Cultura
Barbie, estereotípica y estafadora
Aunque su alegato feminista parecía prometedor, la película, dirigida por Greta Gerwig e impulsada por una de las campañas de marketing más exitosas de la historia del cine, ha terminado siendo decepcionante.
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Un grupo de niñas aburridas y alguna con gafitas juega en una playa con sus bebés de plástico. De pronto, mientras suena la música épica de 2001, aparece, cual monolito posmoderno, una gigantesca y sonriente Margot Robbie cuya deslumbrante presencia basta para que las niñas, enfurecidas, empiecen a romper sus bebés de juguete contra las rocas y arranquen unos créditos durante los cuales seguimos a Barbie a lo largo de un dia cualquiera en Barbielandia. Detallitos como que cuando bebe no haya nada en la taza hacen ameno este aperitivo que promete una película poderosa discursivamente, un alegato feminista pop interesante, fino, pertinaz y punzante. Y yo me río, feliz, en la oscuridad de este cine de verano.
Pero ocurre que mis expectativas se van desvaneciendo minuto a minuto. Algo decepcionado con Oppenheimer, me he metido en esta película convencido de que sí, que esta va a ser la buena. Que una narrativa comercial inteligente basada en un argumento fílmico atractivo y respaldada por una pareja de guionistas con, posiblemente, el mejor salario del planeta, y magníficos actores –Ryan Gosling y Margot Robbie han leído ambos el guion, y les ha seducido, porque si no no estarían ahí– no puede fallar.
Y en un principio parece que no. La jornada perfecta en Barbielandia es prometedora, y acaba con una divertida fiesta en la que todos cesan de bailar cuando Barbie Estereotípica –la rubia, vamos– pregunta de repente: «¿Habéis pensado alguna vez en la muerte?». Muñecos y muñecas la miran horrorizados, y Barbie se siente obligada a farfullar una disculpa. La fiesta continúa. Pero a partir de aquí ya nada es igual para Barbie, que empieza a sufrir cambios tan insólitos como despertarse al día siguiente con unos pies planos que no le permiten andar con tacones, o descubrirse celulitis en los muslos. Asustadas, el resto de muñecas le aconsejan hablar con «Barbie Rara», una muñeca rapada y de físico machacado porque en el mundo real su propietaria le peló malamente la cabeza y le destrozó el cuerpo.
Barbie Rara es quien le aclara que algo está pasando en el mundo real con su propietaria y que ha de ir a buscarla, y le explica cómo. Y así, Barbie Estereotípica se encuentra viajando a California acompañada, inesperadamente, por Ken, interpretado por Ryan Gosling. La parte más cómica y aquella con más enjundia es el choque de la pareja ideal con el agresivo mundo de hoy. Hay un puñado de gags resultones, pero lo mejor es lo flipante que le parece la realidad a Ken, que viene de una Barbielandia donde todos los Ken viven sometidos a las Barbies y donde la sociedad, por supuesto, funciona maravillosamente. Ken alucina con el heteropatriarcado, y cuando regresa va a revolucionar Barbielandia, donde él y el resto de los Ken empezarán a beber cerveza, a llamar «muñeca» a sus chicas y a exigir a las Barbies que les sirvan las birras y que se sometan a ellos de aquí en adelante, tal como, supuestamente, ocurre con las mujeres en la realidad.
‘Barbie’ falla en querer contar demasiadas cosas en muy poco tiempo
Y no continúo por no hacer spoiler y porque ya he resumido lo mejor de la película, que es lo que aparece en los tráileres y fragmentos que nos han ido filtrando, con cuentagotas, desde hace meses.
¿Dónde falla? Pues falla en querer contar demasiadas cosas en muy poco tiempo. Dos horas que a mí se me han hecho eternas: hacia el final he tenido ganas de salirme del cine. Ya solo ver a Ken y Barbie en la California del 2020 daba para una película completa, y aquí se liquida en veinte minutos. Por poner un ejemplo, cuando los detienen –y se les detiene dos veces y sin consecuencias– sucede en treinta segundos cuando es una situación traumática que, en mi opinión, exigía ser explotada narrativa y dramáticamente. Y lo mismo ocurre con la rebelión de los Ken, con una gran batalla entre todos los muñecos varones que se resuelve en un pispás cuando ahí había tema suficiente para una secuela; ahí estaba Barbie II. Paradójicamente, la saturación de peripecia aburre.
También aparecen la creadora de Barbie, metida con calzador, y una pareja de madre e hija latinas que son desarrolladas de una manera totalmente previsible, con un conflicto maternofilial que hemos visto doscientas mil veces. Y por supuesto, se multiplican los numeritos musicales, y a mí me cansa lo estúpidos que parecen todos los hombres, en lo que podría ser un chiste al menos incisivo pero ni siquiera. El resultado, al final, son bostezos en mi caso. Y me esperaba bastante más.
Me esperaba un Show de Truman emocionante y eficaz, muy ideologizado, por supuesto, si bien soy de los que ensalzo las películas con discurso. Los filmes militantes no me parecen los peores sino, muchas veces, los mejores. La diatriba anticlerical de Viridiana, el alegato antitotalitario de 1984, aquel contra el antisemitismo de La lista de Schindler o la lucha de clases presente en todas las películas de Ken Loach (un Ken inteligente) son ejemplos de un cine contundente donde el mensaje político o social no molesta, sino todo lo contrario.
No es que no me haya gustado el alegato feminista: lo que no me gusta es que se diluya en la comercialidad
No es que no me haya gustado el alegato feminista: lo que no me gusta es que se diluya en la comercialidad. Puestos a hablar de guerra de sexos, esta peli pedía o bien un alegato feminista y antimachista radical, o bien una parodia machista a la contra donde los Ken toman el poder en Barbielandie (la parte más divertida); pero se queda en una tierra de nadie comercial, con un final –o unos finales, porque hay dos o tres seguidos– donde yo imagino que ha habido presiones de todo tipo, empezando por Mattel, y donde a fuerza de querer complacer a todos, la película se queda entre dos, tres o cuatro aguas y no satisface, creo, profundamente a nadie. Varias mujeres de mi entorno que la han visto se han mostrado todavía más decepcionadas que yo.
El problema es que con la campaña de comunicación tan potente –la llamada Barbenheimer– nos han conseguido llevar a todos al cine para ver dos supuestas obras maestras, y nos hemos encontrado con dos películas “casi” buenas, ninguna lograda al cien por cien, y yo personalmente me he sentido estafado y ahora que voy menos al cine lamento haber dado mi dinero a estas producciones.
¿La conclusión? Pues la de siempre: que al final lo mejor que nos llega de Estados Unidos sigue siendo ese cine independiente de autor, modesto y sincero, como pudo ser Nomadland, que no engaña a nadie y ofrece un cine sencillo, veraz, con emociones reales y una visión auténticamente crítica de la realidad.
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