Las antinomías de Kant
El laberinto de la razón
Para el filósofo Immanuel Kant, las antinomias de la razón pura, esto es, las contradicciones propias del pensamiento, son la viva muestra de los límites del conocimiento humano.
Artículo
Si quieres apoyar el periodismo de calidad y comprometido puedes hacerte socio de Ethic y recibir en tu casa los 4 números en papel que editamos al año a partir de una cuota mínima de 30 euros, (IVA y gastos de envío a ESPAÑA incluidos).
COLABORA2025

Artículo
Es una cálida noche estival. Te tumbas en la arena de la playa, aspiras el aroma a salitre y observas las estrellas. Dejas que tu mente campe a sus anchas y divagas sobre lo más profundo: ¿tuvo el mundo un inicio? Recuerdas la lección de Parménides de Elea, quien apuntó con perspicacia que de la nada, nada surge; por consiguiente, es imposible que el mundo haya comenzado en algún momento. ¿Cómo habría podido tener un origen si, por fuerza, este debe serlo a costa de aflorar de la nada? Resulta convincente, pero tampoco ignoras que el modelo estándar de la cosmología actual –respaldado por sólidas evidencias científicas– señala que sí hubo un inicio. Un principio del propio espacio-tiempo que no tolera ningún antes.
Observas el bosque: ¿existe realmente un bosque? Al fin y al cabo, el bosque solo es la suma de ciertas cosas: árboles, arbustos, flores… Con todo, bien visto, el árbol tampoco parece existir de por sí. ¿No llamamos árbol simplemente al agregado de raíz, tronco, ramas y hojas? Si seguimos descomponiendo, ¿no son también cada una de estas partes una suma de células, de tejidos, de moléculas? ¿Dónde comienza y dónde termina realmente el árbol? ¿Es una mera abstracción que nuestra mente impone a la realidad para darle sentido? Si esto se aplica a todo, ¿nosotros no somos más que partículas fundamentales?
Tu mente no es capaz de parar. Te interroga: ¿por qué te has levantado? «¡Porque así lo he querido!», te sorprendes respondiendo. No puedes impedir una sospecha: quizás, a la postre, no he sido tan libre de levantarme. Todos los fenómenos de la naturaleza permanecen bajo la férula de la causalidad. Todo tiene un porqué claramente delimitado por las leyes de la física. Ni siquiera los humanos estamos al margen de este juego: «Me levanté porque mi cerebro reaccionó a una sensación de inquietud. Esta surgió por la disonancia cognitiva entre mi intuición y mi análisis racional. Esta fue impulsada por procesos neuronales guiados por química y electricidad… Tal vez nunca he sido libre y Dios conoce desde el principio todos mis actos».
¿Pero acaso existe Dios? Después de siglos de dura reflexión, del trabajo de mentes insignes, todavía seguimos preguntándonoslo con la misma inocencia. Muchos creen que sí, pero otros muchos creen que no. Las razones de estos últimos, por supuesto, no son menos contundentes que las de los primeros. ¿En qué quedamos? Te ahogas en un mar de dudas, no te soportas más y decides abandonar la playa.
Kant sostuvo que la razón humana tiende a saltarse las fronteras de lo cognoscible
En pleno Siglo de las Luces, el genio del filósofo prusiano Immanuel Kant (1724-1804) englobó estas cuatro controversias bajo el cuño de antinomias de la razón. Después del monumental ejercicio intelectual expuesto en su Crítica de la razón pura, Kant sostuvo que la razón humana tiende por su propia naturaleza a saltarse las fronteras de lo cognoscible. Huérfana de la experiencia necesaria, nuestra razón divaga sobre lo incondicionado con las ínfulas de iluminar la verdad sobre algunos de los conceptos clásicos de la metafísica: Mundo, Complejidad, Libertad y Dios.
El precio a pagar por liberarse de las cadenas impuestas por nuestra verdadera forma de representar el mundo –mediante las sensaciones y su ordenación mediante los conceptos– es demasiado alto. Tan alto que el esfuerzo racional solo nos recompensa con humo. Así, nuestra razón perfila argumentos para defender una perspectiva particular sobre estas ideas (tesis), pero ella misma puede trazar unos argumentos opuestos igualmente convincentes (antítesis). Como Penélope, nuestra mente desteje por la noche lo tejido durante el día.
Las contradicciones son la viva muestra de los límites del conocimiento humano
Acorde a Kant, estas contradicciones, antinomias de la razón pura, son la viva muestra de los límites del conocimiento humano. Estamos incapacitados para conocer la realidad última del mundo (noumeno), aquella que, se postula, reside más allá de cómo se nos aparece (fenómeno). Por ende, tanto las tesis como las antítesis se muestran igualmente incompletas al partir de una premisa equivocada; a saber, que podemos acceder a la realidad más allá de cómo la representamos gracias a la experiencia.
Desde luego, esta no solo es una rotunda crítica dirigida contra nuestra tendencia a discutir sobre ciertas ideas metafísicas, como la de Dios. También se presenta como un tirón de orejas contra el ejercicio filosófico que, a lo largo de la historia, se ha excedido más allá de sus posibilidades. Pero Kant no nos culpa pues, reitera, esta es una tendencia natural. Somos, ineludiblemente, seres metafísicos: «Nuestra tendencia a ampliar el conocimiento no reconoce límite alguno. La ligera paloma, que siente la resistencia del aire que recorre al volar libremente, podría imaginar que volaría mucho mejor en el espacio vacío. De esta misma forma abandonó Platón el mundo de los sentidos […] Se atrevió a ir más lejos de ellos, volando en el espacio vacío de la razón pura por medio de las alas de las ideas. No observó que, con todos sus esfuerzos, no avanzaba más, puesto que no tenía punto de apoyo, por así decir, no tenía base donde sostenerse».
Nuestras preguntas sobre la libertad o la existencia de Dios nos arrastran a un laberinto sin salida, donde cada respuesta parece deshacerse con la misma facilidad con la que se formula. Y así, el error de Platón no es distinto del nuestro: seguimos contemplando el cielo estrellado en busca de respuestas, olvidando que el aire que nos resiste es también el que permite volar.
COMENTARIOS