Cultura
«Hoy son cursis los memes de gatitos y las ‘cupcakes’, magdalenas que aparentan ser pasteles de alta cocina»
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No fue hasta mediados del siglo XIX cuando el querer y no poder que tanto había perseguido a ciertas personas tomó forma de vocablo: cursi. La cursilería nacía como el trampantojo social que impregnaba la mayoría de estratos sociales de la época en una España analfabeta y envidiosa de Francia. La apariencia, por fin, tenía nombre. Ramón Gómez de la Serna abrazó este concepto que, por otro lado, también estuvo presente en Bécquer, Lorca, Luis de Madrazo o, más cercano en el tiempo, Costus. Sergio Rubira es el comisario de la muestra que aborda ahora lo cursi, sus connotaciones y genealogía en CentroCentro, en Madrid, ‘Elogio de lo cursi‘. Aquí, el experto desgaja cómo el afán por el deseo de parecer alguien que no se es estuvo presente en conservadores y progresistas, en proletarios, y en pintores y escritores. Entre otras tantas cosas, Rubira defiende que lo cursi no ha muerto, sino que se ha reencarnado en cupcakes y memes de gatitos.
La mayoría de las personas han dicho en algún momento de su vida que algo es cursi, seguramente desconociendo que el concepto procede de la situación económica y social que se vivía en España en el siglo XIX. ¿Cuál es el nacimiento real de «lo cursi»?
Sobre el origen de la palabra existen dos teorías diferentes. Una de ellas se asocia al uso de la letra cursiva, algo de origen inglés y muy utilizada en los tratados comerciales. Se trata de una letra difícil de imitar, con muchos floreos. No hay que olvidar que en el siglo XIX todavía había altas tasas de analfabetismo en España y mucha gente no sabía leer ni escribir, por lo que no todo el mundo era capaz de hacer esta letra cursiva. Parece que de cursiva, cuando estaba mal hecha, terminó convirtiéndose en cursi.
Hay otra teoría sobre las raíces de lo cursi que incluso pudo llegar a inspirar a Lorca en su Doña rosita la soltera y el lenguaje de las flores.
Eso nos sitúa en Cádiz, donde vivían las hermanas Sicur, de origen francés y que solían vestir según la moda parisina, aunque no fue así siempre. En un momento dado, se quedaron sin dinero para comprar vestidos nuevos, así que intentaron tapar los desgarrones de su vestimenta con lazos y bordados. Cuando paseaban por Cádiz ibas vestidas de esta forma, con unos trajes que no seguían la moda, y con unos remaches que aparecían por encima de los vestidos originales, así que los jóvenes gaditanos, al verlas, les empezaron a gritar «¡Sicur, sicur!» Tan solo hay que invertir las sílabas de su apellido para ver que se acabó convirtiendo en un sinónimo de ridículo, de querer parecer algo que no se es.
La palabra cursi ya estaba aceptada en el diccionario de la Real Academia Española cuando algunos literatos la empiezan a utilizar en sus obras.
Digamos que es un término utilizado en las provincias que, de una forma u otra, procede de Cádiz. En 1869 se acepta como término por la RAE y, por ejemplo, Benito Pérez Galdós no la empieza a utilizar en sus textos hasta finales del siglo XIX. O sea, la palabra ya estaba en circulación mucho antes, además de haber aparecido en otros tantos escritos anteriores al propio Galdós de mediados de siglo. Al fin y al cabo, no deja de ser un gaditanismo que terminó siendo asumido a nivel nacional como concepto.
«Ortega y Gasset tenía mucha razón cuando decía que no se podía entender la segunda mitad del siglo XIX español sin la palabra cursi»
¿Qué relación hay entre «lo cursi» y las diferentes clases sociales que había en España a mediados del siglo XIX?
Lo cursi se aplicaba, principalmente, a la burguesía que se desarrollaba en aquellos años. Es curioso porque se aplica esa idea de querer aparentar lo que no se es tanto por el lado conservador como por el progresista. En resumidas cuentas, progresistas y conservadores eran cursis. En el primer caso estaría el político y académico Francisco Silvela, y en el segundo autores como el mismo Galdós o Emilia Pardo Bazán. A todos les une intentar desclasarse a través de esa concepción de no estar en el lugar apropiado, lo que hace que reciban críticas también por ambos lados. A mí me interesa mucho esa ruptura con las normas, pero es que también había una aristocracia cursi que intentaba copiar los métodos de Francia. Tenían ese carácter nostálgico que les evocaba el país vecino porque en España, en 1868, se produce la Revolución Gloriosa y comienza el Sexenio Democrático y la Primera República, así que la aristocracia estaba bastante tambaleante. El término cursi también se aplicaba a la clase obrera incipiente. Había cientos de trabajadores que se desplazaban del pueblo a la ciudad y que imitan algunos usos de la burguesía, serían una especie de clase media baja. Ahí, Ortega y Gasset tenía mucha razón cuando decía que no se podía entender la segunda mitad del siglo XIX español sin la palabra cursi.
