Cultura
Los festivales también quieren ser sostenibles
Con más de 890 espectáculos y 1.800.000 asistentes, España se corona como el primer destino turístico de festivales de Europa. Un reconocimiento que, si bien puede llegar a ser un motivo de orgullo, también pone la lupa sobre uno de los sectores más contaminantes del planeta. ¿Qué están haciendo los festivales para reducir su impacto en el planeta?
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Justo antes de acabar 2019, Chris Martin, el cantante de la banda británica Coldplay, anunció que el grupo no concedería ni una sola gira más hasta que consiguiera ser climáticamente neutro. El aviso llegaba en el cierre del llamado «año del desastre»: el segundo año más cálido jamás registrado, que alcanzó una temperatura media del planeta de 1,1 grados por encima de los niveles preindustriales, además de un incremento de las emisiones de dióxido de carbono de un 0,6% respecto al año anterior.
«Nuestra próxima gira será la mejor versión posible ambientalmente. Queremos un espectáculo sin plásticos de un solo uso en el que, además, se utilice en gran medida la energía solar», explicaba el líder de la banda, acostumbrada a llenar sus conciertos de miles de coloridas mariposas de plástico, lanzar fuegos artificiales y agasajar a los asistentes con pulseras de plástico con luces en su interior. Tres años después, y con una pandemia de por medio, el grupo no solo ha mantenido la promesa, sino que ha inspirado a los organizadores de otros eventos musicales.
Más allá de utilizar energías limpias, desplazarse en vuelos comerciales en lugar de aviones privados –e incluso en carretera, si es posible– o instalar un árbol por cada entrada vendida para compensar el desplazamiento de los asistentes, Coldplay incluye novedades nunca vistas hasta ahora en la producción de eventos: suelos cinéticos que suministran energía gracias a los saltos de los espectadores, una batería que se alimenta de aceite de cocina reciclado, agua gratuita y vasos reutilizables de un tipo de aluminio cuya fabricación produce solo el 5% de dióxido de carbono en comparación con el generado por el aluminio primario. Incluso el confeti es 100% biodegradable. El objetivo es sencillo: reducir a la mitad sus emisiones de dióxido de carbono.
En España, las cifras previas a la pandemia sumaron hasta 890 festivales y 1.800.000 asistentes
Algo similar ocurrió con Robert del Naja, vocalista de Massive Attack, que anunció casi al mismo tiempo que Coldplay que a partir de entonces trabajaría con investigadores de la Universidad de Manchester para estudiar el impacto de sus giras, además de prohibir los plásticos de un solo uso en sus conciertos y establecer la preferencia de viajar en tren. Son iniciativas similares a las de cantantes de generaciones más jóvenes y concienciadas con el medio ambiente, como Billie Eilish, que instala en todas sus actuaciones el Billie Eilish Eco-Village, una zona a la que el público puede acudir para aprender sobre el cambio climático.
Si bien es cierto que conseguir que un espectáculo sea climáticamente neutro es una meta muy ambiciosa, cada cambio suma a la hora de transformar la industria musical, una de las más contaminantes en la actualidad. Basta con ver los datos: los eventos musicales pequeños generan una huella de 5 kilos de CO2 por persona, mientras que los macroconciertos como los festivales pueden superar los 25 kilos por cabeza. Si este año se consiguen alcanzar en España, primer destino turístico de festivales en Europa, las cifras previas a la pandemia, será evidente una vez más la necesidad de intentar evitar un impacto de tal envergadura sobre el planeta. Al fin y al cabo, se trata de 890 festivales y 1.800.000 asistentes, según la Asociación de Festivales de Música. Y aunque es cierto que cada vez son más las propuestas para disfrutar de la música de forma sostenible, ¿realmente generan un cambio palpable, incluso cuando surgen de un personaje famoso?
«Todas las medidas impulsadas en la industria de la música que quieran promover mejoras sociales y ambientales deben ser bien recibidas. No obstante, es importante identificar la profundidad y capacidad de transformación real que generan: hay medidas tremendamente marketinianas», valora Marta Barahona, directora del área de sostenibilidad de Gabeiras & Asociados. El despacho jurídico acaba de publicar junto a la Asociación de Festivales de Música un informe donde habla de la necesidad de conocer, a ciencia cierta, tanto el impacto positivo como el impacto negativo de estos eventos. Ahí reside el núcleo de la cuestión: los espectáculos de este calibre solo podrán ser sostenibles si se conoce cada detalle de su influencia tanto en el entorno como en las sociedades.
