Opinión

¿Vivimos tan bien como pensamos?

Parece que todo pueblo cree encontrarse en las mejores condiciones posibles de vida. No necesariamente en términos económicos, sino a nivel de cultura y valores. Pero, para confirmarlo, necesitamos reflexionar sobre algunos dogmas que damos por ciertos sin cuestionarlos: una actitud escéptica es la base del progreso.

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20
julio
2022

¿Y si nos hemos acostumbrado a vivir de una forma mediocre y creemos que es la mejor? Da la sensación de que todo pueblo cree vivir en las mejores condiciones de progreso posibles. No necesariamente en términos económicos, sino a nivel de cultura, valores, etcétera. ¿Es eso cierto? Para responder a esta pregunta, podemos reflexionar sobre algunos dogmas que damos por ciertos sin cuestionarlos. Y es que una actitud escéptica es la base de la discusión filosófica y del paradigma racional que debería dominar nuestra cosmovisión occidental.

La idea de confort y bienestar nos remite, por una parte, a la noción de modernidad. ¿Qué es lo moderno? Lo último, aquello que no ha sido –ni podrá ser– superado. Modernus, en latín, significa reciente, actual. Y recordemos que la Era Moderna inicia su andadura, grosso modo, a partir del descubrimiento de América (1492), por lo que llevamos siendo modernos ya más de cinco siglos.

Por este motivo, ahora hablamos de posmodernidad; la modernidad, siendo lo último de lo último, es siempre insuperable. El prefijo añadido pos remite siempre, y necesariamente, a la propia modernidad. Al autoconcebirnos como modernos, además, llevamos varios siglos creyendo que habitamos el entorno y mundo más avanzado y cómodo posible, pero lo cierto es que, objetivamente, una persona común tiene acceso a bienes materiales y un nivel de confort muy superior al de cualquier rey, aristócrata o persona poderosa de siglos pasados.

«En ocasiones, la necesidad de novedades lo hace todo aún más complejo y tedioso»

Evidentemente, el poderoso de antaño contaba con un estatus, valor social y relaciones más provechosas en muchos sentidos que una persona de a pie actual, pero en términos de confort (obviemos el tamaño de su vivienda), el ciudadano actual gana por goleada: tiene agua corriente, viaja más rápido, disfruta el aire condicionado en verano y la calefacción en invierno…

Un dato anecdótico que lo demuestra: los coleccionistas ricos afirman que, al comprar un coche de lujo de los años sesenta, siempre tienen que reajustar ciertos aspectos del vehículo, puesto que son mucho más ruidosos, cuesta meter las marchas y giran mucho peor. Y estamos hablando de coches que, en su momento, eran el culmen de la modernidad. Algo similar podremos decir de cualquier dispositivo tecnológico. Por tanto, ¿creemos vivir en un mundo cuasi perfecto a nivel de confort, o, en realidad, nuestra comodidad es mediocre con respecto al futuro?

«Todos parecemos tener claro que moralmente vivimos en la mejor de las realidades pero ¿y si no es cierto?»

Esta pregunta nos remite inevitablemente a otra pregunta: ¿progresamos de verdad? Si hablamos de tecnología, todos creemos en esta mejora. Pero da la impresión, al menos en el caso de dispositivos que utilizamos en el día a día, que no siempre es así. Otro ejemplo: cuando alguien va a un hotel o alquila una vivienda de nueva construcción y se mete en una ducha, le resulta difícil saber de qué modo operan los grifos y la dirección para que el agua salga fría o caliente; cuando llama al telefonillo de un edificio, la cosa ya no va de apretar un botón para llamar al 7B, sino de remitirse a otro código que hay que marcar para timbrar el 7B.

Son acciones fruto del progreso, pero son procesos más tediosos y complejos que los antiguos. En muchos casos, menos simples y directos. La necesidad de novedades, a veces, hace que todo se torne más complejo, afectando a la comodidad. Hay que decir que, por otra parte, muchos abogan ahora por una vuelta al pasado en muchos sentidos: se habla de dietas paleolíticas, de formas de vida más naturales o primitivas… Son esas personas que se ven atravesadas por un malestar en la cultura.

En última instancia, da la impresión de que, antropológicamente, el ser humano se adapta bien a sus tiempos, costumbres, dispositivos tecnológicos y usos. Por lo general, cree habitar el mejor de los tiempos posibles. Y esto también términos éticos: hoy todos parecen tener claro que moralmente vivimos (con respecto al pasado) en la mejor de las realidades, algo que será rebatido, probablemente, con el paso de los años.

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