Concha Espina, la mujer que ansió el cambio
En 1869 nació una de las primeras mujeres españolas en ganarse la vida exclusivamente con sus escritos. Entre ellos había novelas, artículos periodísticos y poemas, que le encaminaron al éxito literario y a tres finales del Premio Nobel de Literatura.
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De Concha Espina siempre se ha dicho que alcanzó tal nivel de relevancia pública que, cuando murió, tuvieron que cortar la calle Alfonso XII de Madrid, cercana a su hogar, porque demasiada gente quiso acompañarla hasta el cementerio de la Almudena.
Nació un 15 de abril de 1869, en Santander. Por edad le tocó compartir promoción literaria con Miguel de Unamuno y Antonio Machado, entre otros, en la famosa generación del 98. Sin embargo, la proeza de Espina fue conseguir abrirse paso en el oficio cuando los hombres eran los dueños de toda expresión artística. Ella misma lo clamaba en uno de sus versos: «Yo necesito un mundo que no existe, el mundo que yo sueño, donde la voz de mis canciones halle espacios y silencios; un mundo que me asile y que me escuche; ¡lo busco, y no lo encuentro!»
A los 24 años, se casó con Ramón de la Serna y Cueto, hijo de familia respetable, que aseguraba tener una fortuna inmensa esperándole en Chile. De este modo, el matrimonio se mudó a Valparaíso, y tras descubrir que no había oro por ningún lugar, regresaron a España arruinados. Fue entonces cuando Espina empezó a escribir para mantener a su familia, pero teniendo en cuenta los valores de la época, su marido nunca aceptó que fuera ella la que trajera el dinero a casa. Tantos disgustos seguidos llevaron a Ramón de la Serna a perder la cordura, que desencadenó finalmente el divorcio de la pareja.
Espina fue una de las primeras mujeres capaces de mantener a su familia solamente con los ingresos que daban sus palabras
No obstante, Espina continuó escribiendo para que no le faltara el pan a ninguno de sus cuatro hijos. La pasión y la necesidad la convirtieron en la primera mujer (o de las primeras) en mantener a su familia con solamente con los ingresos que le daba su pluma.
Su primera novela publicada fue La niña de Luzmela (1909), inspirada en el pueblo donde se crió, Mazcuerras. El éxito fue tal que, en 1948, el municipio acabó adoptando el topónimo oficial de Luzmela. A este título le siguieron otros como Despertar para morir (1910), La esfinge maragata (1914) y El metal de los muertos (1920). Buena parte de sus obras tienen un estilo que mezcla el realismo decimonónico, el lirismo y la descripción minuciosa, y en general reflejan el deseo de la autora por que las mujeres sea reconocida como personas, y no como un ser sometido a la familia.
¿Era una escritora feminista? No necesariamente, ya que nunca practicó una lucha activa. Quiso demostrar discretamente su independencia individual y defendía que, como ella, había muchas otras mujeres capaces de ser felices sin depender de nadie. Por tanto, Espina no fue una revolucionaria, pero sí estaba harta: ansiaba un cambio radical del sistema en España, y las medidas para lograrlo eran lo de menos.
La postura política de la escritora fue cambiando con los años, pero siempre quiso mujeres con más poder en España (sin despreciar la tradición)
Quería más poder para las mujeres sin despreciar la tradición. Por eso, la postura política de la escritora fue cambiando con los años, y aunque nunca se aferró a ellas de forma dogmática, flirteó tanto con la República como con la Restauración. Por una parte, Espina encontró en el nacionalismo su simpatía por el régimen de Primo de Rivera y Francisco Franco. Por otra, siempre abogó por la justicia universal. De hecho, su obra El metal de los muertos (1920) es un alegato social a favor de la liberación del proletariado, que provocó numerosas acusaciones de pertenecer a grupos comunistas.
Al margen de su ideología, Concha Espina fue sin duda una de las más prolíficas escritoras del siglo XX. Su trabajo recibió innumerables galardones, como el de la Real Academia Española, el Premio Nacional de Narrativa o la Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo. También fue nominada al Premio Nobel en al menos tres ocasiones (1926, 1929 y 1931), pero nunca consiguió ganarlo.
Si bien no fue el símbolo feminista que a veces forzamos en las mitificaciones póstumas, sin duda contribuyó, a través de sus palabras, a la emancipación de la mujer cuando España más lo necesitaba. Y eso durará más que cualquier estatuilla con apellido sueco en una vitrina del salón.
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