Opinión

Democratizar la globalización para salvar el planeta

Vivimos en un mundo afectado por un desgaste crónico que se ha alimentado de los vicios de la política y los partidos. En este contexto, las políticas ecologistas solo serán eficientes si forman parte de una gobernanza compartida.

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28
julio
2021

Los problemas de la democracia y su pérdida de calidad están presentes en todo el planeta, lo cual complejiza su análisis, las soluciones y la determinación de los protagonistas. Bastaría con recordar que China, India y Rusia (y por poco Estados Unidos, que se salvó en un match ball de la continuidad de Trump, ejemplo del populismo extremista) son grandes potencias mundiales con regímenes dictatoriales o con democracias autoritarias. 

Las amenazas a la democracia se extienden por países de todos los continentes, también en Europa, y van de la mano del populismo autoritario, el ultranacionalismo excluyente y la extrema derecha. De ahí que se observe, en estos últimos años, cómo aumenta en las encuestas de organismos internacionales el número de personas que se apuntan al escepticismo antipolítico y no consideran imprescindible vivir en sus países bajo la cobertura de un sistema democrático. En un tiempo en el que las bases de la democracia se ven atacadas por los fenómenos de la globalización (de carácter tecnológico, político, social, económico y financiero), es obligado repensar la democracia y adaptarla a la era digital y a los objetivos de la emergencia climática. Se trata de avanzar en el objetivo de democratizar una globalización descontrolada.

«Las políticas ecologistas solo serán eficientes si forman parte de compromisos ciertos de cooperación en el marco de una gobernanza global compartida»

La democracia se enfrenta a incertidumbres ciudadanas que son producto de una globalización ajena a criterios democráticos y que nos plantea desafíos. Se trata, entre otros, de las migraciones, los mercados financieros especulativos y desregulados, la concentración e incremento de la riqueza en unos pocos en paralelo al aumento de las desigualdades y la hambruna, la necesidad de prever y planificar la lucha contra las pandemias y otras catástrofes naturales asociadas al calentamiento global, el fanatismo terrorista, la corrupción internacional, los ataques informáticos que afectan a la economía y la seguridad nacional de los Estados y la revolución digital –así como sus efectos en el mercado de trabajo y en la manipulación de la información en las redes–.

Vivimos en un mundo en el que la vieja democracia liberal que respiramos se ve contaminada por las nuevas estructuras globales. En especial, por una élite financiera surgida de un capitalismo insaciable y globalizador, las estrategias de poder de las grandes corporaciones multinacionales, las gigantescas plataformas digitales y los fondos de inversión. Todas ellas mandan y presionan a los Estados, tratan de influir en la opinión pública y mediatizar el voto, tutelan el sistema económico, fomentan un mercado especulativo en favor de obtener más beneficios y toman decisiones contrarias al interés general de la población y de las economías nacionales. Su incidencia en la calidad de la democracia y en la reducción de la soberanía nacional resulta evidente por la prevalencia de los grandes intereses privados y la utilización –con fines de manipulación y del control de las emociones– de las tecnologías de la comunicación, la inteligencia artificial, el uso de los algoritmos y unas redes sociales intoxicadas por las fake news. 

Para completar el escenario, la democracia arrastra un desgaste crónico provocado por vicios de la política y de los partidos, los déficits en transparencia, una polarización extrema que se ha convertido en pandemia; así como las repetidas crisis económicas que provocan el desánimo y la desafección ciudadana hacia los políticos e instituciones, favoreciendo el discurso populista. Hay países en los que la ciudadanía renuncia por miedo a libertades y derechos a cambio de «seguridad», y estos discursos retrógrados y cargados de odio gobiernan bendecidos por las urnas.

«Es urgente asumir el reto de definir una reforma que resulte eficaz para lograr un orden planetario más igualitario e inclusivo, basado en el diálogo»

¿Asistimos al ocaso de la democracia como antesala de las autocracias, las democracias autoritarias y el resurgimiento de los tiranos? Las clases trabajadoras van perdiendo peso e interés de participación en esta sociedad posindustrial. Han pasado de ser las principales aliadas de la democracia e interesadas en su permanencia a marginadas de la política y perjudicadas en sus condiciones de vida. Los problemas y amenazas apuntadas exigen la producción de ideas, políticas de participación y un debate abierto para construir procesos democratizadores en la dirección de una gobernanza supraestatal que lleve a los gobiernos, desde la cooperación en instancias internacionales, a adoptar medidas justas y de dimensión transnacional.

