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La sostenibilidad ya no es solo un concepto más: esta palabra articula, a través de sus 14 letras, la posibilidad de un futuro mejor. Dentro de ella se esconden múltiples valores. Entre ellos, aunque no solo, se halla la inclusión: la capacidad de agrupar a todas las personas en ese «todo» que llamamos sociedad. Francisco Mesonero, director general de la Fundación Adecco, reflexiona sobre el papel de las compañías a la hora de alcanzar un horizonte marcado por la Agenda 2030, de la que surgen objetivos como la no discriminación, la eliminación de la pobreza o la eliminación de las desigualdades.
Aparte de la dimensión moral que supone la no-discriminación, la inclusión también guarda ciertos beneficios, como la atracción de todo tipo de talento. ¿Qué piensa que pueden aportar estos valores a la sociedad?
La inclusión es uno de los grandes indicadores de madurez y bienestar social. Un país no puede ser verdaderamente próspero mientras existan personas desplazadas o excluidas sistemáticamente. Las brechas sociales, culturales y económicas imposibilitan la cohesión social y la capacidad de una sociedad para asegurar el bienestar de todos sus miembros y evitar la polarización. Un país inclusivo y cohesionado es, por tanto, mucho más fértil, en la medida en que se generan redes de apoyo compuestas por ciudadanos libres y alineados con el bien común de toda la sociedad. El empleo es uno de los principales termómetros para medir dicho grado de inclusión: nuestro mercado laboral presenta desequilibrios y desigualdades que afectan especialmente a determinados segmentos, como las personas con discapacidad o los mayores de 55 años. Su participación en el mercado laboral es a menudo inferior, debido a clichés sociales y culturales que les abocan a subsidios y a situaciones de dependencia. El empleo constituye, precisamente, la mejor respuesta para invertir este papel: cuando consiguen un trabajo pasan de ser dependientes del Estado a contribuir a su mantenimiento y sostenibilidad, incrementando la productividad de las empresas y la competitividad de la sociedad en conjunto.
«Los valores sociales han de impregnar los modelos de negocio para que sean sostenibles en el tiempo»
En la actualidad, un tercio de las personas con discapacidad cuentan con empleo, según los datos del INE. ¿Cómo cree que podemos incluir a esos dos tercios restantes? ¿Expresa este dato algo sobre cómo concebimos la discapacidad en nuestro país?
La tasa de actividad de las personas con discapacidad es, efectivamente, muy baja: un 66% no tiene trabajo ni lo busca. Para revertir la situación es necesario abordar, desde la raíz, los patrones de exclusión que definen su relación con el mercado laboral y que producen –y reproducen– situaciones de desigualdad. Alcanzar este reto no será posible mientras sigamos asumiendo que las personas con discapacidad han de ser un sector de la población dependiente por naturaleza. Es urgente incentivar su autonomía e independencia y, para ello, hay que vincular esos subsidios o prestaciones a programas de empleabilidad, acelerando las políticas activas de empleo. El objetivo es dotarles de los recursos y competencias necesarias para que, siempre que sea posible, puedan conectar con los nichos de empleo emergentes. Paralelamente, es fundamental incidir en la sensibilización, de modo que los entornos empresariales estén libres de barreras de cualquier tipo. La clave es conseguir que toda persona con discapacidad que quiera trabajar pueda hacerlo con garantías.
¿En qué se diferencia un liderazgo inclusivo del liderazgo tradicional? ¿Qué relación guarda con la creciente necesidad corporativa de crear un impacto (positivo) en la sociedad?
Nuestra sociedad es cada vez más crítica, exigente y vigilante con el impacto de la actividad empresarial en el bienestar de las personas. Ya no estamos en una era de cambios, sino en un cambio de era en la que los valores sociales han de impregnar los modelos de negocio para que sean sostenibles en el tiempo. En este contexto, resulta evidente que el estilo de liderazgo ha de ser muy diferente al del siglo pasado, y en ningún caso puede quedar despojado de su dimensión moral o inclusiva. Así, elementos como la jerarquía, el control o la unidireccionalidad han de dar paso a la consolidación de valores basados en la colaboración, la confianza, el bien común o la horizontalidad. En este mundo globalizado y diverso, el líder inclusivo es garantía de futuro, ya que es capaz de incluir en su equipo a profesionales portadores de valores y aspiraciones distintas, guiándoles hacia unos objetivos comunes. Es un aspecto que estamos trabajando mucho en el marco de #CEOPorLaDiversidad, una alianza pionera en Europa que hemos promovido junto a la Fundación CEOE. Hasta la fecha ya se han adherido 75 CEOs comprometidos con la misión de acelerar el desarrollo de estrategias que contribuyan a la excelencia empresarial, a la competitividad del talento y a la reducción de las desigualdades y la exclusión en España. Para alcanzar un reto de tal magnitud, trabajar el modelo de liderazgo inclusivo es un paso imprescindible.
«Un país no puede ser verdaderamente próspero mientras existan personas desplazadas o excluidas sistemáticamente»
¿Guarda esto relación con el papel que juegan las empresas como entidades capaces de generar un impacto en la sociedad que vaya más allá de lo estrictamente financiero?
