Cultura

«Los macrofestivales no son oasis del mundo, sino la boca del lobo»

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25
julio
2023

Dedicado al periodismo musical desde finales de los 80, Nando Cruz ha colaborado en revistas musicales, prensa generalista, programas de radio y de televisión. Acaba de publicar su nuevo libro, Macrofestivales, en el que hace un repaso de la realidad poco sostenible de los festivales de música, 


¿Por qué escribir un libro sobre la insostenibilidad de los festivales de música?

La idea del libro proviene del editor que me lo encarga y que había leído muchos artículos donde yo introducía una perspectiva sobre la cara B de la sostenibilidad en el mundo de la música y los grandes espectáculos. Yo de joven iba a muchos macrofestivales, incluso en el extranjero, como Inglaterra o incluso Estados Unidos, y empecé a ver cosas que no tenían ningún tipo de sentido: abismos entre las ganancias de unos grupos y otros, abusos laborales de trabajadores y abusos al consumidor. Los recintos son espacios imposibles de habitar y pasan montones de cosas al mismo momento. Nuestra mirada crítica desaparece cuando nos lo estamos pasando bien. En los espacios de ocio no queremos conflictos, ni problemas ni críticas, pero vas cambiando tu perspectiva cuando estás en un espacio como un macrofestival y te das cuenta que no dejan de ser espacios de aceleración del capitalismo. No son escudos contra el capitalismo u oferta alternativa, como fueron durante los macroeventos de los años 60. Ahora hay hiperconsumismo y desigualdades extremas que se veneran y apoyan por casi todo el mundo.

Entonces, ¿crees que los macrofestivales son un producto del capitalismo?

No se trata de estar preparado. Aunque fuera desde la ingenuidad, estos festivales comenzaron siendo diversos y buscaban alternativas al capitalismo y el imperialismo norteamericano. Si bien hacían conciertos gratuitos de vez en cuando ante las quejas por los altos precios de las entradas, tal vez para salvar las apariencias, es evidente que poco a poco el capitalismo engulló los macrofestivales y el circuito de la música en vivo, pero quizás la forma más evidente y estridente fue la primera. Por esta misma razón, ahora no se encuentran pintadas contra la censura y reclamos de paz en el mundo en los festivales sino un coche y chicles nuevos de promoción, un estand de una marca de ropa y más elementos de fomento del capitalismo y consumismo en un espacio que, en un inicio, era para gozar de la música. En un pasillo conectando dos escenarios hay más estímulos de consumo que en una calle comercial. No son oasis del mundo, sino la boca del lobo. Ahora incluso los bancos han entrado en la rueda del juego y puedes tener importantes descuentos si eres su cliente.

«Nuestra mirada crítica desaparece cuando nos lo estamos pasando bien»

¿Qué es lo que la gente menos sabe sobre la sostenibilidad de los festivales?

Todos tenemos algún tipo de intuición sobre la insostenibilidad del modelo de los festivales, pero hay dos que me han sorprendido especialmente. El primero es el caso de los vasos reutilizables. Tenemos muy asumido que son una buena idea y que tienen menos huella ecológica, pero esto es uno de los grandes engaños del greenwashing, y esto se basa en datos científicos. Fabricar un vaso de plástico necesita mucho más plástico y energía, lo que hace que solamente si se usa más de 10 veces resulta óptimo, pero únicamente se utilizan una media de una vez y media. Por ello, se producen vasos que se utilizarán unas 8 veces y media menos de lo que deberían, lo que es más caro porque, encima, su coste va a cargo del consumidor. Hay empresas que se dedican a la asesoría y que afirman que quien produce tiene que hacerse responsable y ofrecer la posibilidad de devolver los vasos y reutilizarlos en el mismo festival. Si nos llevamos el vaso a casa, además, no se utilizan. Responsabilizar a los consumidores del vaso que utilizan no es lo correcto. Un segundo caso es el de lo mal remunerados que están los grupos. Cuando uno ve a los grupos en el escenario piensa que son ricos y famosos, pero esos solamente son unos pocos privilegiados. Hay músicos que, como he dicho, se someten a contratos muy precarios por necesidad.

¿Es posible un macrofestival sostenible?

No. Pero es un no rotundo y con mayúsculas. Un macrofestival no puede ser sostenible de ninguna manera, puesto que basa su modelo de negocio en flujos ilimitados de personas. No hay macrofestival que se llene solo con el público de los cinco kilómetros a la redonda. Las personas vienen de muy lejos y el 75% de la huella ecológica es la gente que se desplaza. Cuando produces de proximidad o con artistas locales, igualmente deberían desplazarse con camiones de biodiesel, usar bombillas led o poner puntos de agua potable sin botellas accesibles en todos los puntos del recinto. Además, deberían tener políticas de 0% plástico. Pero ni tan solo haciendo todo esto se puede garantizar que todo el mundo llegue en transporte público y tampoco hacer que el recinto esté precintado. En el Primavera Sound, por ejemplo, un 65% del público es extranjero; pero también en el Sonorama, que se organiza en Aranda de Duero, no se puede llegar con transporte público y la mayoría de sus consumidores acceden en coches individuales. Se genera turismo, sí, pero llenándolo con personas de fuera que solamente duran por unos días, lo que hace que la suma sea insostenible.

«Un macrofestival no puede ser sostenible de ninguna manera, puesto que basa su modelo de negocio en flujos ilimitados de personas»

¿Qué reticencias crees que existen en la industria ante la necesidad de hacerla más sostenible?

