La pandemia de la soledad

Las formas de vida veloces e impersonales del siglo XXI han constituido un modelo social que podría excluir a nuestros mayores. En este escenario, la covid-19, especialmente agresiva con este colectivo, ha encerrado –literalmente– a muchos de ellos en la soledad de sus casas o residencias.

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Natalia Ortiz
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Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), en España, más de dos millones de personas mayores de 65 años viven solas. Un estudio reciente del Instituto Nacional de Salud Carlos III indica, además, que el 25% de estas personas viven aisladas y el 20% se sienten solas. La soledad lleva años siendo una cuestión de salud pública y es un problema que afecta mucho más a mujeres a partir de los 65 años. Así lo confirman los datos del INE: el 42% de las mujeres de más de 80 años viven solas, frente al 21% de hombres. La soledad, en todo caso, es ya una pandemia dentro de la covid-19.

No es lo mismo vivir solo que sentirse solo. Una persona puede vivir sola por elección y tener una red social y familiar disponible con la que contactar. Pero hay otra soledad, la que hay que detectar y subsanar, que implica estar y sentirse solo en sentido emocional, es decir, no disponer de esa red de apoyo o tener muy poco acceso a ella y que, por tanto, exista una necesidad de sentirse acompañado. Este sentimiento es intergeneracional, pero en el caso de los mayores, más vulnerables, el daño se acentúa. Esto es algo clave que la sociedad debe comprender.

Para Barriga, el aislamiento ha sido el peor de los efectos de la pandemia

Para paliar el problema de la soledad, lo importante es diseñar redes de conexión entre personas. Así lo afirma Luis Alberto Barriga, director general de Imserso, que apuesta por la detección de situaciones de riesgo: «Las actuaciones que conectan a la gente y mejoran las situaciones de soledad han de desarrollarse en el nivel local y, sobre todo, en el vecinal. Ningún ministerio o comunidad autónoma va a acompañar, y lo que hay que conseguir es que la gente, viva donde viva, tenga un entorno que genere conexión vecinal y saludable entre las personas». Por ello, se está trabajando en una estrategia nacional contra la soledad no deseada, que deberá abordar retos aún por determinar, pero que pasan por el mapeo y la lectura del sentimiento de soledad en la población.

Con la covid-19, la soledad se ha intensificado. El virus ha generado mortalidad directa e indirecta en la que la falta de afecto ha generado miedo y aislamiento físico y emocional en nuestros mayores. «Si alguien hubiera diseñado la covid-19 para atentar contra las personas vulnerables, precisamente mayores y dependientes, no lo habría hecho mejor porque evita el contacto y el cariño, algo absolutamente necesario para la supervivencia», explica Barriga. Para él, el aislamiento ha sido el peor de los efectos de la pandemia, y ha generado daños –aún por datar– en mayores que viven solos en sus domicilios, y también en residencias, donde el 60% de ellos tenía alteraciones cognitivas que han empeorado seriamente.

Godoy: «Buscamos conectar a gente joven para que acompañe a los mayores, y que los mayores puedan trasladarles toda su sabiduría»

En este camino, la red de farmacéuticos constituye un importante eslabón dentro de la asistencia ciudadana, sobre todo desde el ámbito local. Mediante dos programas íntegros dedicados al acabar con la soledad, la red farmacéutica de España —con más de 22.000 farmacias en el país y 2 de cada 3 situadas fuera de capitales de provincia— quiere colaborar para detectar estas situaciones y desarrollar actividades con mayores en situación de vulnerabilidad con apoyo de los servicios sociales y las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado.

Gracias a la medicina moderna y al bienestar social, España es un país donde la esperanza de vida ha ido aumentando significativamente en los últimos años, situándose en los 80 años para los hombres y los 86 para las mujeres. Sin embargo, a la luz de los datos, hay personas que no disfrutan de un bienestar emocional en sus etapas vitales más avanzadas. Ahí hay que enfocar. Para Pepa Godoy, directora de programas de Adopta Un Abuelo, se trata de una acción social para que recuperen sus derechos: «Hay que conseguir que estos mayores sean vistos como alguien que no está al final de la vida, sino que tiene muchas cosas que seguir enseñando y aportando a la sociedad». Se trata, por tanto, de acompañar y no dejar solas a estas personas en transiciones importantes de sus vidas, como la jubilación o la pérdida de la pareja. Y esta tarea de acompañamiento, para Godoy, también deben hacerla los jóvenes: «Apostamos por un programa intergeneracional y buscamos conectar a gente joven para que acompañe a los mayores, y que los mayores puedan trasladarles toda su sabiduría».

La soledad ha sido, es y seguirá siendo una cuestión de salud pública en la que todos estamos implicados. De nuestras sociedades dependerá que siga siendo un problema aún por resolver o, por el contrario, un eco del pasado. Porque, además, es una cuestión de respeto y justicia que compete a todas las generaciones. Cuidando a nuestros mayores nos cuidamos a todos, y como afirma Godoy, «todos vamos a llegar a su edad, así que es importante pensar de qué maneras podemos volver a situar a nuestros mayores en el lugar social que se merecen».

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