Opinión

Enemigos íntimos

El capitalismo de la vigilancia y la filosofía de que «lo personal es político» son las amenazas contemporáneas que ponen en peligro nuestra privacidad. Es por el bien de la democracia que necesitamos evitar la desaparición de esa línea que la protege a toda costa (o sufriremos las consecuencias).

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14
julio
2021

En su breve ensayo El liberalismo del miedo (Herder Editorial, 2018), la filósofa Judith Shklar dice que el liberalismo debe siempre rechazar «las doctrinas políticas que no reconozcan ninguna diferencia entre las esferas de lo público y lo privado». La visión de Shklar es la clásica del liberalismo entendido como la oposición al absolutismo, a la superstición, al autoritarismo, a la arbitrariedad y discrecionalidad del Estado, la defensa de los derechos civiles individuales, la libertad de expresión, la separación de poderes. En esa lógica es muy importante la privacidad. La línea que hay que trazar para protegerla cambia constantemente, pero lo importante es no borrarla. En la idea original de la privacidad estaba la defensa de la libertad religiosa. Hoy tiene otras caras. Sugiero dos: la idea de que lo personal es político y el capitalismo de vigilancia. En algunas ocasiones, se entrelazan.

La idea de que lo personal es político no es nueva. Y, en muchas cuestiones, es importante. Hay muchos aspectos personales que son políticos. Para un transexual, por ejemplo, es esencial politizar su identidad para desarrollarse en libertad. En otras ocasiones, sin embargo, la idea de que lo personal es político puede ser tóxica. Especialmente en redes sociales, donde somos activistas políticos cotidianos, del día a día. Patrullamos el espacio público, pero también los espacios privados, exigiendo cierta conformidad. La ecuación se da la vuelta: la política es lo personal. El sensacionalismo y el voyeurismo se convierten en prácticas políticas legítimas. Porque si la exposición de mi identidad es un acto político, la exploración de la identidad y privacidad de los demás también lo es.

«La idea de que lo personal es político puede ser tóxica, especialmente en redes sociales, donde somos activistas políticos cotidianos»

El capitalismo de vigilancia, por su parte, sigue una lógica más económica. El concepto lo ideó Shoshana Zuboff en su libro homónimo. Lo explica Carissa Véliz en Privacidad es poder: Datos, vigilancia y libertad en la era digital (Debate en septiembre): el negocio de las grandes plataformas de internet se basa en la «recopilación, análisis y comercialización de datos, es la economía de los datos. Muchos de ellos son datos personales, sobre ti. Y ese modelo de negocio de comercialización de datos personales se está exportando cada vez más a todas las instituciones de la sociedad». Google y Facebook no ganan dinero siendo un buscador y una red social que conecta personas. Su verdadero negocio es la venta de datos de sus usuarios a terceros, que los usan para ofrecernos publicidad. Casi siempre lo hacen sin nuestro permiso.

La privacidad no es un capricho. Sin ella, como explica Véliz, la democracia se resiente: «La privacidad nos protege de presiones indeseables y abusos de poder. La necesitamos para ser individuos autónomos, y para que las democracias funcionen bien necesitamos que los ciudadanos sean autónomos».

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