Hay un perfil de director de festival que es consciente de que la huella de su modelo de negocio y tiene un cierto remordimiento de conciencia que le lleva a procurar un festival más sostenible y con menos plástico. Hay diferentes grados de sinceridad y ahora se está empezando a implementar una cultura de sensibilidad con estas asuntos, pero los números aún tienen que cuadrar. Antes de la pandemia ya se había empezado una tendencia en esta línea y existían servicios de asesoría y estrategias pero, después de la pandemia, se han perdido demasiados ingresos y las compañías necesitaban recuperar el dinero. La sostenibilidad es una preocupación cuando se tienen resueltos otros temas. Si los números cuadran y todo va bien podemos centrarnos en la sostenibilidad, si no hay otras prioridades. Hay muy pocos eventos, como el Rototom, que estén completamente comprometidos con su impacto ecológico.

¿Qué rol deben tomar las administraciones en los macrofestivales? ¿Y el resto de actores económicos?

Hay subvenciones de millones de euros para la industria, pero nunca se destina presupuesto en la fiscalización del trabajo que se hace. Vivimos en un país profundamente entregado al turismo y desde la administración, como se entienden a los macrofestivales como un reclamo y agentes del turismo, generan un impacto económico. Hasta que no exista una regulación medioambiental del asunto nadie se verá forzado a rendir cuentas en aspectos relacionados con la sostenibilidad. De momento, aquellos festivales que lo han hecho ha sido de manera voluntaria, pero este no puede seguir siendo el caso. No es suficiente con premios a la buena práctica, se necesitan regulaciones que incluyan a todas las partes interesadas y exijan responsabilidades.

¿Qué rol juegan los artistas en todo esto? ¿Y los consumidores?

Hay artistas de todo tipo: no es lo mismo el artista que cobra un millón de euros por espectáculo que el que cobra 600 euros: uno tiene el control de la situación y el otro no. El primero toca cuando quiere mientras que el segundo debe tocar a las cuatro de la tarde a pleno sol en un contexto en el que ganarse la vida como músico es muy complicado y en el que no existe un circuito de salas suficientemente musculado para tocar cada semana. El oficio de músico pasa necesariamente por entrar en los festivales. No tienen muchas opciones y rechazar una puede significar la desaparición de la escena pública. Se tiene que estar en los festivales, pero las condiciones son, en muchas ocasiones, lamentables. No tiene sentido criminalizarlos a ellos porque son la parte más baja de la cadena.

«Hasta que no exista una regulación medioambiental del asunto nadie se verá forzado a rendir cuentas en aspectos relacionados con la sostenibilidad»

En el caso del consumidor podemos considerarlo tanto culpable como víctima. Hay muchas incomodidades generadas por este contexto masificado. Tiendo a pensar que no debemos culpar al espectador porque llega a un festival a ver al grupo de su vida, se traga sus contradicciones y se compra una entrada. Ya tenemos muchas culpas como para encima tener que enfrentarlas en nuestros espacios de ocio. Conscientes de dónde nos ponemos, agotados y con la ansiedad que generan este tipo de espacios, pensemos en si esta es, realmente, la mejor forma de consuir música. Señalar el consumo musical en una maratón de turboconsumo que nos deja hechos una mierda y el lunes siguiente prometemos no ir nunca más a un concierto en nuestra vida. Es cierto que aparte de consumidores somos ciudadanos, y que como tales debemos reclamar a las administraciones que justifiquen el dinero que destinan a este tipo de modelo de negocio, y que nosotros tenemos que estar bien tratados, tanto espectadores, músicos como trabajadores.

¿Cuáles son las soluciones más fáciles de implementar? 

Para mi, una solución sería cumplir la ley. Si se cumple la ley y se aplican los mecanismos para garantizar que se cumpla avanzaríamos muchísimo. Es ilegal impedir entrar bocatas al recinto. Los puntos de agua potable y gratuita deberían estar siempre garantizados. En muchas ocasiones, los macrofestivales son espacios salvajes desde un punto de vista capitalista en los que hay que pagar por todo. Si protegemos solamente al empresario y no también al consumidor, no avanzaremos a ningún tipo de sostenibilidad. FACUA recibe constantemente denuncias de festivales en los que se han cobrado barbaridades para consumir. Es el problema a gran escala macro en la música. Yo no estoy en contra de la idea de los festivales como espacios de encuentro para conocer a personas y grupos que no conoces, pero en la escala macro hay problemas que deben ser resueltos, o al menos minimizados. Muchos festivales han ido creciendo más allá de lo macro y son ahora un espacio insostenible que, además, sigue produciendo mucho dinero y convierte su existencia en incuestionable.

En el futuro, los macrofestivales…

Si los festivales ven reducido el número de entradas cambiarán las estrategias que han utilizado hasta ahora para resultar atractivos. En pocos años veremos que los consumidores preferirán comodidad a otros factores y quizás esto también implicará que los festivales sean más caros. Un público adulto no está dispuesto a aguantar según qué condiciones y la gente quiere garantías que estén acorde con el precio que han pagado. Hay que centrarnos en la comodidad y los aforos limitados, así como servicios suficientes para ir al baño, beber agua o comer entre un espectáculo y el siguiente. Necesitamos replantear muchas cosas. Al final de mi libro planteo la idea de los festivales fértiles, donde en lugar de tener a los festivales como máquinas depredadoras del capitalismo y un turismo insostenible se conviertan en un lugar desde donde crear y proveer fertilidad a la zona, atrayendo y contratando a grupos locales y alimentando la cultura y ecosistema de la zona. Sin tener soluciones fijas, creo que este es un buen camino a seguir por parte de la industria.

 

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