Medio Ambiente
«La suma de egoísmos es lo que nos permite resolver problemas como el cambio climático»
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COLABORA2021
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La conversación con el profesor norteamericano Edward S. Rubin, Premio Nobel de la Paz en 2007 por su trabajo como miembro del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC), iba a limitarse a unos pocos minutos. La idea era incluir sus reflexiones en un reportaje titulado ‘Cómo evitar el desastre climático’. Sin embargo, la breve charla planteada inicialmente acabó convirtiéndose en una clase magistral de más de dos horas en las que Rubin, uno de los más prestigiosos expertos mundiales en la lucha contra la crisis climática, analiza los desafíos (y beneficios) que conlleva la transformación del sistema energético actual en uno menos contaminante.
En la actualidad, el sistema energético, basado principalmente en combustibles fósiles, representa la mayoría de las emisiones globales de gases de efecto invernadero. ¿Cómo hemos llegado hasta esta situación?
La respuesta a por qué tenemos este problema –que yo creo que es la pregunta con la que debería empezar cualquier debate sobre cambio climático– está claramente relacionada con la energía. Pero no de la manera en que solemos pensar. Actualmente, se habla de las fuentes de energía renovable, como la energía solar y la eólica, como si fuesen las sustitutas perfectas al petróleo o al carbón. Como si fuesen la gran solución. Sin embargo, creo que ese no debería ser el punto de partida, sino que, antes de nada, deberíamos preocuparnos por la demanda energética. Deberíamos preguntarnos para qué necesitamos tanta energía. Y la respuesta parece clara, ¿no? Para vivir, para estar cómodos, para movernos de un lugar a otro, para fabricar… para tener una economía, en resumen. Si lo piensas fríamente, si no necesitáramos energía para estas cosas no tendríamos problemas con el cambio climático. La demanda energética, que ha aumentado exponencialmente a medida que la población mundial crecía, es la que nos ha llevado a la crisis climática. Por eso, aunque pudiésemos sustituir los combustibles fósiles por renovables, si seguimos demandando más y más energía, vamos a seguir teniendo un problema medioambiental relacionado con toda la cadena de actividades, como la distribución o las infraestructuras.
Entonces, ¿empezar por una transformación de las fuentes de energía no es suficiente para luchar contra el cambio climático?
No es suficiente porque hay que tener en cuenta la contaminación asociada a la distribución o implementación de las energías renovables. Te pongo un ejemplo: podemos utilizar la tecnología para hacer coches cada vez más limpios, pero si al final del año necesitamos más y más coches, la dimensión del problema (la cantidad que necesitas) eclipsa lo que se puede hacer tecnológicamente con cada unidad, porque para producir y transportar cada una de los millones de piezas de los vehículos vas a tener que contaminar a gran escala. Es decir, aunque tuviéramos una varita mágica con la que sustituir la energía fósil por energía renovable, si el sistema energético sigue con los atributos actuales que hacen que la demanda aumente, no podríamos frenar el cambio climático. Así que no hay que preocuparse tanto de la fuente como de la manera en que consumimos la energía. Al final, si hay problemas con las infraestructuras, con la extracción de los recursos o con su distribución, da igual que la fuente no emita gas; los problemas relacionados con el aumento de la demanda de energía van a seguir ahí. En mi opinión, la única energía realmente limpia que conozco es aquella que no se usa.
Hay quien dirá que, en una sociedad en constante desarrollo como la nuestra, disminuir el consumo energético y seguir progresando es complicado.
Por eso necesitamos abordar el problema desde los dos extremos. Yo he empezado por la demanda: hay que reducirla, lo que no significa que tengamos que renunciar a una buena calidad de vida. De lo que se trata es de utilizar más eficientemente la energía, de ver cómo podemos usar una bombilla o un método de transporte que necesiten menos cantidad de recursos. La eficiencia energética es clave para combatir el cambio climático. Además, es un cambio relativamente barato. La eficiencia no solo nos ayudará a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, sino a ser más sostenibles. Y ese es el objetivo real: la sostenibilidad.
«La demanda energética (y no el tipo de energía) es la que nos ha llevado a la crisis climática»
¿Qué está en nuestra mano cambiar?