Los macroconciertos y los festivales pueden superar los 25 kilos de CO2 por asistente
«En la actualidad no existe alternativa en el mercado que permita a este tipo de eventos culturales abastecerse de energía limpia. De hecho, no suelen tener en sus equipos a personas especializadas en sostenibilidad, y una contratación de este servicio o de soluciones de consumo energético suman costes que cuesta asumir», explica Barahona. Precisamente para dar respuesta a lo que un festival sí puede hacer, el estudio busca una forma homogeneizada de medir su impacto más allá del ámbito puramente ambiental, puesto que lo económico y lo social también forma parte del salto hacia una cultura más sostenible.
«Se tiende a criminalizar al sector por sus impactos negativos en materia de género, medio ambiente o calidad de empleo, uno de los retos más relevantes para el sector dada su temporalidad», advierte la experta. Esta concepción puede provocar un daño feroz a un sector ya perjudicado por la pandemia, lo que hace que sea conveniente abordarlo desde dos perspectivas: asegurar que los festivales cuenten con formación en sostenibilidad y criterios que les permitan tomar decisiones más justas y, así, poner en valor la capacidad transformadora que tiene la cultura por sí misma. En otras palabras: bien cimentados, los festivales pueden ser una herramienta clave para concienciar, visibilizar e incluso resolver –al menos parcialmente– los retos sociales y ambientales. ¿Qué labor tiene la música si no es la de transmitir un mensaje?
Los festivales más sostenibles en España
La colaboración entre organizadores de festivales para compartir conocimiento, la capacitación de los profesionales y las alianzas público-privadas no son acciones tan llamativas como las de instalar paneles solares sobre un escenario, pero tal como asegura Barahona, generan un mayor impacto en la sostenibilidad. Los festivales también pueden contribuir a los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) más urgentes –como la salud, la igualdad de género, la energía asequible o el acceso al agua–, tal y como lo demuestra Festivales de música y Agenda 2030 diseñado por la FMA, una hoja de ruta que reformula hasta el más mínimo detalle de estos eventos para hacerlos más sostenibles en todos los sentidos.
El festival Tomavistas tiene la ambición de convertirse en una productora sostenible de huella cero
Por el momento, España es un país en el que los festivales cada vez abogan más por la sostenibilidad. Un buen ejemplo es Tomavistas: el festival madrileño lleva años apostando por la transformación de la música en directo a través de un binomio ambiental-social con la ambición de convertirse en una productora de artes escénicas con huella cero. Desde 2019 está adherido al plan de PYMEs y Objetivos de Desarrollo Sostenible, participando con entidades como la ONG Reforesta para recuperar espacios verdes en Madrid, utilizando generadores de bajo consumo e iluminación LED y separando los residuos generados durante el festival.
Otra transformación de éxito la constituye el Festival Sinsal, celebrado en la ría de Vigo, que busca reducir su impacto trabajando en seis líneas distintas: la igualdad, la circularidad, la diversidad, la localidad, la eliminación de plásticos y la reducción de las emisiones de carbono. Por otro lado, Sonidos Líquidos, conocido como el festival más sostenible de Canarias, cuenta con el sello A Greener Festival, un reconocimiento que audita a nivel europeo festivales en materia de sostenibilidad. Sonidos Líquidos, además, se celebra en una zona de gran valor ambiental dentro de la isla de Lanzarote.
Algunas de las decisiones sostenibles que toman los festivales son verdaderamente relevantes, mientras que otras preparan el camino para mayores cambios. Sea como sea, la lista sigue creciendo: el Ribera Sound, celebrado en Tudela, Navarra, ha promovido la integración de la mujer en el sector con un cartel íntegramente femenino, mientras el Rototom Sunsplash, el evento de reggae más grande del país, consiguió evitar el equivalente plástico de 12 piscinas olímpicas en 2019, utilizó tecnologías de bajo consumo y desarrolló políticas de acceso dirigidas a los colectivos más vulnerables.
También el Primavera Sound, adherido a los ODS desde 2019, parece hacer ciertos avances, sustituyendo los vasos de plásticos –e instalando recicladoras de botellas del mismo material– por envases reutilizables de polipropileno. A pesar de ello, han seguido llegando críticas hacia el que es uno de los festivales más grandes del país, ya que estas acciones se ven contrarrestadas por medidas como el uso de criptomonedas, altamente contaminantes. Mientras, el Festival Cruïlla, en Barcelona, ha optado este año por abrir una convocatoria de start-ups dispuestas a aportar soluciones de ecodiseño y medidores de huellas ambientales que sigan haciendo de los festivales ese lugar de emoción donde disfrutar de la buena música sin poner en riesgo el equilibrio de nuestras sociedades y del planeta.
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