Economía

Los pioneros

Las empresas encargadas de la compraventa de materias primas mueven 17 billones de dólares al año o, lo que es lo mismo, un tercio de la economía global. En ‘El mundo está en venta’ (Península), los periodistas Javier Blas y Jack Farchy recorren uno de los aspectos menos conocidos de la globalización: las actividades de las empresas que compran, acumulan y venden los recursos del planeta.

¿QUIERES COLABORAR CON ETHIC?

Si quieres apoyar el periodismo de calidad y comprometido puedes hacerte socio de Ethic y recibir en tu casa los 4 números en papel que editamos al año a partir de una cuota mínima de 30 euros, (IVA y gastos de envío a ESPAÑA incluidos).

COLABORA
21
julio
2022

Cuando Theodor Weisser se acercó a la frontera soviética, el miedo le provocó un escalofrío. Viajar de Europa Occidental a la Unión Soviética en 1954 habría amedrentado a cualquiera, pero en el caso de Weisser el coraje necesario era aún mayor. Durante la Segunda Guerra Mundial, siendo soldado del ejército alemán, había sido capturado por las fuerzas soviéticas y hecho prisionero en el frente oriental. A sus cuarenta años, pero con los recuerdos de su estancia en un campo de prisioneros soviético aún frescos, aquel sería su primer viaje a Rusia como hombre libre. En el último momento, por temor a que lo reconociera alguien que hubiese conocido en la guerra, se compró una gorra roja y se cubrió los ojos con ella.

Weisser se encontraba en territorio desconocido. Viajaba a la capital del comunismo en un momento en que la Guerra Fría dominaba el discurso público en Occidente. Desde el golpe de Estado en la Checoslovaquia de 1948, que había contado con apoyo soviético, la Europa Occidental estaba cada vez más alarmada por el desafío que representaba la amenaza de la Unión Soviética llamando a la puerta. Además, Estados Unidos estaba atenazado por el Temor Rojo provocado por las denuncias públicas del senador Joseph McCarthy contra presuntos comunistas.

Pero Weisser no era el tipo de hombre que se deja disuadir fácilmente. Había salido de Hamburgo decidido a comprar petróleo y no se iría de allí sin un acuerdo. Condujo por las amplias y vacías autopistas de Moscú hasta llegar a uno de los pocos hoteles en los que se permitía alojarse a los extranjeros y esperó a que la burocracia soviética se fijara en él.

No tuvo que esperar mucho. Al poco tiempo ya tenía una cita para cenar con Evgeny Gurov, el gerente de Soyuznefte export, la agencia gubernamental que controlaba el comercio de petróleo de la Unión Soviética. Gurov fue uno de los primeros ideólogos que reconoció el potencial del petróleo como arma estratégica. A Weisser, por su parte, no le motivaba la ideología, sino el lucro. Su empresa, Mabanaft, se dedicaba a la distribución de combustible en toda Alemania Occidental, y estaba perdiendo dinero. Weisser necesitaba encontrar nuevas fuentes de petróleo para vender a sus clientes, y eso implicaba ir a lugares que pocos se atrevían a visitar.

Uno de los principales funcionarios comerciales de la Unión Soviética se sentaba a la mesa con un antiguo prisionero de guerra

No queda constancia de dónde cenaron los dos hombres ni de lo que comieron, pero debió de ser un encuentro muy peculiar: uno de los principales funcionarios comerciales de la Unión Soviética se sentaba a la mesa con un antiguo prisionero de guerra y brindaba por su nueva amistad bajo la atenta mirada del KGB.

Hubo un periodo de negociación, pero al final la perseverancia de Weisser se vio recompensada. Soyuznefteexport le vendió a Mabanaft un cargamento de diésel para su reventa en Alemania Occidental. Sin embargo, por lo menos al principio, ese espíritu pionero le saldría caro al comerciante. Cuando regresó a Alemania, su voluntad de negociar con el que era su adversario en la Guerra Fría hizo que gran parte de la industria petrolera lo rechazara. Las compañías navieras a las que había recurrido para transportar su combustible por todo el país se negaron a hacer negocios con él, con el argumento de que sus otros clientes no querían alquilar barcos que hubieran transportado petróleo de la Unión Soviética.

