Opinión

Política en tiempos de pandemia

El coronavirus ha impactado en infinidad de aspectos de nuestra realidad y, entre ellos, también se encuentra el político. En ‘Corona. Política en tiempos de pandemia’ (Debate), el politólogo Pablo Simón ahonda en cómo esta crisis puede ser tanto un precipitador de cambios preexistentes como una ventana de oportunidad para transformaciones futuras.

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17
noviembre
2020

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Cuando comenzó la pandemia, mucha gente ansiaba que el virus cambiara el mundo. Eso sí, que lo hiciera de acuerdo con los parámetros que esas personas tenían antes de comenzar la crisis. Esto no debería causar ninguna sorpresa, ya que en el fondo revela que una parte de nosotros lleva tiempo buscándose a sí misma. Hoy hemos alcanzado, pese a todos nuestros problemas, las mayores cotas de prosperidad y de desarrollo de nuestra especie. Sin embargo, el intelectual parece haberse vaciado de un proyecto ideológico integrado, de una visión emancipadora de futuro, como aquellas que tenía en el siglo XX. Quizá por eso el virus, terrible por las pérdidas humanas, sociales y económicas que trae, se convirtió, desde el plano estrictamente académico, en una especie de piedra filosofal desde la que revisar cómo concebimos el mundo. Una caída del caballo de Saulo que podría llevarnos a unos horizontes diferentes como sociedad.

[…] Durante toda la crisis del coronavirus, como ya había ocurrido antes y seguiría pasando después, las redes sociales desempeñaron un papel relevante. Principal vía de información para cada vez más gente, las luchas políticas, la propaganda y los bulos fueron una constante. Un contexto de sobreabundancia informativa llevó a que su gestión fuera un reto en una coyuntura de creciente polarización social. Eso sí, lo que quedó claro es que su impacto muchas veces vino exagerado frente a los medios tradicionales, que siguieron siendo las principales formas por las que la gente recababa información sobre la COVID-19. La televisión y los medios convencionales, como siempre había sido, fueron protagonistas en nuestro consumo de información y de opiniones políticas, por lo que durante la pandemia no sucedería algo distinto.

Ahora bien, no hay duda de que esta crisis también tiene su importancia como un evento impresionable, compartido por una generación que probablemente será la principal pagana de sus consecuencias. Por tanto, tiene sentido pensar que la pandemia también tendrá su efecto en los proyectos vitales de millones de jóvenes. Lo más seguro es que la crisis aplace decisiones de maternidad, pueda cambiar parejas y haga que aún se retrase más la edad de emancipación. Además, es muy probable que, junto al incremento de las desigualdades en general, también lo haga en las educativas, condicionando la pérdida tanto de conocimientos como de expectativas. Hay bastantes dudas de haber estado a la altura en ese reto.

La COVID-19 también ha servido, como en los casos anteriores, para acelerar tendencias que ya estaban en curso por lo que toca a nuestros hábitos. Ha conllevado una mayor individualización del ocio y del consumo, aupado por las plataformas digitales y audiovisuales. Ha incentivado una mayor reflexión sobre la sostenibilidad de nuestras ciudades y los espacios públicos para el peatón frente al coche, así como un mayor desarrollo del teletrabajo, que penetró en muchos más sectores al vencerse, por las circunstancias, las resistencias organizativas a su despliegue. Saber cuántas de estas dinámicas serán permanentes dependerá, esencialmente, de en qué medida los agentes públicos y privados reaccionen.

«Más allá de que hayamos salido mejores, iguales o peores, ¿habremos salido aprendidos?»

Por último, la propia pandemia también tuvo un impacto en el aspecto psicológico. La ansiedad, el estrés y la incertidumbre ante el futuro se convirtieron en la tónica habitual. Ni que decir tiene que los afectados por pérdidas humanas sufrieron lo indecible, pero muchos compatriotas tampoco pudieron dormir bien por las noches, aunque no hubieran padecido una pérdida directa. No sabremos hasta pasado un tiempo si el confinamiento tendrá secuelas psicológicas profundas, pero esto no deja de revelar hasta qué punto en unos pocos meses el mundo se encaneció.

Todos confiamos en que algún día habrá una vacuna o tratamiento eficaz para la COVID-19. Aunque no sepamos cuándo, esto en algún momento pasará, quizá, por desgracia, solo para una parte del mundo. Tras ello, tan solo tendremos un puñado de certezas: habremos perdido muchas vidas humanas con la pandemia, con familiares y amigos rotos por el dolor. Además, muchas personas estarán sin empleo, habrán visto truncada su inversión o habrá quebrado su negocio. Como consecuencia, los estados se habrán endeudado para tratar de paliar esa situación. Pocas más evidencias tendremos ante nosotros y el resto serán hipótesis aún por validar. Todas, además, sometidas a los vaivenes de esa dictadura del azar que es el devenir de los sucesos humanos. Quizá por eso asumir que la política es contingente, para bien o para mal, es un ejercicio saludable. Ayuda a estar mentalmente equipado para lo cambiantes que son las circunstancias.

Es pecado de sociólogo insistir en la inercia de la estructura como lo es de politólogo sobrestimar el poder de la agencia. Es decir, mientras que para los primeros casi todo son corrientes de fondo, para los segundos la clave es pilotar con acierto el navío. Quizá los dos tengan una parte de razón y la COVID-19, como un huracán, agita el mar y el barco a la vez, al menos durante un periodo determinado. Más adelante podremos contrastar, con perspectiva, lo profunda o epidérmica que ha sido su impronta. Sin embargo, no hay duda de que el virus afectó y afecta a los decisores públicos aquí y ahora. Por tanto, de que hay un margen en el que moverse. Quizá a esto sea a lo primero que debamos agarrarnos; no hay por qué resignarse a la inacción. No hay más tiempo nuevo que aquel que nos afanemos, como sociedad, en construir.

En cualquier caso, para mí siempre sobrevolará una pregunta. Más allá de que hayamos salido mejores, iguales o peores, más allá de las pérdidas personales y materiales, ¿habremos salido aprendidos? Probablemente esta sea una de las cuestiones centrales que nos deje la pandemia, uno de los deberes más perentorios. Creo que debemos afanarnos ahora en entender el desolador paisaje que deja este virus a su paso. La tentación del olvido es demasiado grande. No creo que nos lo podamos permitir.


Este es un fragmento de ‘Corona. Política en tiempos de pandemia’, de Pablo Simón (Debate).

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