¿A qué se asociaba realmente la cursilería para que valiera en tantos estratos sociales?
Era, a fin de cuentas, el querer y no poder. Así lo resume Pardo Bazán, quien decía que era algo bastante característico de la sociedad española del XIX. Por otra parte, Pardo Bazán era condesa.
En la muestra de la que es comisario hay más de un centenar de objetos decorativos, mobiliario, publicaciones, fotografías y obras de arte ligado a este concepto. ¿Qué grandes personajes a nivel histórico abrazaron la cursilería?
Si lo planteamos de forma consciente, Ramón Gómez de la Serna es el gran defensor de lo cursi. Él llega a escribir Ensayo sobre lo cursi, de hecho, y es algo que reivindica frente a una parte de las vanguardias que también florecen en aquel periodo. Solo hay que ver sus colecciones, donde hay muchos objetos cursis. Tenía desde un gato de cerámica en su despacho hasta un señor, también de cerámica, vestido con una levita como si fuera del siglo XIX, pasando por centros de flores y diversos jarrones. En uno de estos, el jarrón es una mano que parece sostener el ramo y el otro representa a una mujer vestida de azul alimentando a una paloma con las flores. Gómez de la Serna acumulaba este tipo de objetos. Federico García Lorca es otro de los grandes escritores que creo que abrazó lo cursi de forma consciente. Y si nos movemos algo más a la actualidad, en la exposición se puede ver un jarrón de Costus [seudónimo de la pareja artística formada por Enrique Naya y Juan Carrero] que representa un caniche y un bóxer con alas y un lazo azul. Esto sí creo que es una utilización muy consciente de lo cursi para, por un lado, tener la intención de reivindicar el uso que le daban las clases más populares a lo cursi pero, por otro lado, con un afán de epatar.
«Corín Tellado utiliza esa tradición sentimentalista del siglo XIX y le da una vuelta»
Y de forma inconsciente, ¿quién era cursi?
Aquí sobresale Gustavo Adolfo Bécquer y algunos de los poetas que le suceden y le intentan imitar. Si hablamos de pintura, una parte muy importante de la producción pictórica del siglo XIX tiene que ver con los retratos burgueses que copiaban los usos franceses, aunque algo más degradados. En ese sentido, en la exposición he incluido dos cuadros de Luis de Madrazo que podrían entrar en la idea de cursi. A ello se suma la moda del neorrococó, que triunfa en un determinado momento y que también sería un poco cursi. Y todos los pintores adscritos al casacón [pintura que satisfacía las aspiraciones del público burgués] son otro ejemplo.
¿Qué desarrollo sufre la cursilería a lo largo del siglo XX?
Eso lo aborda muy bien Ortega y Gasset. Él plantea que, de algún modo, con la introducción de la producción en masa se recorre una suerte de camino hacia otro lugar mucho más ligado a lo kitsch. Sería lo mismo que sucedía en el siglo anterior pero con una producción en masa, cuando eso para lo cursi sería imposible. Además, en el siglo XX sí que hay mayor conciencia sobre los kitsch y se utiliza de forma mucho más pensada como recurso.
¿Quiénes sobresalen en el siglo XX?
Los Costus, que ya he citado antes, son un buen ejemplo, pero también la escritora Corín Tellado, escritora española más leída después de Cervantes, con sus miles de novelas. Ella utiliza esa tradición sentimentalista del siglo XIX y le da una vuelta. Por otra parte, también está Nazario, el dibujante. En su caso, compaginaba la realización de un cómic underground con el pintar acuarelas de bodegones de flores en su casa, algo que siempre ha estado asociado a lo femenino.
Ahora parece un término peyorativo hacia alguien, algo despectivo. ¿Siempre se ha utilizado de la misma manera?
A lo cursi siempre le ha acompañado esa parte de engaño, así que yo diría que sí, que es algo negativo que se dice de alguien.
Hoy en día, ¿qué podría ser cursi?
A mí siempre se me ocurren dos cosas: los memes de gatitos y las cupcakes; que eran rosas, azules y amarillas, que no se sabía muy bien qué te estabas comiendo pero que en realidad eran magdalenas que aparentaban ser pasteles de alta cocina.
Y los memes de gatitos, ¿por qué?
Seguramente, porque hay una tradición muy larga detrás. En el siglo XIX ya aparecían esos gatitos dulces y tiernos adornado las casas, polveras, abanicos o pastilleros. Son gatitos de porcelana cursis que tiene todo el mundo en casa, así que veo una continuidad iconográfica con los vídeos que se viralizan de estos animales.
Por último, ¿cree que el concepto «cursi» metamorfoseará en el futuro?
Me atrevería a decir que no porque se ha mantenido muy estable hasta ahora, así que no creo que cambie. Lo que sí puede ocurrir es que haya cosas que no se las catalogue como cursis a día de hoy pero sí lo sean dentro de 50 años.
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