Cultura

Esta es la música que inunda el campo

Iniciativas culturales como Leturalma, Festivalino o Demandafolk llevan años apostando por revitalizar los entornos más descentralizados poniendo el foco en la sostenibilidad y lo local. La dinamización y la puesta en valor del medio rural toma cada vez mayor relevancia.

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21
junio
2023

Llega el buen tiempo y las citas culturales se multiplican. Más de 1.000 festivales se expanden por toda la península en primavera y verano, aunque generalmente los que más visibilidad acaparan son los más multitudinarios y urbanitas, así como aquellos que se celebran en zonas costeras. Primavera Sound, en Madrid y Barcelona; Río Babel, en Madrid; Jazzaldia, en San Sebastián o el Festival de les Arts, en Valencia, son nombres tan clásicos como populares en las agendas festivaleras de esta época. Aún así, en los últimos años, algunas otras citas alejadas de las grandes urbes han logrado situarse también en un lugar privilegiado en el ranking cultural estival. Los festivales Sonorama Ribera, en Aranda del Duero (Burgos), Contempopránea, en Olivenza (Badajoz) o el Festival de música celta de Ortigueira (A Coruña) se han convertido en citas multitudinarias, aunque macro-festival y naturaleza no siempre combinan de manera idónea. Si uno de los reclamos para acudir a citas más descentralizadas es el respeto por el medio ambiente, los aforos desmedidos pueden conseguir justo lo contrario, traduciéndose en kilos de basura desperdigados en zonas verdes.

No obstante, en los últimos años se han promovido iniciativas que tratan de impulsar la oferta de ocio y cultura del medio rural sin olvidar la sostenibilidad y la concienciación en los valores medioambientales. Es el caso del festival Leturalma, en Letur (Sierra del Segura, Albacete), presentado recientemente en Madrid y que se celebrará del 20 al 23 de julio. Impulsado por la cantante María Rozalén en 2016, este encuentro se ha consolidado como una importante cita que engrana música, preservación de la naturaleza y difusión de las tradiciones de los pueblos. «Organizamos el festival para visibilizar el medio rural a través del arte y la cultura y para poner determinados sitios en el mapa y que la gente los conozca, pero también por nuestros mayores, que es la población que más habita en el pueblo. Es un chutazo de energía ver las calles llenas y que los niños y niñas quieran ver las huertas. También es importante por el folclore. Me parece de justicia que honremos y respetemos y les demos el valor que tienen a los pueblos, porque son la base de toda la sociedad. Sin los ganaderos, la agricultura y el medio rural no existen las grandes ciudades. Y queremos que se vea que otra vida y otra forma de ver las cosas es posible», explicaba la cantante. Además de los conciertos de conocidos artistas como Seguridad Social, Tanxugueiras, Zoo o la propia Rozalén, el evento incluye talleres de reforestación, actividades infantiles, rondas de animeros y animeras o un mercadillo tradicional. El objetivo es que sea un festival lo más inclusivo posible en todos los sentidos. 

En esta misma línea se sitúa el Festivalino –según aseguran, «el festival más pequeño del mundo»– de Pescueza (Cáceres), un pueblo en el que apenas viven 120 personas. Se trata de una cita primaveral que empezaron a gestar un equipo de jóvenes en 2008 «para poner en valor el mundo rural a través de la cultura, hacer un llamamiento contra despoblación y concienciar sobre la importancia de preservar el medio ambiente», explica Agustina Fernández, concejala de Cultura y directora del festival.

El Festivalino surgió «para poner en valor el mundo rural, hacer un llamamiento contra despoblación y concienciar sobre el medio ambiente»

Una de las actividades permanentes del Festivalino es la plantación de árboles en la dehesa que se lleva a cabo el último día del evento. «Se ha consolidado porque hemos puesto mucho empeño e ilusión para que salga adelante», añade. Y es que ya en su primera edición y gracias a la promoción de los 40 Principales, consiguieron que asistiera una banda tan popular como La oreja de Van Gogh. No fueron los únicos: también se han dado cita artistas como Rayden, Andy y Lucas, Reincidentes, Tanxugueiras o Huecco, sin olvidar a un buen número de grupos regionales en cada edición. Tampoco faltan los talleres tradicionales y los enfocados al público infantil. Se trata de visibilizar lo más cercano, con el apoyo de lo más conocido y conseguir cada vez más visibilidad. «Los pueblos pequeños se están quedando solos. Ahora mismo solo tenemos un bar y una tienda. Si sigue sin gente, el pueblo se muere. Pero al entorno también aporta el festival: ya no es solo conocido a nivel regional, sino también nacional. Este año ha venido gente de todos los puntos de España, y también de Portugal», añade Fernández. Para que nadie se quede fuera por circunstancias económicas, el festival siempre ha sido gratuito.

Otro festival de entrada libre que también se ha interesado por incentivar su entorno no es otro que el Demandafolk. Arrancó en 2007 ante la necesidad de recuperar la cada vez más despoblada zona de la Sierra de la Demanda (Burgos). Organizar actividades que pudieran atraer a la población más joven de la comarca fue una de las motivaciones principales para la asociación organizadora, ¡Que la sierra baile!, y es que sin una oferta de ocio motivante y con una oferta laboral escasa, este sector opta habitualmente por marcharse a las ciudades. Algunas de sus señas de identidad son la sostenibilidad, el alejamiento de lo convencional y la recuperación de las tradiciones. La consolidada Festa de Carballeira de Zas (A Coruña), el Festival Sierra Sonora de Viniegra (La Rioja), El Magusto de Carbajo (Cáceres), el Festival Saltamontes de Torralba de Ribota (Zaragoza) o el Cantilafont de Lluçanès (Barcelona) son otros ejemplos de festivales y encuentros donde la cercanía, la calidez, el aprendizaje, la naturaleza y la defensa de lo originario son palabras verdaderamente importantes. Lugares donde las macro-rentabilidades económicas se quedan a un lado frente a la cultura y la naturaleza.

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