de mi infancia y mi adolescencia, cuando sus calles, sus edificios, sus cines y sus mercados fueron tallados directamente en el blando mármol de mi cerebro. En realidad no existe Bucarest en el mundo: yo soy Bucarest, Bucarest solo vive en mis páginas.

«Las ideas hieren nuestro cerebro, el amor hiere nuestro corazón: percibir es sentir dolor»

Usted vivió bajo el telón de acero y la influencia de la Unión Soviética. ¿Qué piensa de esta nueva forma de imperialismo ruso?

No creo que esta manera de actuar sea nueva. De hecho, se trata de la forma eterna de pensar y actuar del alma rusa. Desde sus orígenes, desde la época de los zares, los rusos han fantaseado con el poder imperial. Siendo un país pobre y primitivo, Rusia ha tenido a lo largo de su historia una sola manera de lograr sus objetivos: ignorando todas las reglas de la civilización y conmocionando a todos con una increíble exhibición de barbarie, con un desprecio total de la vida humana, de los derechos humanos, de la verdad, de todo lo que nos hace humanos. Los propios rusos son las primeras víctimas de esta terrible forma de pensar. El comunismo que impusieron en Rusia y otros países en el siglo XX fue en realidad un fascismo horroroso que causó millones de víctimas. Hoy su último zar, Putin, ha iniciado una guerra absurda y no provocada contra un país soberano, Ucrania, solo para decirle al mundo que Rusia sigue siendo un gran imperio. Con ello solo han logrado demostrar que, 1000 años después, no han cambiado ni un ápice.

Ha sido un defensor de la Unión Europea. ¿Cómo ha visto la reacción de Europa frente a la guerra en Ucrania?

He escrito mucho en contra de esta estúpida guerra. He albergado a familias de refugiados ucranianos en mi casa. Hago todo lo que está en mi mano por aliviar, en la medida de mis posibilidades, a aquellas personas cuyas vidas han sido devastadas por la guerra. Putin ambiciona destruir no solo Ucrania, sino también la OTAN y la Unión Europea, y está fracasando en todas estas expectativas. Paradójicamente, la OTAN y la UE están más decididas que antes. Gracias a la guerra han descubierto que tienen que despertar de sus delirios sobre Rusia, que se ha revelado como su mayor enemigo. Es necesario dejar de depender del gas y del petróleo rusos y urge imponer sanciones contra este Estado canalla. Los crímenes de guerra exigen una respuesta aún más contundente por parte del mundo libre: no se han visto atrocidades de tal calibre en Europa desde la Segunda Guerra Mundial. Los tribunales internacionales deberían juzgar a los que cometen tales actos en Ucrania como criminales de guerra.

¿Los escombros de una guerra pueden convertirse en tierra firme para iniciar una tradición literaria? ¿Qué es necesario para que algo así suceda?

La literatura obedece a sus propias leyes internas, pero también a acontecimientos exteriores como guerras, revoluciones o simples cambios de moda. Nunca se puede saber qué es lo que da el impulso necesario para que la literatura cambie. Nuestra generación no sabía lo que era la guerra hasta ahora. Siempre pensamos que jamás viviríamos una, pero ahora la guerra es real y el horror está entre nosotros. Los escritores, por supuesto, quedarán devastados. Tal vez algunos pierdan la confianza en la naturaleza humana y se vuelvan demasiado pesimistas, mientras que tal vez otros se comprometan en mayor medida con la historia o se vuelvan más solidarios. Lo importante ahora es permanecer en el lado correcto, en el del amor a la humanidad.

«No creo que esta manera de actuar sea nueva: se trata de la forma eterna de pensar y actuar del alma rusa»

Ha dicho que su vivencia de la dictadura no fue suficiente para cambiar su estilo. ¿Qué experiencias han hecho que se mueva su forma de escribir?

Mi escritura es muy orgánica. Escribo de la misma forma desde hace más de 40 años: utilizando mi cuerpo como pluma, mi sangre como tinta, mi mente como cuaderno. Supe desde el principio cómo debería ser mi literatura. Quizás por esa razón los acontecimientos de mi vida no han cambiado sustancialmente mi manera de escribir, incluso habiendo producido sutiles cambios en mi visión de lo que significa la escritura. La ley que gobierna mi literatura es que escribo solo los libros que me hubiera encantado leer, pero que nadie había escrito.

En El ojo castaño de nuestro amor dice que fue la insoportable pérdida del amor lo que lo hizo apto para la poesía. ¿Cómo era esta sensación?

La poesía es, en sí misma, una pérdida. Es, en palabras de Mallarmé, «la rosa ausente de cada ramo». La poesía habla de un solo tema: de la devastación que sufrimos por la pérdida del amor, ya sea el amor divino, el amor romántico, a la humanidad, a nuestros padres o a nuestros hijos. La poesía siempre trata del amor y del infierno de haberlo perdido. Nadie escribe sino sufre. No confío en los poetas ‘abstractos’ que no pueden o no quieren expresar sentimientos profundos. Cuando sufres, tu obligación es llorar: no hay tiempo para metáforas.

Dice que muchos de sus versos los escribió simplemente dejándose llevar. ¿En qué se diferencia este método al que usa en las novelas o en los libros de no ficción?

A diferencia de la mayoría de los escritores que viven hoy, yo creo firmemente en la inspiración y nunca escribo nada sino me siento inspirado. Para mí, escribir es una especie de éxtasis, como si mi personalidad se desdoblase. Cuando estoy en mi escritorio, cambio totalmente: me convierto en una especie de médium que pone en la página lo que se le da a escribir. Al sentarme no tengo ningún plan predeterminado. En cada página me sorprendo a mí mismo. Es como si el texto ya existiera en la hoja, pero velado por una película blanca. Solo tengo que rascar esa película para que se muestre. Así es como he escrito la mayoría de mis libros, incluso los más voluminosos e importantes.

«A diferencia de la mayoría de los escritores que viven hoy, creo firmemente en la inspiración»

Después de haber cumplido 30 años no escribió más poesía. ¿Ve eso como un antes y un después de su obra o solo como un cambio de estructura, pero no de la mirada ni de la curiosidad?

La poesía es para los jóvenes. Después de un tiempo se vuelve obsoleta y falsa. Además, a los 30 años descubrí el enorme continente de la prosa y me enamoré de él. Empecé a escribir novelas, y estas se convirtieron en mi mejor manera de expresarme. Por supuesto, nunca abandoné realmente la poesía, que en realidad no es el arte del verso, sino una forma de ver la belleza de las cosas, que está en todas partes. Todas mis novelas son largos poemas, desde ese punto de vista.

En sus poemas está ese sello de la generación beat de querer cambiar el mundo. ¿Lo quiere hacer todavía?

Bueno, el mundo ahora es algo bastante inmutable. Lejos quedan los tiempos en los que se podía pensar en influir en él por medio de una canción o un poema. En los años sesenta todavía era posible, pero ahora el mundo es un enorme caos donde nadie escucha ni ve a nadie. Las redes sociales han transformado todo en una suerte de cacofonía en la que rostros, opiniones, chismes, fake news, hechos y platos de comida se confunden sin ningún sentido. Sí, alguna vez quise hacer del mundo un lugar mejor, lleno de amor, esperanza y poesía. Pero ahora, como dijo John Lennon, «el sueño ha terminado». Nadie parece escuchar más el canto de este pájaro.


Esta entrevista es parte de un acuerdo de colaboración entre el diario ‘El Tiempo‘ y la revista ‘Ethic’. Lea el contenido original aquí.

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