Antes, el sistema democrático tenía al Estado-Nación como marco de referencia. Ahora, muchas decisiones nacen deslegitimadas al imponerse desde instancias supraestatales alejadas de los Parlamentos, de las reglas democráticas y del electorado, disminuyendo el control democrático y la participación ciudadana y acentuando la desconfianza popular hacia centros de poder inaccesibles. Por ello, las actuaciones en favor de legitimar y fortalecer la democracia, en un mundo globalizado dominado por la ideología neoliberal, han de formar parte de una estrategia diplomática global que permita transformar los actuales organismos internacionales.

Es urgente asumir el reto –o, mejor, la utopía necesaria– de definir un modelo de gobernanza supraestatal para democratizar la globalización económico-financiera. Esta gobernanza requiere la reforma del funcionamiento de organismos como la ONU, el G7, el FMI, el Banco Mundial, la OMC o la OMS; entre otros. Una reforma que resulte eficaz para lograr un orden planetario más igualitario e inclusivo, basado en el diálogo, el respeto a los derechos humanos y la cooperación transnacional en la toma de decisiones por parte de los organismos políticos y económicos multilaterales y supraestatales.

Recientemente, el G20 y la OCDE, en un escenario en el que todavía se mantiene la elusión fiscal practicada por los poderosos y las multinacionales, han aprobado la tramitación por los Estados de un impuesto mínimo para las grandes multinacionales del 15% sobre los beneficios obtenidos en cada país. Aunque se partía de una propuesta del 21%, será el paso inicial de un largo camino que hay que recorrer sin demora para gobernar la globalización de una forma más justa y democrática.

«Que las vacunas no lleguen a la población de todo el planeta es un claro ejemplo de las graves carencias del orden mundial en valores democráticos»

Mientras, la izquierda no debería retroceder en la defensa de la igualdad y en la redistribución de la riqueza y del poder como principal estrategia. Solo así impedirán el avance de los populismos autoritarios de diverso corte, los gobiernos de tecnócratas que devalúan el papel de los partidos y las élites financieras del planeta que condicionan absolutamente la economía y se convierten en interlocutores privilegiados de gobiernos débiles. En este contexto, los partidos progresistas no pueden suicidarse desnaturalizando y perdiendo la identidad de sus principios. 

La historia se repite. Resistir y transformar obliga a proponer soluciones y a movilizar, sin complejos, a la sociedad democrática. En vez de apoyarse en el uso constante de técnicas de encuesta y mercadotecnia para averiguar qué es lo que la gente quiere escuchar y ofrecerlo en una pseudodemocracia. En esta ingente tarea es imprescindible el protagonismo de la sociedad civil mundial, con sus organizaciones sociales, foros y oenegés que deben jugar un papel de presión, concienciación y movilización en defensa de la democracia.

Es vergonzoso que las vacunas contra la pandemia no lleguen a la población de todo el planeta por el desinterés de las grandes farmacéuticas. Es un claro ejemplo de las graves carencias del orden mundial en valores democráticos. Lo que pone de manifiesto la trascendencia de que organizaciones civiles de solidaridad, justicia fiscal y derechos humanos presionen con la reclamación de vacunas eficaces para toda la población del planeta y denuncien los intereses de las farmacéuticas y la complicidad de gobiernos.

Están llegando en cadena las graves consecuencias de la sobreexplotación de los recursos naturales y de la degradación de la biodiversidad que requieren decisiones planificadas, valientes, solidarias y justas para salvar la vida del planeta y la humanidad. Y ya sabemos que las políticas ecologistas de los Estados solo serán eficientes si forman parte de compromisos ciertos de cooperación en el marco de una gobernanza global compartida.


Odón Elorza es diputado del PSE-PSOE por Gipuzkoa.

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