Opinión

Encontrar o construir

La política debe partir desde la convicción de los principios, pero siempre tratando de llegar al final. Es por ello que no surgen soluciones: han de construirse.

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22
septiembre
2021

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La polarización extrema a la que está llegando la política no es solo un peligro muy serio para la paz social y para la propia democracia; es además garantía de ineficacia en la acción política. Las complejidades del tiempo presente, dimensionadas al máximo por la globalización, aceleradas por el vértigo de la infotecnología y la biotecnología, y exacerbadas hasta el paroxismo por las redes sociales, desbordan los containers de la estructura mental con la que nos hemos acostumbrado a analizar las cosas de la política. Es imposible enfrentarse a las matemáticas superiores solo con las cuatro reglas.

Cuatro reglas que, de hecho, no pasan de dos. No hemos superado el enfoque binario que en un momento de nuestras vidas nos hizo situarnos en la derecha o en la izquierda del espectro. Por motivos más o menos reflexivos, por decisión o arrastre de quién sabe qué inercias, terminamos adscritos a un universo ideológico que nos recibía con todas las respuestas. En todos los campos y a cualquier escala. Una simplificación muy confortable y conveniente que lo mismo servía para dilucidar la bondad o maldad de una iniciativa en un barrio que para descifrar los más enrevesados galimatías internacionales. Varias generaciones de ciudadanos, criados en el código radical de la Guerra Fría, nos maleducamos en un mapamundi bipolar, de sencillez máxima. Podíamos saber en una décima de segundo si estábamos a favor o en contra de cualquier gobierno en el último confín de la Tierra. No sirvió de mucho que la situación se sofisticara bastante con el desmoronamiento del bloque comunista, la aparición de las terceras vías o el paroxismo neoliberal. Habíamos quedado invalidados para matizar. Como dijo Samuel Beckett, «no hay pasión más poderosa que la pasión de la pereza».

Toda política se desarrolla a partir de una opción, pero esta sirve de punto de salida, no de punto final

Con un bagaje tan poco exigente, algo muy parecido a una minusvalía, hemos venido interpretando cuanto ocurría en nuestro país. Y seguimos haciéndolo hoy, cuando ya no puede haber quien ignore que nuestros principales problemas exigen grandes acuerdos. Que la parcialidad ciega es un peligro salta a la vista sin necesidad de hacer tremendismo. Se acumulan las señales de tensiones exacerbadas. Pero es aún más evidente su inutilidad para abordar cuestiones tan enrevesadas como nuestra arquitectura territorial o una eventual reforma de la Constitución.

No se puede avanzar pisando simultáneamente el freno y el acelerador. Toda política se desarrolla a partir de una opción. Pero esa opción es punto de salida, no punto final. Se ha de partir de los principios, pero se trata de llegar al final. Las disyuntivas que no son capaces de modularse nos convierten en el asno de Buridán, que ya sabemos cómo acabó. Y resulta conmovedor el denodado esfuerzo de quienes buscan soluciones a los grandes problemas de nuestro tiempo solo en los pliegues de sus propios idearios.

Un efecto indeseado de esta polarización y su consecuente pereza intelectual adherida es el desenfoque de pretender encontrar lo que no existe. Porque muchas veces no se trata de encontrar, sino de construir. La Constitución del 78 no se encontró, se construyó con materiales procedentes de muy distintos lugares y acarreados por todos.

No hay ahora mismo una solución para el problema suscitado por el independentismo catalán, hay que construirla. Ni el federalismo, ni la Constitución que este siglo necesita, ni las respuestas a los grandes desafíos del presente están escondidos en un cofre que hay que localizar. Hacer política es algo mucho más laborioso que montar guardia sobre los luceros para que no se contaminen los dogmas.

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