Cultura
Las mujeres olvidadas de la Ilustración
El Siglo de las Luces fue el gran momento de la razón y de la exaltación del conocimiento, un periodo histórico que sentaría las bases para muchas de las cuestiones que marcan el mundo actual. Sin embargo, cuando se piensa en ese momento, se visualizan grandes pensadores, científicos o escritores: las mujeres eran un invitado invisible en la época, a pesar de que existieron influyentes pensadoras.
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Es probable que lloviera. No cuesta imaginarse así las calles de Santiago de Compostela cuando se intenta recrear el día del invierno de 1773 cuando María Francisca Isla protagonizó un prodigio en un salón ilustrado, ante unos cuantos notables y testigos: estaban convocados para atestiguar que Isla era capaz de dictar a la vez 12 cartas, con toda coherencia y buen estilo. Podía parecer un truco de feria pero, en realidad, se trató de algo muy distinto. Al fin y al cabo, vivió en el llamado «Siglo de las Luces», un periodo de exaltación de saberes. Ella misma era el ejemplo del ideal ilustrado: una mujer muy conectada con la esfera cultural de su entorno y una de las pocas personas que escribió en aquellos años poesía en gallego, aunque su obra acabó ardiendo en el fuego por decisión de la autora antes de morir.
Tres siglos después, la Ilustración sigue manteniendo una cierta aura de fascinación, de un tiempo en el que lo realmente importante era, justamente, la razón. Cuando se piensa en qué estaba ocurriendo y en quienes estaban cambiando de forma profunda cómo se entendía el mundo, se piensa en estadistas, filósofos, revolucionarios o científicos hombres y, casi siempre, de otros países. Sin embargo, la Ilustración tocó a todo Occidente, España incluida, y a todos los habitantes de esos espacios de una manera o de otra. Al fin y al cabo, cuando cambia el mundo, lo hace para todos.
«Hubo muchas Ilustraciones en Europa y en América que comparten elementos pero que también tienen sus perfiles diferenciales», apunta la historiadora Mónica Bolufer, catedrática de Historia Moderna de la Universidad de Valencia e investigadora principal del Proyecto CIRGEN –que aborda la circulación de las ideas ilustradas desde una perspectiva de género–, recordando que la historiografía hace tiempo que ha dejado de enfocar el análisis de ese periodo tomando a los enciclopedistas franceses como un modelo único. «La Ilustración en España –y en América, no olvidemos que cuando hablamos de España en esa época es con su imperio– ocupa un lugar, sin ninguna duda», indica.
En el siglo XVIII, las mujeres también formaron parte activa de este momento clave para el progreso
Las mujeres, por supuesto, también se enfrentaron a ese proceso de cambio. Aunque los libros no hayan dejado tanta constancia, ellas también fueron científicas, revolucionarias, filósofas o escritoras. Olympia de Gouges o Mary Wollstonecraft escribían sus manifiestos sobre los derechos de la mujer y Émilie du Châtelet sus teorías físicas y matemáticas. No son las únicas: con un impacto a un mayor o menor nivel, en el siglo XVIII las mujeres ilustradas también formaron parte activa de este momento clave para el progreso.
«La Ilustración también es la circulación de las ideas», recuerda Bolufer. Así, las traducciones y los salones, las «tertulias» en España, resultaron cruciales para la circulación de los principios ilustrados: en ambos, las mujeres estuvieron presentes. De hecho, el papel de las ilustradas como salonières es incuestionable ya que ellas mismas eran las anfitrionas. Igualmente, formó parte del proceso de propagación, como apunta la historiadora, participar en la lectura, donde el género femenino también formó una parte esencial: «Creció la alfabetización y la lectura; también entre las mujeres, lectoras activas». Existen ya numerosos estudios sobre las bibliotecas de la época y el papel que las mujeres tuvieron en ellas.
También estuvieron muy presentes en el teatro, como actrices y como empresarias. Entonces, este no era solo un entretenimiento –y muy popular–, sino también, como indica José María Martín Valverde en La Tirana (1755-1803). Una actriz en la época de Carlos III, protagonista del debate sobre si los escenarios debían servir para propagar los ideales de la Ilustración. María del Rosario Fernández, La Tirana, una actriz de tragedias muy popular en los teatros madrileños, es un ejemplo de la posición de las mujeres en este sector –también uno de la precaria situación en la que se encontraban–.
Las traducciones y los salones resultaron cruciales para la circulación de los principios ilustrados, y en ambos, las mujeres estuvieron presentes
Incluso géneros literarios muy populares en el momento –como la literatura de viajes– funcionaron como altavoz de ese anhelo de conocer de un modo mucho más amplio el mundo que los rodea. «La circulación de objetos, la cultura material… De alguna forma todo ese consumo trae a Europa y lleva a América o Asia de manera práctica la aculturación, la difusión de ideas acerca de la amplitud del mundo y del papel prominente que Europa se arroga en ese mundo, y ahí también participan las mujeres», apunta Bolufer. Pero ni siquiera ahí termina la lista de elementos clave para el acceso a los principios de la Ilustración. «Tenemos ejemplos conocidos de mujeres españolas que participaron como mecenas», indica la historiadora, señalando que sostenían obras pictóricas, musicales o literarias.
Una de ellas fue la condesa-duquesa de Benavente, María Josefa Alonso Pimentel, duquesa de Osuna por su matrimonio y que bien puede servir como ejemplo de la «noble ilustrada»: una mujer con una amplia fortuna –y propia– que invirtió en apoyar la música, el arte o el teatro. Su palacio madrileño, El Capricho, y sus jardines son un ejemplo de espacio aspiracional según los ideales de la época. Aun así, y como se podría decir de prácticamente todos los nombres de ilustradas que se mencionan en este artículo, la duquesa estuvo lejos de ser una excepción.
De hecho, el quién es quién de la Junta de Damas de Honor y Mérito –una institución fundada a finales de siglo como una versión femenina de las reales sociedades, en las que se había debatido intensamente sobre si deberían o no abrir sus puertas a las mujeres como socias, y alentada por Carlos III– es un censo de otros muchos ejemplos de «damas nobles» ilustradas. La Junta –que la propia Alonso Pimentel dirigió durante varios periodos– fue, en cierto modo, un regalo envenenado puesto que, como explica la biógrafa de la duquesa de Osuna, Paloma Fernández-Quintanilla, tuvieron que hacerse cargo de una serie de proyectos en serios problemas económicos. De todos modos, desde la inclusa o las escuelas patrióticas que regían abordaron cuestiones claves para mejorar la vida cotidiana, desde cómo debía ser la educación de los niños a cómo mantener con vida a los recién nacidos pasando por la suerte y formación de las criadas.
Mucho más allá de los textos revolucionarios de Wollstonecraft o De Gouges, el papel de las mujeres y su educación, de hecho, fueron temas clave en los debates ilustrados. «Tampoco es nuevo del siglo XVIII», puntualiza Bolufer, «la querella de las mujeres es un debate que se remonta siglos y que se intensifica en este siglo». Josefa Amar o Inés Joyes escribieron sus defensas de las mujeres desde diferentes puntos de España, insistiendo en las capacidades intelectuales femeninas y en que debían ser formadas.
Todos esos nombres son cada vez más visibles, porque desde la academia se lleva ya un tiempo investigando quiénes eran ellas y qué papel ocupaban en el ecosistema ilustrado. Por eso, cuando se pregunta quiénes eran las mujeres ilustradas, cada vez es más sencillo responderlo.
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