Diversidad
El colectivo LGTBI en el medio rural: más visibilidad para más inclusión
Frente al ‘sexilio’ del pasado, el colectivo LGTBI es cada vez más visible en el mundo rural. Aunque, advierten, no todo es idílico en el campo, sí se ha avanzado en inclusión.
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El pueblo, ese espacio a caballo entre lo mítico y lo asfixiante, ya no es lo que era. Al menos, en algunas cuestiones, por ejemplo las que atañen a los vecinos miembros del colectivo LGTBI. Si hace algunas décadas la única salida que encontraban era emigrar a una gran ciudad, donde poder vivir su sexualidad sin avergonzarse, junto a otras personas con sus mismos intereses, angustias, y compromisos, hoy en día el panorama no es tan aciago, la modernidad se ha instalado en buena parte de la España profunda, aunque sigue habiendo bastiones irreductibles al cambio.
Según el Observatorio Andaluz contra la homofobia, bifobia y transfobia, los principales problemas que hostigan en las pequeñas localidades a quienes pertenecen a este grupo de población son el imperativo de la heterosexualidad y heteronormatividad, la invisibilización, el control social (chismorreo, apodos denigrantes, burlas…), cierta sobreprotección al considerarlos frágiles o débiles, la LGTBIfobia interiorizada (vergüenza, miedo o culpa propias) y el menoscabo de la autoestima. Se llama sexilio rural. Cuando el grado de persecución, acoso o molestia es tal que se ha de abandonar el lugar donde se reside.
Paulino D. tiene 75 años. «Toda mi vida he vivido en un pueblo burgalés de unos quinientos habitantes, ocultando que me gustaban los hombres. Cuando hice la mili, me tiraron por la espalda aceite hirviendo para hacerme un hombre. Tenía que irme a tugurios de mala muerte en Aranda para tener algo de sexo, la mayor parte de las veces besos rápidos y algún magreo. Me he dedicado al campo, y ahora estoy solo, con la sensación de haber sido un vicioso, un pervertido. Por eso decidí venirme a una residencia, donde al menos me cuidan».
Por fortuna, hay vida más allá de eso. En Barcenillas, una localidad de Cantabria de apenas cien habitantes, hace un par de semanas los tractores y cencerros se desviaron de los surcos para convertirse en carrozas adornadas con cintas de colores, purpurina y música disco durante el segundo festival Agrogay de Cantabria, una iniciativa que visibiliza al colectivo LGTBI del mundo rural.
El pueblo es, por unos días, el epicentro del orgullo, gracias al trabajo de la Asociación Cultural de Barcenillas, que organiza numerosos eventos lúdicos y de concienciación, como el desfile de «travestis» con albarcas, calzado tradicional cántabro. Su presidente, Pedro José Gutiérrez, está satisfecho por los avances sociales del colectivo, si bien apunta que «hay lugares en Cantabria donde no está bien visto todavía».
Pepe Paz: «La apertura de los jóvenes es tan moderna como la de cualquier joven de ciudad; al fin y al cabo, se nutren de internet, en un pueblo minúsculo de España o de Finlandia»
En Aragón, el colectivo Towanda, que trabaja por la diversidad afectivo-sexual en el mundo rural, ha elaborado una exposición itinerante por pequeñas localidades con textos, infografías y fotografías para visibilizar al colectivo. Ha recorrido 22 pueblos, entre otros Cariñena, Ariza, Aínsa, Pradilla, Sabiñánigo, Morata de Jalón o Calatayud. «Queremos que sea una muestra al aire libre para que la gente se encuentre con ella sí o sí, que no haya que ir a verla de manera expresa. Que algo está cambiando en el mundo rural respecto de la acogida de la cultura LGTBI lo demuestra el hecho de que apenas ha habido vandalismo en la exposición, alguna pintada con spray o manchas que quizás sean actos de gamberrismo, más que de homofobia», explica Pepe Paz, responsable de la entidad.
