Opinión

Guía práctica para leer opiniones y análisis políticos

Los columnistas cuentan con opiniones subjetivas, por lo que no están obligados a ser ecuánimes ni a tratar a todos por igual ni a ocultar sus preferencias o fobias. Al revés: será recomendable que no haga ninguna de esas cosas.

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03
julio
2023

Con ánimo de servicio público, pero sin ninguna fe en que sirva para algo, quisiera aquietar un poco el ambiente de agitación electoral que vive España. Recurro para ello a enumerar una serie de cuestiones que deberían ser obvias para cualquier ciudadano que lea columnas y escuche opiniones, pero, al parecer, no lo son tanto. Tómese esto como una guía, quien la quiera, para no reaccionar con desmesura ni meter la pata. También puede considerarse autoayuda para columnistas y tertulianos. Al menos, para aquellos que tienen por costumbre escribir y decir lo que les parece, y no lo que indica el argumentario del partido a cuyo servicio han puesto su voz. Son normas sencillas, leyes del debate y la argumentación pública que conviene no perder de vista.

 

  • Estar en contra de algo no significa estar a favor de lo contrario. Y viceversa. Este es un punto especialmente difícil de entender en un país polarizado donde toda manifestación pública tiende a encuadrarse en un bloque. Criticar al gobierno no implica celebrar a la oposición. 

 

  • Salvo que se demuestre lo contrario, un columnista no se presenta a las elecciones. Por tanto, sus opiniones no responden a la estrategia, los ritmos o las conveniencias de los partidos, sino a su criterio personal. En este punto se distinguen nítidamente quienes participamos en los debates porque nos interesa la política y la actualidad y quienes lo hacen con ánimo de influir en el devenir de las cosas. Los segundos supeditarán sus opiniones y análisis a la oportunidad. Es una discusión vieja que algunos tenemos con opinadores que han sido estrategas y asesores políticos. Es habitual oírles decir cosas como: «No voy a decir esto porque debilita a X y beneficia a Y, y no es momento de debilitar a X». Los opinadores por libre no tenemos estrategia ni agenda: reaccionamos a los acontecimientos y procuramos enhebrar un criterio que tenga cierta consistencia, cierta elegancia y cierta capacidad de convicción. Y si al expresarlo perjudicamos o beneficiamos a alguien, qué se le va a hacer. No es nuestra responsabilidad anticipar los efectos demoscópicos que nuestras palabricas puedan tener. Si pensáramos así, nuestra independencia de criterio se vería seriamente mermada.

 

  • Existen las voces de su amo, los estómagos agradecidos, los que cobran del fondo de reptiles, los corruptos y los ideólogos entusiastas que jamás van a incomodar a sus amados líderes. Haberlos, haylos. No nacimos ayer ni nos chupamos el dedo. Tampoco creemos que el lector se lo chupe. Pero hay que demostrar esas acusaciones antes de hacérselas a nadie. Como opinador profesional que soy puedo tener la sospecha de que tales o cuales colegas operan en nombre de otros (y esta profesión es pequeña, apenas una aldea: nos conocemos todos, es fácil saber quién es quién, a poco que se afine el oído), pero no puedo señalarlos sin pruebas. Y si no tengo pruebas, se impone el beneficio de la duda. Un beneficio que debe ser mayor conforme menos motivos para sospecha hay: si el opinador nunca ha militado en un partido, si no se le ha visto ocupando sinecura alguna, si no debe su posición a ningún político y si no se le conocen servidumbres directas, lo decente, cortés y digno es deducir que lo que dice lo dice porque lo piensa. Si vas a discutírselo, discútele los argumentos, no intentes desacreditarlo con difamaciones, pues con ello solo demostrarás que no tienes capacidad de razonar y que tu tolerancia al disenso y a la pluralidad es ínfima. Dicho de otro modo: no tenemos que hacernos perdonar la vida con aspavientos de inocencia. Esa se nos presupone, como a cualquier ciudadano. La carga de la prueba también recae aquí en la acusación: si usted sospecha que soy un agente de tal fuerza política (y no sólo un simpatizante más o menos pertinaz, lo cual no desacredita a nadie), demuéstrelo antes.

 

  • El opinador no está obligado a ser ecuánime ni a tratar a todos por igual ni a ocultar sus preferencias o fobias. Es más, diría que su obligación es precisamente la contraria. Por devaluado que esté el periodismo, una opinión sigue sin ser una información, y no se puede juzgar aquella con los criterios de imparcialidad propios de esta. La opinión es por definición subjetiva, y será mejor cuanto más original y personal sea. Para ello, el opinador se servirá de todas las armas retóricas que se llevan cultivando desde Demóstenes, con variantes del humor. En la opinión caben la burla, el desprecio y el sarcasmo, entre otras muchas cosas. Una opinión no es una sentencia judicial, sino una expresión literaria. No hay justicia en ella ni tampoco mesura. Pedírselas, en cambio, sí que es injusto.

 

  • En una democracia, es el gobierno sostenido por la mayoría parlamentaria quien tiene la iniciativa política. Por tanto, es lógico que recaigan sobre él la mayoría de las críticas. Comentar la actualidad consiste, básicamente, en comentar lo que hacen los agentes del poder. Es difícil que alguien que no está sometido a la disciplina de partido concuerde siempre con las leyes y los anuncios gubernamentales. Un opinador independiente tenderá a polemizar, cuestionar, matizar o deplorar más lo que hace el gobierno que lo que hace la oposición, incluso aunque sea votante del partido que gobierna o simpatice con sus ideas. Básicamente, porque la oposición, en un sistema parlamentario, se dedica a reaccionar a las medidas del gobierno. Sus posiciones ideológicas y declaraciones también serán sometidas a crítica por el opinador, pero es natural que lo sean con menor frecuencia, porque importan menos y afectan en mucha menor medida a la sociedad. 

 

  • Una crítica no es un ataque, y un gobierno con baja tolerancia hacia las mismas es un gobierno de baja calidad democrática. Lo mismo cabe decir de cualquier dirigente político: quien no sepa encajar con elegancia la andanada de un opinador tal vez ansía en secreto un tipo de gobierno que impida su libre expresión. 

 

Si se tienen en cuenta estas sencillas normas, auguro una lectura provechosa, divertida y rica del guirigay opinatriz, y una participación en los debates políticos mucho más interesante que el tedioso toma y daca de sacar a pasear las pancartas de a favor o en contra. En su mano está ser un ciudadano o un hooligan.

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