Hay una gran cantidad de cosas relacionadas con el comportamiento humano que, aunque son más difíciles y problemáticas de implantar que cualquier solución tecnológica, es posible modificar. Me refiero a cambios estructurales en la manera en que nos movemos o en la que organizamos nuestras comunidades. Debemos ser conscientes de que, por ejemplo, cada vez que construimos casas individuales en suburbios que están a 50 km del centro estamos favoreciendo la creación de unas infraestructuras que necesitarán un gran consumo energético. Otro claro ejemplo lo encontramos en el sistema alimentario, que representa un tercio de las emisiones de gases de efecto invernadero. Por eso es importante reducir el consumo de alimentos con fuerte impacto ambiental, como la carne de res, porque tendría un fuerte impacto positivo. Tecnológicamente podemos hacer muchas cosas, pero para combatir el cambio climático se necesita, ante todo, cambios en el comportamiento humano, porque todo lo que deseamos y hacemos está relacionado con la demanda de energía. Eso no tiene por qué ser doloroso y sí es muy beneficioso.
Si la demanda es un extremo, ¿cuál es el contrario?
El sistema de suministro de materiales y recursos energéticos, como hablábamos al principio de la conversación. Me refiero a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero desde la fuente, utilizando, por un lado, tecnología para implantar energías renovables que sustituyan a los combustibles fósiles y, por otro, sistemas que eviten que las emisiones lleguen a la atmósfera.
Como la tecnología de captura y almacenamiento de dióxido de carbono (CAC), una de sus principales líneas de estudio.
Efectivamente. Hay que ir más allá de las renovables y apostar por tecnologías que ya existen y cuya misión no es reemplazar los combustibles fósiles, sino mitigar sus efectos. Es lo que yo llamo tecnología medioambiental.
¿Por qué, a diferencia de las renovables, esta tecnología no se está implantando (o, al menos, no a gran escala)?
Porque no ha hecho falta, porque no hay un mercado para ello. La pregunta que hay que hacerse es: ¿por qué nadie la compra? De entrada, esta tecnología no te crea un producto y, en cambio, sí te cuesta dinero. Sucede al contrario que las energías renovables, que no solo reducen energía sino que también producen algo, la electricidad. Esa es la gran desventaja de las tecnologías ambientales como la captura y almacenamiento de CO2: pueden aportar mucho en la lucha climática pero, hoy en día, no tienen un mercado donde venderse. Y no lo habrá hasta que los Gobiernos decidan que no es aceptable emitir CO2 y que hay que pagar por hacerlo. En el momento en el que las Administraciones le digan a las empresas que no pueden operar con combustibles fósiles a menos que las emisiones se reduzcan, digamos, en un 90%, se creará un mercado social para esta tecnología.
«El problema de las tecnologías ambientales es que no tienen un mercado donde venderse»
¿Por dónde empezar a crear ese mercado?
Para que se cree hace falta una combinación de lo que llamo «zanahorias y palos», o incentivos y exigencias, o mandatos. Y eso solo puede venir del sistema político. Fíjate en lo que ha pasado con la energía solar o la eólica: cuando yo era estudiante no eran ni prácticas ni asequibles, pero en los últimos 13 o 14 años se han ido volviendo más y más accesibles. Y no es cuestión de magia, sino que los Gobiernos han puesto zanahorias seguidas de algunos palos que han creado mercados y generado incentivos para innovar. En Estados Unidos, en lo que se refiere a la lucha climática, todavía no hemos llegado a ese punto. En la Unión Europea sí que se han dado esas órdenes, esos palos, para reducir las emisiones y se han dado incentivos para empezar, pero no están siendo suficientes. Habría que crear un sistema en el que hubiese un precio del CO2 aplicado de dos maneras: mediante impuestos por cada tonelada de gas emitida y a través de un sistema de mercado por el que tengas que cumplir con unos requisitos para poder llevar a cabo tu actividad. Es decir, se necesitan precios explícitos del CO2 y, a la vez, precios implícitos mediante la regulación. Si le exiges al sistema de generación energética que tiene que pagar por emitir, pagará. Pero si le dices que no se pueden producir más de ‘x’ toneladas por hora de CO2, las compañías van a tener que hacer cambios e invertir en tecnologías como la CAC (Captura y Almacenamiento de Carbono). El problema que tenemos hoy en día es que no hay suficientes precios para el carbón, ni a través de zanahorias ni de palos. Necesitamos hacer más que las cosas más simples y baratas. Si queremos estabilizar el clima necesitamos reducir el aumento de la temperatura a 1,5ºC, y para ello tiene que haber un precio sólido para el CO2. No puede ser gratis emitir carbono.
