¿Hay más contaminación en verano?
Con la llegada del calor, en ocasiones parece que la contaminación en el aire aumenta, pero ¿se trata esto solo de una percepción o es una realidad?
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La llegada del calor hace que los días sean más largos y la gente tenga más ganas de estar afuera, pero ¿aumenta también la contaminación en el ambiente? Lo cierto es que no se trata de una cuestión perceptual: el calor veraniego aumenta los niveles de ozono troposférico, uno de los gases contaminantes con mayor incidencia en España.
El ozono (O3) es un gas incoloro e inodoro que, dependiendo de en qué capa de la atmósfera se encuentre, puede tener efectos beneficiosos o perjudiciales. El ozono «bueno» es el ozono estratosférico, que está de 10 a 50 kilómetros de la superficie terrestre. Allí forma la llamada capa de ozono, que protege a los seres vivos de las radiaciones ultravioleta del sol. Cuando esta capa se desgasta, se generan agujeros de ozono que pueden llevar al calentamiento global, así como a aumentar los casos de cáncer de piel, las cataratas oculares y afectar el sistema inmune.
Sin embargo, cuando el ozono está en la troposfera –la capa de la atmósfera más cercana a la Tierra– se convierte en un contaminante secundario que proviene de las reacciones de contaminantes primarios como los óxidos de nitrógeno (NO y NO2) y los compuestos orgánicos volátiles. El ozono troposférico es nocivo para la salud: afecta el sistema respiratorio, causa irritación en la garganta, los ojos y las mucosas, puede provocar tos y reducir la función pulmonar, hace más difícil la respiración, incrementa los casos de crisis asmáticas y puede empeorar otras enfermedades pulmonares crónicas como el enfisema y la bronquitis. Además, está relacionado con el aumento de la mortalidad por accidente cardiovascular.
En 2020, el 96% de la población urbana de la UE estuvo expuesta a concentraciones de partículas finas superiores al nivel marcado por la OMS
Las personas más vulnerables ante la exposición de altos niveles de ozono son los niños menores de 6 años, las personas con enfermedades preexistentes como patologías respiratorias o cardiovasculares crónicas y las personas de edad avanzada. No obstante, también se recomienda que las mujeres embarazadas, los pacientes oncológicos o polimedicados y las personas inmunodeprimidas extremen las precauciones cuando suben las temperaturas y, por ende, los niveles de ozono.
Además, el aumento también es tóxico para los ecosistemas. Este tipo de ozono puede dañar los bosques y la vegetación, ya que repercute sobre el proceso de fotosíntesis, reduciendo la absorción de las plantas del dióxido de carbono y, por tanto, llevando a la reducción de la biodiversidad. Además, reduce la productividad de los cultivos agrícolas. Hace tres años, el 59% de las zonas arboladas y el 6% de las tierras agrícolas estaban expuestas a niveles perjudiciales de ozono troposférico en el continente y se calcula que, en 2019, las pérdidas económicas debidas a los efectos del O3 en la cosecha de trigo ascendieron a 1.400 millones de euros en 35 países europeos, de acuerdo con datos de la Agencia Europea de Medio Ambiente (AEMA).
Según la AEMA, la contaminación atmosférica es el mayor riesgo medioambiental para la salud en Europa. En 2020, el 96% de la población urbana de la Unión Europea estuvo expuesta a concentraciones de partículas finas superiores al nivel orientativo de la OMS de 5 microgramos por metro cúbico de aire. La agencia estima que la mala calidad del aire produce al menos 238.000 muertes prematuras en la UE.
Mientras las directrices de la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomiendan 100 µg/m³ de O3 para la protección de la salud humana, la normativa vigente en España está en 120 µg/m3 diarios permitidos. Tal como señala el informe anual de Ecologistas en Acción sobre contaminación por ozono, el año pasado el 99% de la población española estuvo expuesta a niveles insalubres de ozono «malo».
¿Qué se puede hacer entonces para reducirlo? Tal como afirma la Secretaría de Acción Climática de la Generalitat de Catalunya, la única manera efectiva de disminuir los niveles de ozono superficial es evitando o reduciendo la emisión de sus precursores; es decir, reduciendo el tráfico y la actividad industrial. Y es que, junto con el dióxido de carbono y el metano, el ozono es uno de los gases más importantes para el efecto invernadero. No solo el calor actúa como un activador del O3, sino que a esto se suma, en época estival, el aumento de la cantidad de vuelos y de tráfico interurbano por las vacaciones, así como el incremento de la producción de electricidad en las centrales térmicas debido al mayor uso del aire acondicionado.
Esto es especialmente inquietante si se tiene en cuenta que el mundo es cada vez más caluroso y las olas de calor serán cada vez más extremas y recurrentes, según ha advertido el el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC). Desde finales de los años setenta, cada año en la Tierra ha registrado temperaturas medias superiores al promedio del siglo XX. Aún queda camino por recorrer en este sentido: el pasado 3 de julio se registró el día más caluroso de la historia desde que comenzaron los registros en 1979.
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