Sin duda. El liderazgo inclusivo se ha convertido en uno de los grandes pilares de sostenibilidad y en un elemento esencial que define la relación de la empresa con todos sus grupos de interés. Sin líderes que inspiren y gocen de reconocimiento interno y externo, ninguna organización puede competir ni perdurar en esta nueva era. Entre otras cuestiones porque este modelo de liderazgo es un aval de confianza en momentos de crisis o incertidumbre (tan frecuentes en los últimos años), siendo capaz de atraer a los mejores colaboradores o de mantener a los equipos cohesionados, entre otros. No me cabe ninguna duda de que el líder del futuro, si no es inclusivo, no será líder.
¿Cómo se construye la figura del líder más allá de la reputación?
A través del ejemplo. El liderazgo inclusivo tiene mucho más que ver con la acción que con la palabra. Dicho de otro modo: predicar comportamientos inclusivos, si no son coherentes ni coinciden con la realidad, puede ser contraproducente. El líder inclusivo porta valores como la humildad, la justicia, la tolerancia o la empatía y, en la toma de decisiones, se desprende de sus sesgos inconscientes, utilizando la escucha activa y buscando colaboradores para encontrar siempre la mejor alternativa. Son estas decisiones inclusivas las que construyen la reputación del líder y se ganan la confianza y el reconocimiento de todos sus grupos de interés.
Las empresas crecen cada vez más en nuestras sociedades: según la consultora Edelman, por primera vez en 20 años las compañías son consideradas como instituciones más confiables que los Gobiernos. ¿Por qué cree que hay quien ve la figura del líder inclusivo con escepticismo?
Todavía pesa mucho el concepto tradicional de empresa, concebida como una entidad cuyo único propósito es la generación de beneficio a corto plazo. Es evidente que este modelo está agotado y no corresponde en absoluto con la realidad sociocultural del siglo XXI. Sin embargo, cuesta mucho deshacerse de un estereotipo tan arraigado que se refuerza en tiempos de crisis y en plena era de la información, donde una mala praxis tiene más eco y pesa más que 100 buenas acciones. El escepticismo se vence ganándose la confianza de la sociedad; no hay otro camino que la ejemplaridad.
«La jerarquía, el control o la unidireccionalidad han de dar paso a la colaboración, la confianza, el bien común o la horizontalidad»
Un líder inclusivo es alguien que no deja a nadie atrás. ¿Cree que al final esta concepción se trata de una proyección de nuestros actuales valores democráticos?
La igualdad es un derecho recogido en la Constitución. Por tanto, la promesa central de la Agenda 2030 –no dejar a nadie atrás– constituye un deber para todos los agentes sociales, empezando por los propios líderes, cuya figura es clave para que los entornos empresariales sean espacios verdaderamente inclusivos, en sintonía con la sensibilidad hoy imperante. El contexto pospandémico ha propiciado una reflexión sin precedentes en el marco empresarial, exigiendo revisar planteamientos que siguen perpetuando la desigualdad, la indiferencia o la discriminación. Tenemos ante nosotros una oportunidad para acordar una nueva visión de liderazgo que erradique estas actitudes y permita avanzar en Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) como la reducción de las desigualdades, el trabajo decente o la igualdad de género.
La Fundación Adecco está comprometida con varios de los Objetivos de Desarrollo Sostenible recogidos en la Agenda 2030. ¿De qué manera cree que pueden llegar a cambiar las reglas y el futuro de la sociedad?
Los ODS son una llamada universal a la adopción de medidas para alcanzar retos de primer orden, como el fin de la pobreza o el crecimiento económico sostenible. Son retos que nos atañen a todos y que, por tanto, exigen el compromiso de la sociedad civil: únicamente si cada ciudadano integra los ODS en su día a día podremos avanzar en estos grandes desafíos. No hay que olvidar que las empresas están compuestas por personas, y que la responsabilidad individual es la llave para la consolidación de los ODS en las compañías. No es un asunto de filantropía, sino de competitividad y este es el descubrimiento que todas las organizaciones deben experimentar: lo que es bueno para la empresa es bueno para la sociedad, y viceversa. La búsqueda de partners alineados con la Agenda 2030 es, en esta línea, fundamental para generar un efecto multiplicador. La actividad que realizamos en la Fundación Adecco nos permite impactar, en esencia, en cinco ODS: el fin de la pobreza, la educación de calidad, la igualdad de género, el trabajo decente y la reducción de las desigualdades. Así, todas las empresas que apoyan nuestro proyecto contribuyen también a la consecución de estos objetivos.
Según Naciones Unidas, a causa de la pandemia los pasos que se han dado en esa dirección parecen haber quedado cortos. ¿Qué queda por hacer para acabar catapultando esta clase de acciones?
Todavía no hemos salido de esta crisis, pero el comportamiento que adoptemos ahora es crítico para sentar las bases del futuro. Si no queremos que la pandemia genere un retroceso en las diferentes conquistas sociales hemos de desactivar el piloto automático y pasar a la acción ya que, si algo hemos aprendido de esta crisis, es que vivimos en una era de alianzas en la que la unión es la única garantía para superar esta clase de episodios. Así lo estamos poniendo en práctica en la Fundación Adecco, donde activamos el pasado año el programa #EmergenciaPorElEmpleo, apelando al compromiso de empresas e instituciones para acelerar la inclusión laboral de las personas más afectadas por la crisis económica de la pandemia. Hasta la fecha, 28 entidades públicas y privadas apoyan la iniciativa, que ha acompañado a 1.270 unidades familiares en situaciones muy difíciles. La iniciativa, de hecho, sigue abierta a nuevas colaboraciones: los efectos y secuelas sociales de la covid-19 siguen estando ahí y son muchas las personas que acuden a la Fundación Adecco en situaciones de extrema vulnerabilidad.
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