Medio Ambiente
Un planeta de aires acondicionados
Las temperaturas máximas históricas que hemos alcanzado este verano no se esperaban hasta dentro de un cuarto de siglo, una realidad que ha llevado a duplicar la demanda de aires acondicionados en tan solo cuatro décadas y que nos sitúa en un punto de no retorno: estos aparatos, que utilizan grandes cantidades de energía para refrigerar el aire, también contribuyen al incremento de emisiones y el calentamiento global, lo que hace aún más urgente su uso. ¿Cómo ponemos fin a este bucle?
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La comunidad científica lleva décadas alertando del cambio climático y sus consecuencias. Por otro lado, desde los ochenta, los movimientos sociales y las oenegés han destinado todos sus esfuerzos a advertir sobre los múltiples riesgos de un modo de vida y de producción medioambientalmente insostenible. Incluso la propia ONU reconoció oficialmente el cambio climático en 1988, momento que abrió la veda para la celebración de diversas cumbres con el fin de paliar sus efectos. La Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro en 1992, los acuerdos del Protocolo de Kioto en 1997 o la Cumbre de París en 2015 marcaron algunos hitos importantes en cuanto a acuerdos de reducción de emisión de gases de efecto invernadero. Pero esos compromisos no parecen estar cumpliéndose por el momento.
Las temperaturas siguen aumentando y los episodios de calor proliferan de tal forma que los sistemas para mantener las temperaturas a raya dentro de los edificios no dejan de instalarse, enviando más emisiones a la atmósfera. Es la pescadilla que se muerde la cola: según los datos de Eurostat, la necesidad de refrigerar los edificios en España para aliviar las altas temperaturas es casi el doble que en 1979. Es decir, mantener una temperatura adecuada para las personas exige una mayor inversión de recursos energéticos. Si tenemos en cuenta que la medida empleada para medir los registros son grados-día de refrigeración (cdd en inglés), en España se ha pasado de 130 cdd en 1979 a 239 en 2021, lo que se traduce en un 84% más.
Pero en este puzzle entra otra pieza fundamental: la pobreza energética y la escasa rehabilitación de los parques de viviendas. Así, en los entornos más calurosos, las condiciones vitales se vuelven arduas, fundamentalmente si no se cuenta con medios para hacer frente a las altas temperaturas. Como apunta un informe de la Agencia Internacional de la Energía, en el año 2018 menos de un 10% de los hogares europeos contaban con aire acondicionado. Aunque a nivel estatal, las cifras suben ligeramente: el 36% de las viviendas disponen de climatización.
Según los últimos datos, en 2050 al menos el 70% de la población de varios países necesitará aire acondicionado (aparato que no es precisamente asequible)
Independientemente de que este dato haya variado ligeramente, es evidente que las casas que disponen de este sistema son aquellas que pueden permitírselo, es decir, aquellas con un poder adquisitivo mayor. Y es que con los precios de la electricidad llegando a alcanzar cotas históricas, es lógico deducir que los hogares con recursos más limitados no disponen de esta ventaja. Porque en eso precisamente es en lo que se convertirán los aparatos de aire, en una ventaja climática y, por tanto, una ventaja también de salud.
A nivel global sucede exactamente lo mismo. Un equipo de investigación del Proyecto China de Harvard ha estimado que al menos el 70% de la población de varios países necesitará aire acondicionado en 2050 a causa de las olas de calor, cifra aún mayor en países ecuatoriales. Los resultados de la investigación, publicados en la revista científica Energy and Buildings, demuestran que a medida que aumentan los días de calor extremo en todo el mundo, la necesidad de sistemas de refrigeración es mayor para prevenir fallecimientos.
Invertir en la investigación de sistemas de refrigeración más sostenibles es un paso clave para reducir el coste económico y medioambiental de enfriar nuestro hogar
Estamos llegando, de nuevo, a un punto medioambiental de no retorno donde lo que necesitamos buscar es evitar un mal mayor. Y es que el aire acondicionado tampoco es la panacea del bienestar: respirar constantemente un aire no natural puede ocasionar problemas respiratorios, deshidratación, dolor de cabeza, asma, alergias o contracturas musculares. Pero es que, además, estos aparatos que utilizan grandes cantidades de energía para poder desarrollar sus funciones implican, como ya hemos mencionado, un aumento de las emisiones de dióxido de carbono a la atmósfera y, en consecuencia, un incremento de la contaminación y el calentamiento global. Exactamente lo contrario de lo que se necesita lograr para preservar el planeta y a sus habitantes.
No resulta muy difícil imaginarse cómo será la sociedad en el año 2050 si no se opta por la prevención en lugar de por las soluciones in extremis. Un estudio de la Revista Internacional de Investigación Medioambiental y Salud Pública indica que, en 2050, el número de personas que morirán anualmente por el calor en España alcanzará las 8.000 si no se reducen las emisiones. El escenario parece lejano, pero no lo es si tenemos en cuenta que las temperaturas máximas históricas que se han alcanzado estos últimos meses eran las que se esperaban para dentro de un cuarto de siglo.
Quizá sea un buen momento para ingeniar estrategias efectivas de preservación medioambiental e invertir en su investigación los medios económicos que se tiene previsto derivar a la creación de nuevos sistemas de refrigeración y acondicionamiento de edificios. A veces los dichos populares tienen la capacidad de hacer el resumen más óptimo de una situación: mejor prevenir que curar.
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