Opinión

Quince años no son nada

Ante maniobras distractoras que ponen en peligro la credibilidad y el futuro de la Agenda 2030, ¿de dónde sacamos el impulso que genere a partir de los Objetivos de Desarrollo Sostenible cambios realmente profundos? Las llamadas ‘Misiones Europeas’, que plantean propósitos concretos y estimulantes, pueden darnos la respuesta.

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28
septiembre
2021

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Si «veinte años no es nada», como decía el tango de Gardel, quince años son menos que nada. Solo eso, quince años, es el plazo que nos hemos dado para aplicar la Agenda 2030 y alcanzar sus Objetivos de Desarrollo Sostenible o, dicho sin rodeos, para escapar de un colapso altamente probable que nadie desea. Ojalá tuviéramos menos urgencia, pero la ciencia muestra con incómoda rotundidad que hemos entrado en la década crucial. Todavía podemos rectificar el rumbo: es ahora, o no será nunca.

El pasado 25 de septiembre se cumplió el sexto aniversario de la aprobación de la Agenda 2030, más de un tercio del plazo que nos dimos para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). No ha sido un tiempo en vano, ya que nunca un acuerdo multilateral había suscitado tanto interés y consenso. El icono colorista de los ODS ha colonizado multitud de solapas, actos, informes y materiales de difusión. Lo vemos en las aulas universitarias, en los edificios públicos o en los recibidores de oficinas de grandes y pequeñas empresas. La comunicación de los ODS ha desplegado una campaña de indudable éxito. Quizás habría que remontarse a la Declaración Universal de los Derechos Humanos para encontrar un ‘producto’ de las Naciones Unidas con un eco similar.

«En los seis años se ha desplegado un amplio repertorio de proyectos, pero la inmensa mayoría han sido pilotos»

Se objetará, con razón, que lucir el pin de los ODS en la chaqueta no supone conocer lo que realmente significan, o que incluir múltiples referencias a ella en la memoria de una empresa no guarda necesariamente implicaciones en su estrategia. Pero no debería restarse valor a estos hechos que confirman que la llamada a la acción ha tenido respuesta, y que existe el deseo de compartir un proyecto común y esperanzador, lo cual es condición necesaria para alinear esfuerzos en la dirección acertada.

Sabemos, como recuerda el reciente informe de la Red Española para el Desarrollo Sostenible, que avanzamos muy lentamente. De acuerdo con los 232 indicadores monitorizados, deberíamos multiplicar por 15 la velocidad para poder cumplir la Agenda en 2030. Esto es así porque, aunque en los seis años transcurridos se ha desplegado un amplio repertorio de proyectos, la inmensa mayoría pertenecen a la categoría de ‘pilotos’ y no han tenido verdaderos impactos sistémicos, a la altura de la «gran transformación» a la que invita la Agenda 2030.

Ante esta situación de cuasi estancamiento –y pensando en el poco tiempo que nos queda– se necesita un impulso definitivo que demuestre que los ODS son fuente de cambios realmente profundos. Uno que nos saque de la órbita del incrementalismo (del «poco a poco») que con frecuencia obedece a maniobras distractoras o dilatorias, y que pone en peligro la credibilidad y el futuro de la Agenda. ¿De dónde podemos sacar dicho impulso? Entre el ruido de declaraciones, instrumentos y ventanillas, encontramos una iniciativa que merece especial atención: las Misiones Europeas. La Comisión Europea ha lanzado, en el marco de su nuevo plan de ciencia e innovación, cinco misiones vinculadas a los ODS relacionadas con cáncer, alimentación sostenible, océanos limpios, adaptación al cambio climático, y ciudades.

«Las Misiones, que requieren de un enorme esfuerzo de colaboración, nos pueden devolver la esperanza en la Agenda 2030»

Las misiones se plantean propósitos concretos y estimulantes, que requieren de un enorme esfuerzo de colaboración público, privada y social. Para su despegue van a dotarse con un importante paquete de recursos económicos e institucionales. Por ejemplo, la misión de ciudades climáticamente neutras se plantea el desafío de lograr que al menos 100 ciudades europeas sean climáticamente neutras en 2030. Avanzar en esta línea supondrá una gran aceleración de muchos ODS de manera simultánea, porque tendrá importantes efectos sinérgicos en la regeneración de los barrios más desfavorecidos, en el empleo o en la salud de la gente. La misión es un acicate para, esta vez sí, poner en marcha verdaderos proyectos transformadores. No en vano, es lo que buscan los fondos del ansiado paquete Next Generation de recuperación pospandemia.

Nuestro país esta vez no se está quedando atrás. Las misiones han comenzado a prepararse a través de los llamados ‘grupos espejo’. Podemos poner un cierre esperanzador a esta columna: el 8 de septiembre, la alcaldesa y los alcaldes de Barcelona, Madrid, Valencia y Sevilla se comprometieron en el Senado, mediante la firma de un ambicioso precontrato climático, a poner el rumbo hacia la Misión Europea de Ciudades. No fue un impulso aislado. Estas urbes, junto a muchas otras, comenzaron a colaborar en El Día Después, que se ha conformado como una verdadera incubadora de alianzas transformadoras. Sigamos la pista a las misiones. Nos pueden devolver la esperanza en la Agenda 2030.

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