Pero Weisser, un experto en relaciones públicas con un rostro amplio y sincero y una sonrisa cautivadora, sabía que había conseguido lo único que importaba de su viaje a Moscú: un contacto detrás del telón de acero. Su primer acuerdo marcó el comienzo de una relación que duraría años, y que apuntalaría los beneficios de su negocio de compraventa. En 1956, Gurov le devolvió la visita a Weisser y firmó un contrato en Múnich para vender diésel a Mabanaft durante un año. Al poco tiempo, el comerciante alemán empezó a comprar también crudo a los soviéticos.

Weisser vivió los primeros acuerdos con la Unión Soviética como un triunfo personal, el resultado de su valor, su tenacidad y su encanto. Pero también eran una señal de que el mundo estaba cambiando, y del papel cada vez más fundamental que los comerciantes de materias primas como Weisser desempeñarían en él.

Weisser vivió los primeros acuerdos con la Unión Soviética como un triunfo personal; el resultado de su valor, su tenacidad y su encanto

Tras décadas de depresión económica, estancamiento y guerra, el mundo estaba entrando en una era de estabilidad y prosperidad económica. Los horrores de la guerra habían dado paso a una paz vigilada por el creciente poder militar de Estados Unidos: la Pax Americana. Mientras que las condiciones de vida a mediados de los años cuarenta habían estado marcadas por el control de los precios y el racionamiento, en la década de los sesenta cada vez más familias estadounidenses, europeas y japonesas podían permitirse televisores, frigoríficos y coches. Entre 1950 y 1955, más de la mitad de las familias estadounidenses compraron un televisor.

A medida que el nacionalismo y el proteccionismo daban paso al libre comercio y a los mercados globales, nuevas rutas comerciales se abrieron en todo el mundo. La economía mundial crecía al ritmo más rápido de la historia, impulsando un consumo cada vez mayor de recursos naturales. Es lo que Weisser había comprendido que este nuevo mundo ofrecía oportunidades sin precedentes para una empresa que se dedicaba en exclusiva al comercio internacional. Hasta la fecha, ningún comerciante de materias primas había podido pintar sobre un lienzo tan global.

Y no era el único. Desde todos los rincones del mundo, una nueva generación de ejecutivos de materias primas estaba aprovechando las oportunidades que brindaba el auge de la economía mundial. En Nueva York, Ludwig Jesselson, un comerciante de metales joven, brillante e incansable que había huido a Estados Unidos para escapar del antisemitismo de la Alemania nazi, tenía una visión similar. Llevaría a su empresa, Philipp Brothers, a adquirir tal posición dominio que acabaría enfrentándose a los mayores bancos de Wall Street y daría lugar a una familia de empresas comerciales que todavía hoy domina el mercado mundial de materias primas.

En Minnesota, John H. MacMillan júnior, un comerciante de cereales que había asumido la dirección de la empresa familiar, se había propuesto convertir su negocio en un éxito. Cargill, la empresa de su familia, llegaría a ser la sociedad privada más grande de Estados Unidos y los descendientes de MacMillan se convertirían en varias de las personas más ricas del planeta.

Esos tres hombres fueron los padres fundadores de la industria moderna del comercio de materias primas. Sus predecesores se habían centrado hasta entonces en nichos locales, pero ellos supieron entender que el mundo entero se estaba convirtiendo en un solo mercado. Todo se vendía; había compradores potenciales por doquier. Décadas antes de que el término «globalización» se pusiera de moda en el ámbito económico, ellos crearon negocios que se construían sobre sus mismos pilares. El comercio internacional empezaba a expandirse y a convertirse en uno de los puntales de la economía moderna, y sus empresas serían sus precursoras, las que le darían forma al mismo tiempo que sacaban provecho de él, y las que forjarían un modelo de negocio que definiría el desarrollo de la industria de materias primas en las décadas posteriores.

