Opinión

Querer estar de vuelta (sin haber ido a ninguna parte)

¿Cuántas veces nos hemos encontrado, sin desearlo, frente a un nuevo escándalo protagonizado por el dirigente político o corporativo del momento? Poner fin a los innumerables propósitos de los discursos supone encaminarse hacia los hechos: la búsqueda de un progreso común.

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19
enero
2022

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A pesar de la terrible pandemia, nos hallamos en una especie de permanente campaña electoral que los sufridos ciudadanos padecemos a través de las calles y avenidas de nuestros pueblos y ciudades, todas plagadas de carteles con retocadas fotografías de políticos pidiendo el voto y de cientos de encuestas que nunca aciertan; con mítines llenos de promesas que nunca se cumplirán, discursos trufados de falsos propósitos y, en fin, con una inusitada proliferación de encorsetados debates radiotelevisivos –supuestamente definitivos y diferentes– que, vendidos como shows mediáticos, no sirven para nada. «Nunca se ha mentido tanto como en nuestros días; ni de manera tan desvergonzada, sistemática y constante», escribió hace casi 70 años Alexandre Koyré en su reflexión sobre la función política de la mentira moderna; su actualidad asusta.

Los líderes deberían pedirnos disculpas y reconocer que buena parte del bla bla bla humano que resuena todos los días hunde sus raíces en un decidido propósito cosmético. Una de las principales tareas que los dirigentes de toda clase y condición deben acometer –si quieren ser creíbles y coherentes– es centrar el discurso político o empresarial en relación a los hechos; evitar que la habitual disonancia entre el decir y el hacer se instale con normalidad en las organizaciones. Por supuesto, también debe hacer que la sima aberrante entre el discurso político, empresarial, oficial o electoral y la práctica real se achique o desaparezca, y que el hombre –que tiene el derecho y el deber de ser responsable si desea permanecer libre– aprenda a ser persona, integrándose socialmente de la mano de unos líderes necesarios, pues –y lo dice Richard Sennett– «una buena organización […] es aquella en la que todos los ciudadanos se sienten unidos en ese proyecto común». En esta nueva era, perdido el respeto, los seres humanos nos debemos muchas cosas a nosotros mismos; tantas que, en realidad, no sabemos por dónde empezar la tarea. Y a los políticos les pasa igual, con o sin elecciones a la vista: tienen tantas propuestas que hacernos y tantos proyectos que ofrecernos que, finalmente, cuando alcanzan el poder, estando tan ocupados en ser ellos mismos, no aciertan a poner en marcha ni los mas perentorios; los ciudadanos nos quedamos entonces, casi siempre, con la certeza de un nuevo engaño.

«Una de las principales tareas de un dirigente es evitar la habitual disonancia entre el decir y el hacer»

Los medios de comunicación nos acercan cada día noticias trufadas de sonoros escándalos protagonizados, en la mayoría de las ocasiones, por empresas que decían ser el paradigma de la modernidad y del bien hacer, así como por políticos corruptos y por delincuentes de guante blanco. Y aunque la falsedad, el engaño, el fraude y la mentira no son una exclusivas de este tiempo ni en modo alguno patrimonio de los dirigentes que confunden la obligación de dar cuentas con la humillación, el final es siempre el mismo: la historia se repite.

Como hemos escrito tantas veces, la nueva ética de los negocios demanda que los hechos no se conviertan en retórica y que el bien común no se transforme en ambiciones personales. Esta nueva ética exige el ejemplo constante de los dirigentes, ya sean políticos o empresariales: un modelo de comportamiento personal y profesional que es necesario exigir a todos los que trabajan en cualquier empresa o institución; más aún cuando se sirven intereses públicos. Ser un referente implica ser ejemplar, no ser un influencer mercenario. La empresa y sus dirigentes, al igual que los líderes políticos, deben ser los principales protagonistas a la hora de crear la conciencia del mundo actual y construir un camino de ida y vuelta que nos dirija, tal como los ciudadanos anhelan, hacia el progreso común: a un modelo de desarrollo que nos libere de inequidades y satisfaga las necesidades humanas. Muchos estamos convencidos de que esa ruta –sin atajos y sin precipicios– pasa por la responsabilidad social; es decir, por el compromiso: la estrategia imprescindible para conseguir un mundo diferente, uno que sea más justo, que sea mejor.

Nos hemos olvidado de preguntar: nos conformamos con lo que nos cuentan, aunque sepamos que es mentira. Según decía Machado, en España no se dialoga porque nadie pregunta como no sea para responderse a sí mismo. Todos queremos estar de vuelta sin haber ido a ninguna parte. Por eso, precisamente, deberíamos aprender el consejo del propio Antonio: «Para dialogar, preguntad primero; después, escuchad».

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