Cultura
Julián Marías, el intelectual perseverante
En tiempos en los que domina el dogmatismo, la figura de Julián Marías, con un pensamiento fuertemente influenciado por las enseñanzas de Ortega y Gasset, representa el último ejemplo de la perseverancia de la democracia liberal.
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El péndulo de la historia nos lleva de la homogeneidad a la heterocromía (y de vuelta una y otra vez). A principios del siglo XX, cuando el mundo vivía una situación de agitación política y social entonces inédita, tuvo lugar el nacimiento intelectual de personajes como Julián Marías: un referente en sí mismo, así como una figura consecuente con la pluralidad que representaba su persona hasta el final.
Julián Marías nació en Valladolid en 1914 y falleció en Madrid hace casi 16 años, el 15 de diciembre de 2005. La vivacidad y la longevidad vital e intelectual con que contaba refleja su determinación, su capacidad de resistencia y la grandeza de su figura. Su vida pudo haber sido mucho más breve: a punto estuvo de ser condenado a muerte tras ser denunciado por otros literatos e intelectuales afines al régimen franquista tras la Guerra Civil.
La virtud máxima del pensamiento de Ortega es su plasticidad, de la que es buen ejemplo Marías
Marías llegó a la capital de España con apenas cinco años y cursó sus estudios en las instituciones públicas hasta su graduación en filosofía por la Universidad Complutense de Madrid, donde también se doctoraría posteriormente. No obstante, el intelectual recibiría su título casi diez años después de presentar su tesis: el franquismo le ‘suspendió’ como el profesor que coge manía a un alumno díscolo y brillante. Marías, entonces, esperó.
El vallisoletano se convertiría también en discípulo de Ortega y Gasset, una figura mayúscula en su vida y en su pensamiento que marcaría tanto sus primeros trabajos –Ortega le encargó con apenas veinte años una traducción de Augusto Comte– como sus obras más maduras. Julián Marías denominó para toda una generación la llamada Escuela de Madrid: un grupo de intelectuales criados al amor del pensamiento ‘orteguiano’, al cual dedicaron su vida para expandirlo, cada uno según su propio prisma e intereses. Un aparte: la virtud máxima del pensamiento de Ortega es su plasticidad, de la que es buen ejemplo Marías. Entre los miembros de la Escuela de Madrid se contaban, además del propio Marías, figuras como María Zambrano o José Gaos. La riqueza de su obra consiguió mantener la ciencia del pensamiento español durante los duros años de represión y censura ideológica del franquismo.
La obra intelectual de Julián Marías, más filosófica y menos divulgativa, estudia dos de las grandes ideas que giran alrededor del ser humano y su concepción. Por un lado, dentro de Antropología Metafísica desarrolla la estructura y la teoría empírica de la vida humana. Es decir, desarrolla un complejo sistema filosófico en el que apuesta por la experiencia como único emisor de conocimiento para el ser humano en relación a sí mismo. Desde ahí, llega tanto a la canción sexuada del ser humano y a las disyuntivas entre hombres y mujeres, pasando por los avatares de la felicidad o el lenguaje. Todos estos elementos se encuentran en un estadio intermedio: no son previos al ser humano, pero este no puede vivir sin ellos.
Marías articular un complejo sistema filosófico en el que apuesta por la experiencia como único emisor de conocimiento
Del mismo modo, su idea de la metafísica asume su pertenencia a la filosofía y, por lo tanto, su naturaleza radical. Para Marías, el hombre vive en su vida, que debe entenderse como un área en la cual se constituyen las realidades. Así, esta visión hace que sea la propia vida una metafísica, ya que la experiencia es la forma por excelencia del conocimiento. De nuevo, la paciencia y la presencia de Marías, entendiendo la vida como un continuo aprendizaje. Sin estar y sin vivir, el conocimiento y su transmisión es imposible; hay que perseverar en la propia existencia.
Ese germen intelectual queda plasmado en Escuela de Madrid, una de las primeras obras que publica tras empezar a restituir su figura pública tras los años más duros de represión, comenzando a publicar en prensa de manera habitual tras casi dos décadas de ostracismo editorial. Es una obra de alto valor histórico, didáctico e intelectual: Julián Marías desgrana aquí la corriente filosófica ‘orteguiana’ a la que se suman con ánimo tanto él como sus compañeros de la Facultad de Filosofía y Letras.
En ese periodo de marginación fue padre de cinco hijos junto a su mujer, Dolores Franco Manera. El primero murió a los cuatro años y el penúltimo, Javier Marías, es hoy uno de los escritores, intelectuales y columnistas de mayor prestigio en nuestro país y en toda Europa. El filósofo, si bien publicó varias obras bajo el fiel amparo de la Revista de Occidente, encontraría el empujón definitivo en esos años situados entre las décadas de 1950 y 1960 en los que toda España empezó a acercarse poco a poco, muy paulatinamente, a la modernidad que el propio Julián Marías representaba.
Los años de las décadas de 1960 y 1970 le sirvieron para hacerse un hueco en la RAE y publicar algunas de sus obras más notables, como Antropología Metafísica, La Estructura Social, Consideración de Cataluña o Nuestra Andalucía, donde Marías desarrolló la que sería una de sus vías de trabajo más importantes: el problema español. Una idea de país que, evidentemente, asume de Ortega, con quien comparte visión, encaje europeo y análisis crítico desde un patriotismo republicano y liberal.
Marías desarrolla una idea de país que asume de Ortega, con quien comparte visión, encaje europeo y análisis crítico
Entre 1958 y 1970, además, se recopilarían sus obras a cargo de Alianza Editorial. Así, cuando el dictador murió, Julián Marías ya había sido restituido en la imagen pública, con unos logros intelectuales que tenían el calado que merecían. Fueron casi 30 años en los que Julián Marías fue hormiga y no cigarra. Dio sus frutos: durante la legislatura constituyente de 1977-1979 fue elegido senador por designación real debido a su fuerte defensa del liberalismo, el republicanismo y la democracia; a ello se sumaba la cualidad de ser una figura de unidad, gracias a su apoyo directo a la monarquía y a la restauración democrática de la misma en la Constitución de 1978. También influiría en su posición su fe católica y sus trabajos al respecto, entre los que cabe destacar Problemas del Cristianismo. Fue ese mismo catolicismo militante lo que le hizo formar parte del Consejo Internacional Pontificio para la Cultura en 1982.
Las ideas de Marías son complejas y completas: para él, la sociedad no es otra cosa que un conjunto de personas que se rigen por las mismas normas y leyes, ya sean explícitas o implícitas. La figura de un intelectual como él se hace imprescindible en el contexto actual, en el que el dogmatismo y la intolerancia con las ideas están a la orden del día. Los intelectuales de nuestro tiempo se construyen de forma pasiva, a la contra, mirando al enemigo para definirse en oposición al mismo. Al contrario, la paciencia de Marías es activa; es el ejemplo último de la perseverancia de la democracia liberal.
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