Empresarios como Weisser, Jesselson y MacMillan se convertirían en referentes del nuevo orden económico

En los veinte años siguientes, el comercio de materias primas pasaría de ser un negocio de poca monta a convertirse en una de las industrias más importantes de la economía mundial. Empresarios como Weisser, Jesselson y MacMillan se convertirían en referentes del nuevo orden económico, amasarían una riqueza descomunal y se les recibiría en los palacios presidenciales de todo el mundo como dueños de los recursos naturales de la tierra.

Fue una revolución que pasó desapercibida para los políticos y el público general. Al haber estado creciendo en silencio, el mundo no fue consciente de la posición que habían adquirido los comerciantes de materias primas en la economía mundial hasta décadas más tarde. Se dio cuenta de ello en la década de los setenta, y fue entonces cuando las naciones más ricas del planeta se postraron a sus pies. De la noche a la mañana, los políticos cayeron en la cuenta de que los comerciantes de materias primas —cuya existencia apenas conocían hasta entonces— habían acumulado un poder sin precedentes sobre la energía, los metales y los alimentos del mundo.

La historia del comercio de productos básicos se remonta a los albores de la humanidad, cuando los primeros asentamientos humanos empezaron a comprar y vender piedras y metales, quizá a cambio de cereales. De hecho, los antropólogos consideran que el trueque —el comercio— es una de las actividades que marcaron el inicio del comportamiento humano moderno. Las primeras empresas de comercio de materias primas con algún grado de parecido a las actuales no aparecieron, sin embargo, hasta el siglo XIX. Durante siglos, bandas de comerciantes aventureros habían recorrido el mundo en busca de recursos valiosos para venderlos en sus países de origen. La que tuvo más éxito, la Compañía Británica de las Indias Orientales, gobernó el subcontinente indio durante varias décadas.

Con la Revolución Industrial, no obstante, el comercio de recursos se transformó. La invención del barco de vapor permitió que, por primera vez, el comercio a larga distancia no dependiera de los vientos. El coste del transporte de mercancías se redujo de forma radical y, como resultado, ya no era solamente viable transportar té, especias y metales preciosos, sino también productos de un valor menor, como cereales o minerales. Asimismo, el telégrafo inauguró la era de las comunicaciones globales casi instantáneas. En agosto de 1858, se completó el tendido de la primera línea telegráfica a través del Atlántico. Las dos semanas que un mensaje tardaba en llegar de Londres a Nueva York quedaron reducidas de inmediato a unos pocos minutos.

Gracias a estos avances tecnológicos surgieron las primeras empresas dedicadas al comercio de materias primas. Los comerciantes empezaron a comprar y vender chatarra y otros residuos de la floreciente era industrial. Por otro lado, los comerciantes de cereales se encargaban de distribuir alimentos para los trabajadores hambrientos de las metrópolis en desarrollo. En el siglo XIX, el comercio de metales creció en el corazón industrial de Europa, dominado por tres empresas alemanas: Aron Hirsch & Sohn, Metallgesellschaft y Beer, Sondheimer & Co. Philipp Brothers, la empresa que más tarde dirigiría Ludwig Jesselson, nació de esta tradición alemana. Su fundador, Julius Philipp, había empezado a hacer negocios desde su piso en Hamburgo en 1901, y en 1909 su hermano Óscar se trasladó a Londres para fundar Philipp Brothers.


Este es un fragmento de ‘El mundo está en venta‘ (Ediciones Península), por Javier Blas y Jack Farchy.

ARTÍCULOS RELACIONADOS

COMENTARIOS

SUSCRÍBETE A NUESTRA NEWSLETTER

Suscríbete a nuestro boletín semanal y recibe en tu email nuestras novedades, noticias y entrevistas

SUSCRIBIRME