Hay muchos sectores o empresas que actualmente no pueden hacer frente a ciertas regulaciones o exigencias. ¿Cómo se puede garantizar que ninguno se quede atrás?
No todo el mundo tiene lo que quiere. Muchas industrias crecen y otras desaparecen. Es por eso que, en este caso, la transición necesita ser liderada políticamente si lo que queremos es dejar de utilizar combustibles fósiles, que representan el 85% de la energía mundial. Porque es normal que, si eres el dueño de una industria de petróleo y quieren sacarte del mercado, te resistas. Puede que hagas cosas para reducir tus emisiones, y hay industrias que lo están haciendo. Pero hemos visto una resistencia en los últimos 20 años de lucha contra el cambio climático. Las industrias de los combustibles fósiles, que eran ya conscientes del problema, han sido lentas en la creación de la tecnología y a la hora de implementarla y desarrollarla.
¿Y ahora?
Ahora está empezando a cambiar porque, en los últimos seis años, las personas han empezado a ser conscientes de que el cambio climático afecta a sus vidas. Un ingrediente esencial en todas estas soluciones es que la gente tiene que preocuparse lo suficiente para que puedan escoger a personas en posiciones políticas que promulguen regulaciones que digan: «No puedes poner basura en mi agua nunca más. Y si lo haces, estás fuera del mercado». Creo que gracias a informes como el IPCC han ayudado a hacer ver a la gente que no tenemos el tiempo suficiente para solucionar la crisis climática. Luego ya vemos inundaciones en Alemania, fuegos en Canadá o peces muertos en el mar menor. Vemos que la gente está muriendo por el cambio climático. Saber que es un problema es un primer paso; el segundo es ser conscientes que es urgente, porque si no lo consideramos así, no gastamos nuestro tiempo innovando soluciones para abordar el problema. Tenemos el ejemplo en la pandemia: el mundo se puso de acuerdo en lo importante, grave y urgente que es y en tiempo récord hemos desarrollado vacunas. La innovación nunca sale de la nada: es la combinación de un trabajo que ha estado en marcha durante un largo período de tiempo. Pero necesita recursos para hacerse realidad y actuación gubernamental para desarrollarse a escala masiva.
Parece que no actuamos hasta que el problema está a punto de desbordarse.
En ese sentido, creo que el coronavirus es un buen ejemplo Nos ha mostrado cómo es la naturaleza humana: no hacemos nada sobre los problemas hasta que vemos que nos afectan personalmente. Nada nos preocupa más que nuestra salud personal. Actuamos con una motivación egoísta, pero al final, un montón de egoísmo colectivo es lo que nos permite resolver problemas como el cambio climático.
¿Crees que llegaremos a tiempo de evitar un desastre climático?
Todavía hay mucho trabajo por hacer. Creo que, sobre todo, hace falta mejorar la habilidad de actuar de los sistemas políticos. Es cierto que ha habido algunos progresos –también algunos retrocesos, subidas y bajadas–, pero globalmente estamos en una trayectoria mucho más positiva que hace años. Incluso China parece estar intentándolo. Y creo que es porque hay una compensación entre lo que afecta la economía y lo que afecta a tu salud y a tu salario. En definitiva, el mensaje es que hay muchas cosas que se puede hacer con la tecnología que ya tenemos, pero la innovación tecnológica (que significa hacer las cosas más baratas, rápidas y fáciles) todavía necesita un mercado. Al final, lo que mueve la innovación es el egoísmo: si invento algo es para que sea más cómodo y económico. Hemos aprendido que la innovación sucede más rápidamente y productivamente cuando creas un mercado para algo, un mercado para la energía limpia.
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