Medio Ambiente
«Lo barato no es un derecho si se consigue a costa del sufrimiento de alguien»
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El punto de no retorno le llegó a la periodista de moda Marta D. Riezu (Terrassa, 1979) al cambiar de casa. Tras «una odiosa mudanza en la que apareció ropa suficiente para vestir a tres ejércitos», Riezu empezó a aturullarse al entrar en ciertas tiendas de moda, sobrepasada ante tanta oferta. Se dio cuenta de que llevaba quince años «haciendo mal las cosas», como ella misma asegura, seducida por los atractivos de la fast-fashion. En ese momento de iluminación, Riezu decidió volverse más selectiva con lo que compraba y recurrir más a un sastre. Su vocación periodística también la llevó a buscar respuestas a por qué ella y tanta gente compraban tanta ropa. Y qué suponía esto para el entorno. Es en esa intersección entre la experiencia personal y la profesional donde nace ‘La moda justa’ (Anagrama), una investigación que desgrana la ética de lo que vestimos.
Cada cierto tiempo se repite que la industria de la moda es la segunda más contaminante del mundo. a pesar de que, como explicas en tu libro, este no se trate un hecho muy contrastado. ¿Cómo se ha creado este mito?
En un artículo de 2018, en The New York Times, la periodista Vanessa Friedman argumentó que ese titular –que enraizó y se hizo viral porque era potente— en realidad nunca había sido justificado con cifras. Apareció por primera vez en la conversación pública en la Copenhagen Fashion Summit, en 2008, y se replicó mil veces; cuando Friedman fue tirando del hilo vio que nunca hubo un estudio en lo que basarse para afirmar eso. No obstante, moralmente no cambia mucho que la moda sea la segunda o la cuarta industria más contaminante. El modelo de producción, que está basado en la explotación de personas, animales y naturaleza, es objetivamente indefendible.
Cada europeo adquiere cada año 40 prendas nuevas y, desde el año 2000, la producción de moda se ha duplicado. ¿Por qué no somos capaces de dejar de comprarnos ropa nueva, por mucho que los datos sobre el impacto de la industria sean abrumadores?
La moda siempre fue algo bien exclusivo, como la alta costura, o que comprábamos una o dos veces al año, como la ropa de diario. Cuando se abarató tanto, la sensación de poder y placer para muchas personas que antes no habían accedido a ella fue deslumbrante. No quisieron renunciar más a ello: de pronto, lo barato era un derecho. Pero no lo es. No cuando es a costa del sufrimiento de alguien. La edad ayuda a ver las cosas más claras. Con veinte años tienes cuatro duros y enloqueces al saber lo que te pueden cundir; y está también la presión de grupo. Pero con cuarenta te aburre soberanamente ese circo ruidoso y ya no necesitas impresionar. Por eso es tan importante estar informado y saber a quién beneficia o perjudica nuestro dinero.
«Rehabilitar la ropa implica autosuficiencia, concentración y paciencia»
Además de cambiar el modelo de consumo, también se ha transformado el modelo de producción. ¿Teníamos antes una mayor cultura de la reparación?
Sin duda. Depende de qué generación seas, esto lo llevas grabado a fuego. En casa de mis abuelos no había nada sobrante, así que si algo se rompía había que encontrarle solución. Eso llevaba a cuidar más las cosas, a tomarles cariño y a ser más espabilado y hacer apaños. Arreglar la ropa es subversivo. Interesa que compremos, nos cansemos de ello y volvamos a comprar. Rehabilitar implica autosuficiencia, concentración y paciencia. Si algo requiere nuestro esfuerzo, lo valoramos más; conectamos con el capital humano que permitió su creación. Es menos probable que lo consideremos desechable.
Hablando de cultura de reparación, resulta inevitable mencionar las políticas europeas que potenciarán la economía circular. ¿Cómo cambiará el escenario de la moda con estas nuevas normativas europeas?
Bruselas quiere cambiar la moda antes del 2030, lo que me parece lejísimos, porque las cantidades mensuales son tan obscenas que en ocho años es irreversible lo que se puede perder, sobre todo en lo relativo a la naturaleza. Un bosque extinto no lo recuperas por muchas leyes que hagas. Las iniciativas que presentan –regular el término sostenible, responsabilidad ampliada del productor, prohibición de destrucción de los productos no vendidos, rebajas fiscales si la marca da el servicio de reparación o tejidos responsables– llegan diez años tarde. Van sobre todo a por la fast fashion. Quieren una Europa con productos de calidad, duraderos y reciclables, pero habrá trampas. Se cuelan como reciclados tejidos que no lo son. Con el algodón orgánico, por ejemplo, se han encontrado muchos pufos.
La presión sobre la necesidad de usar moda sostenible suele descargarse sobre los propios consumidores, pero como señalas en tu libro, el 42% de las empresas de moda no saben cuál ha sido la cadena de producción de su ropa.
A las empresas les va bien no saber mucho. Saber requiere un compromiso y una energía, tiempo e inversión casi siempre ingratos. Como el cliente todavía no está muy informado, no lo valora. La marca tiene ese papel añadido de educador. Al elegir una marca hay que preguntar sin ambages quién y dónde se hizo la ropa. Y si no se obtiene una respuesta clara, se elige otra marca. Será por opciones.
«Bruselas llega diez años tarde con las medidas que propone para cambiar la industria de la moda antes del 2030»
Casi todas las marcas tienen líneas verdes o compromisos para utilizar materiales más sostenibles, pero ¿son acciones efectivas reales o solo es márketing?
Depende de cada marca. Yo uso un parámetro muy tonto pero práctico, que es: intento no comprar a los grandes, porque el volumen es inseparable del impacto. Si produces mucho, incluso si es sostenible, contaminas mucho. Pero también hay marcas pequeñas con malas prácticas. Hay que informarse caso por caso y por eso hay poca gente que lo haga: porque es pesado. Aunque, en términos generales, hay greenwashing a tope. Necesitamos menos palabras y más acciones específicas con nombres y apellidos de los beneficiados, de las granjas, de la raza de oveja o de las fábricas.
El boom de la fast fashion ha estado muy ligado a que las marcas que lo han alentado han ido logrando un buen posicionamiento en el mercado. ¿Será el cambio a la moda sostenible similar, especialmente en lo que a reutilización supone? ¿Empezaremos a vestirnos más con moda ya usada ahora que las plataformas de venta de segunda mano se han hecho tan conocidas?
El caso concreto de Shein es paradigmático, por agresivo y problemático. Contrataron a un ejército de influencers y, como el coste de la ropa es tan bajo, les enviaron cajas y cajas de prendas. Muchas marcas responsables están haciendo un trabajo con mucho criterio estético y ese es el mejor argumento de venta. Las plataformas de segunda mano incluyen a veces una parte más editorial –más visual, donde hay pistas de cómo combinar mejor la ropa– que ayuda a eliminar estigmas y prejuicios que pueda tener lo pre-loved, como lo llaman ellos. Pero la mejor publicidad de una prenda de segunda mano de buena calidad es cuando la compras y ves que, por el mismo precio o un poco más, es mil veces mejor que una nueva de mala calidad.
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