«Es muy importante que las políticas de sensibilización vengan respaldadas por instituciones. Que en la exposición aparezca el emblema del Gobierno de Aragón apoyándola cala mucho en las personas, que se dan cuenta de que no es una cosa de locas sino algo serio, que tiene que ver con derechos fundamentales y que surgen de las Cortes», continúa Paz, que reconoce «cambios sociológicos» muy importantes, como el hecho de que, entre los jóvenes, su apertura hacia las distintas opciones afectivo-sexuales «es tan moderna como la de cualquier joven de ciudad; al fin y al cabo, se nutren de internet, en un pueblo minúsculo de España o de Finlandia».
Uno de esos cambios de los que habla Paz es el regreso a sus pueblos de las personas del colectivo. «Con la publicidad que se le está dando a la España vaciada, y aprovechando la iniciativa de tantas personas que, después de la pandemia, decidieron irse a vivir al campo, pensamos que el colectivo LGTBI también tenía derecho a retornar a sus pueblos y ser recibido con respeto. De ahí surgió la idea de crear la asociación Campo de Borja Entienda», explica Armando Rodríguez Agoiz, uno de los responsables de la entidad.
«Nos llamó mucho la atención que no hubiera por la zona ninguna visibilidad del colectivo, ni siquiera en las redes de contactos, donde nadie subía su foto, sino que colocaban un cuadro en negro», explica. «Por eso empezamos a sensibilizar a toda la comarca a través de proyección de cortos, charlas sobre la diversidad afectivo-sexual, la ley trans, la realidad trans, charlas en el instituto de Borja, que es el que aglutina a los jóvenes de la zona… aunque todavía cuesta, los vecinos se van implicando poco a poco y cada vez, aunque de manera tímida, hay una pequeña visibilidad en las fiestas de los pueblos», concluye.
«Nada de idealizar el mundo rural»
La publicista Sandra Cruz y su pareja, Mariví González, decidieron trasladarse a Béjar, un municipio salmantino de unos mil vecinos, cuando heredó la casa familiar. «La vida en Madrid resultaba opresiva por el coste económico, nuestros ingresos son fluctuantes y, después de sopesarlo mucho, decidimos venirnos aquí. Al principio, la gente se asombraba de que hubiera mujeres que alegremente hagan pública su homosexualidad, pero al cabo de un tiempo eres una más. Pasa en todos los grupos, está el marica, el raro, el romántico, el listo, el pesado, el manitas… después todos forman parte de algo más importante que las peculiaridades», señala.
Aitor Sarabia: «Ahora creo que no es mucho más inclusivo, pero sí hay más visibilidad»
Algo similar le ocurrió al artista Aitor Sarabia, que se mudó hace unos meses a los Valles Pasiegos, en Cantabria, donde teje, pinta y hace cerámica. «Me fui del entorno rural en el que crecí, rodeado de vaquerías y huertas donde no había espacio para la comunidad LGTBI. Ahora creo que no es mucho más inclusivo, pero sí hay más visibilidad, ¡al fin!, y eso quizá ha hecho que ciertas zonas dejen de ser peligrosas o conflictivas para la comunidad LGTBI, pero queda aún mucho por hacer. Sería un error idealizar el mundo rural en cuanto a los derechos LGTBI». Pero «mi vida ahora es otra. Al fin. Ninguno de los cambios en los que me embarqué eran realmente grandes. Este lo ha sido. Bebo y me ducho con agua de un manantial, me caliento con leña de los árboles que veo crecer, me quedo atrapado por la nieve, los lobos devoran las cabras de mi vecino, el panadero sube cada dos días a dejarme la barra de pan en la puerta, Josito me da leche de sus vacas recién ordeñadas…»
Un pueblo tiene sus contraindicaciones: es difícil que haya un tejido asociativo que vele por los derechos del colectivo LGTBI, los vecinos «saben hasta lo que cenas», existen muchos prejuicios… pero al estar al tanto de todo lo que ocurre con cada uno de sus vecinos, también los afectos se despliegan más rápido, y la falta de masa crítica se suple, de alguna manera, gracias a los virtual. Además, tal y como comenta Paz, no existe el odio organizado de las ciudades, porque, al fin y al cabo, el «marica» también es el «hijo de la Juana».
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