Chicho Sánchez Ferlosio, el cantautor marxista que nació de la Falange
Su arte, independiente, popular y alejado de los cauces oficiales, resume casi toda nuestra historia contemporánea: desde el antifranquismo, hasta la llegada de la Transición y, posteriormente, la democracia.
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«Nací en 1940. En el colegio nunca aprobé a la primera y repetí sexto curso. En 1960 me casé. En 1961 estuve preso por primera vez por una blasfemia que encima no fue verdad. En 1962 me enrolaron en un importante grupo de gente armada, cuyos jefes me obligaron a cruzar el Estrecho, me llevaron al Sáhara y me impusieron sus métodos y objetivos durante más de un año, hasta que por fin me licencié como mis compañeros con mi cartilla militar». De este modo se presentaba Chicho Sánchez Ferlosio en el documental que lo retrataba, Mientras el cuerpo aguante, dirigido en 1982 por Fernando Trueba.
Desaliñado, fumador testarudo, de espíritu renacentista, compositor tenaz e inagotable, conversador fecundo, comunista devenido en satélite del anarquismo. Chicho Sánchez Ferlosio. Este madrileño, hijo de uno de los fundadores de Falange, Rafael Sánchez Mazas (coautor del Cara al sol y muñidor de la amenazante consigna ¡Arriba España!), lleva en su nombre el homenaje paterno a José Antonio (Primo de Rivera), Julio (por Ruiz del Alda, piloto falangista, número dos de carné de afiliado) y Onésimo (por Redondo, fundador de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista o JONS). Así era su nombre: José Antonio Julio Onésimo Sánchez Ferlosio. Se deshizo de todos, adquiriendo el diminutivo con el que hoy se le conoce, Chicho, para el que todo aquel que lo conoció tuvo palabras de admiración y respeto. Hermano del acaso último gran prosista de este país, Rafael Sánchez Ferlosio, y tío del periodista Máximo Pradera.
Del camisa vieja del padre, el hijo tuvo a bien militar en el Partido Comunista de España, en el Partido Comunista Marxista-Leninista y en el Frente de Liberación Nacional. Activismo clandestino, claro: uno, entonces, se jugaba la vida. Sin metáfora de por medio.
Aunque casi a su pesar, Chicho Sánchez Ferlosio se convirtió en el cantautor antifranquista por excelencia
De hecho, Chicho Sánchez Ferlosio se convirtió en el cantautor antifranquista canónico (si bien casi a su pesar). A saber: el 20 de abril de 1963 se produjo la detención y ejecución del político comunista Julian Grimau. Ese mismo día, Chicho compuso Canción de Grimau, que se movió en los círculos de la resistencia hasta atravesar las fronteras patrias. En Suecia la escuchó Sköld Peter Mathis, entonces director de la revista Clarté (en castellano, Claridad), que se desplazó a casa de Chicho en un Renault con un magnetófono escondido en los bajos del automóvil. Al llegar, se metieron en el baño y grabaron un puñado de canciones. Al año siguiente se editó el disco con el nombre Canciones de la resistencia española.
Por motivos de seguridad, el nombre del autor del álbum se silenció. Tal es la hondura de los temas grabados que todo el mundo da por hecho entonces que se trata de un ramillete de canciones populares de la contienda. Una de ellas, Gallo rojo, gallo negro, se convirtió en símbolo:
Se encontraron en la arena
Los dos gallos frente a frente.
El gallo negro era grande
pero el rojo era valiente.
Se miraron cara a cara
y atacó el negro primero.
El gallo rojo es valiente
pero el negro es traicionero
Chicho Sánchez Ferlosio fue autor de decenas de canciones que, sobre todo, cantaron otros: Soledad Bravo, Víctor Jara, Joan Baez, Joaquín Sabina, Quilapayún. Firme en su deseo de permanecer al margen de la cultura oficial, apenas grabó una porción mínima de su repertorio. Aparte del mencionado Canciones de la resistencia española, Ferlosio grabó un único disco de estudio, A contratiempo; un single, Coplas retrógradas (junto a su segunda mujer, Rosa Jiménez) y dos bandas sonoras, una para el ya citado documental, Mientras el cuerpo aguante, y la que cantó para Romancero de Durruti, película dedicada al célebre anarquista leonés dirigida por Albert Boadella y Jean Louis Comolli. No registró nunca sus composiciones.
Una figura única
Se matriculó en Ciencias Económicas, Derecho y Filosofía, sin acabar ninguna de ellas. Publicó un único libro, Narraciones italianas, en el que recoge parte del folclore ítalo. Trabajó como corrector de imprenta, de estilo, traductor, redactor publicitario, conserje de noche en hotel, camarero y articulista en numerosas cabeceras (El País, Diario 16, ABC y El Mundo). Además, se casó en 1960 con Ana Guardione, con la que tuvo cuatro hijos: el primero murió ahogado en una piscina sin cumplir cuatro años; la tercera (que vino al mundo después de que sus padres regresaran del Mayo francés, donde «hubo menos imaginación de lo que se dijo después») falleció por una caída de caballo; el cuarto nació con parálisis cerebral. Sólo sobrevivió el segundo, Andrés.
Ferlosio tenía pánico a algo peculiar: a «venderse»
Le resultaba grotesco aquello de «ganar dinero». Tenía pánico a «venderse», a lo comercial, a lo complaciente. Durante los setenta, frecuentó los locales nocturnos más concurridos –Aurora, el Café Manuela, el Elígeme, Vihuela o La Mandrágora–, cantando y recitando junto a su segunda mujer, Rosa Jiménez. Actuó con Jesús Munárriz, cantautor antes de editor de la poética Hiperión, y convenció a Javier Krahe (a quien le unía la amistad, así como un humor delirante) para que cantara en público. Sus letras, ya en democracia, no pierden el tono combativo: denuncian la corrupción socialista, la guerra de Irak, el despido improcedente de los trabajadores de Sintel.
No sería la única de sus compañías: Agustín García Calvo, Amancio Parda (quien le rindió memoria en su disco Hasta otro día) y Carmen Martín Gaite, su cuñada. Ferlosio defendió abiertamente la abstención en las elecciones de la Transición: «Os digo en verso lo que pienso en prosa: si sólo importa el triunfo o la derrota, que perezca la rosa y la gaviota y que selle al fin su misma losa. Al voto en blanco por igual me niego, porque va a consagrar el rumbo ciego de un sistema viciado de antemano».
Murió un 2 de julio de 2003, a causa de un cáncer. Tenía 62 años y acababa de terminar el rodaje de Soldados de Salamina, película de David Trueba basada en el libro homónimo de Javier Cercas, que aborda el fusilamiento
–malogrado– de su padre, Rafael Sánchez Mazas.
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