Sociedad

Qué hay detrás de una cifra

En los conflictos armados y las grandes catástrofes, los números de muertos se vuelven abstractos. La explicación está en nuestro cerebro.

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01
febrero
2021

Por mucho que lo intentemos, nos resulta prácticamente imposible visualizar dos millones de personas compartiendo un mismo espacio. Si hacemos el esfuerzo de imaginar una ciudad llena de tanta gente, no conseguiremos hacerlo con exactitud. Ni siquiera aunque pongamos todas nuestras energías en pensar cuánto espacio ocuparían dos millones de personas en un sitio cerrado. Y mucho menos si tratamos de imaginar a dos millones de muertos por coronavirus. Esta es la dramática –y enorme– cifra que estamos escuchando estas últimas semanas, pero antes habían venido muchas más. Desde marzo del año pasado, ante nuestros ojos han desfilado todo tipo de curvas, casos, medidas, número de infectados, recuperados y muertos. Cuando se declaró el primer fallecido de coronavirus en España, la población vivió un estado de shock. También con el segundo, con el décimo, con la llegada del centenar y con el primer millar. Ahora, parece que hemos asumido –o no recibimos con el mismo estupor y dolor– titulares que indican que pasamos los quinientos muertos diarios.

Sin embargo, cuanto más se ha alargado la pandemia, más nos hemos acostumbrado a normalizar la muerte. A medida que han pasado los meses, las cifras tienden a percibirse más como una estadística que el final de la vida de una persona en concreto. Hay una conocida frase atribuida al dictador soviético Iósif Stalin que dice eso de que «un muerto es una tragedia, pero un millón es una estadística». Ha pasado con la covid-19, pero también con los conflictos armados o los desastres naturales, donde los números de muertos se vuelven completamente abstractos. ¿Dónde encontramos el motivo?

Para entender este fenómeno es primordial rebuscar en la base de las emociones. Itziar Fernández, profesora titular de psicología social en la UNED, ha dedicado parte de su labor de investigación a conocer el comportamiento de la psique en momentos críticos como desastres naturales, catástrofes colectivas y situaciones de emergencia. En su estudio Un enfoque crítico a la ayuda humanitaria la experta y sus colegas de profesión desgranan la gestión del conflicto y el laberinto de las emociones por el que viajan víctimas y supervivientes, además de analizar la labor de la acción humanitaria cuando todo se rompe.

Deshumanizar las cifras puede ser una respuesta de defensa

Las epidemias también han formado parte de su trabajo como un caso particular debido a las conductas que subyacen en ellas. Aunque el impacto no es igual en todos los casos de epidemia –destacan por ejemplo que la peste y el cólera generaron mucho más terror público que la gripe española en Estados Unidos– las conductas colectivas de pánico y huida son típicas cuando se cumplen cuatro condiciones: la enfermedad es fuertemente letal, aparece de repente, aumenta la tasa de mortalidad rápidamente, muchas personas están en riesgo de contraerla y su causa es desconocida. «La sociedad ha vivido epidemias pero nuestra generación nunca había vivido una pandemia, pero cuando el número se convierte en estadística, por desgracia, se difumina. Todos los días desayunamos los telediarios y consumimos cifras sobre personas muertas en distintos conflictos armados o de millones de refugiados intentando entrar en un país… El factor impacto juega un papel muy relevante y parece que solo nos sensibilizamos en épocas concretas», explica Fernández en conversación con Ethic. Pero, ¿ha ocurrido lo mismo con la pandemia? ¿Hemos desayunado demasiadas cifras? La experta cree que la pandemia nos ha afectado porque, sobre todo, nos ha hecho ser conscientes de nuestra propia vulnerabilidad. «Vemos a personas jóvenes infectadas y eso influye. No obstante, al final, estar mucho tiempo en periodo de alarma hace que dejemos de prestar atención. Para que una noticia tenga impacto no puede durar mucho», señala.

La inevitable caída en los sesgos

La psicóloga social recalca que el deshumanizar las cifras recae en procesos cognitivos o mecanismos de adaptación que pueden ser una respuesta de defensa. Una forma en la que el cerebro se permita protegerse de la devastación que, sin embargo, depende de algunos sesgos culturales que variables según la individualidad de la sociedad que se analiza. En la investigación, los expertos mencionan al psicólogo Janoff-Bulman, quien define las catástrofes como hechos traumáticos que alteran profundamente el conjunto de creencias esenciales de las personas sobre sí mismas y el mundo, creencias que pueden alterarse según distintos sesgos culturales (especialmente en las culturas más individualistas): la ilusión de control («las cosas no ocurren por azar y son controlables»), la creencia en un mundo justo («las personas reciben lo que merecen»), la visión de sí mismo («tendencia de una persona a tener una imagen positiva de su futuro”) o el fenómeno del falso consenso (“creen que sus opiniones y emociones son compartidas por la mayoría»).

«Hay personas que son mucho más preventivas que otras, o que tienen un nivel de pensamiento mucho más concreto. El factor de la cercanía, o el conocer a alguien que haya padecido coronavirus, hace que los números ya no sean una estadística y que demuestren que todos somos vulnerables. Así se pierde esa ilusión de invulnerabilidad», incide Fernández. Un punto de vista que comparte el divulgador de neurociencia, psicología y salud mental Nacho Roura, quien recalca la capacidad del ser humano en convertir algo en concreto o abstracto. «Cuando hay un accidente de tres o cuatro personas, por ejemplo, tendemos a verlo en los medios con nombres o fotos. Eso hace que lo personalicemos y le pongamos caras, con más probabilidad de que lo interpretemos como una tragedia», apunta. Además, la vulnerabilidad que percibamos de las personas que reciben el daño depende en gran parte del grado de control que podrían haber tenido. «La sensación de tragedia se multiplica si están involucrados los niños, por ejemplo», subraya este especialista.

Nacho Roura: «Hablamos de UCIs colapsadas pero realmente no tenemos en la cabeza lo que eso implica»

Es aquí donde entran en juego los sesgos sociales, en los que nuestra conciencia cae de forma inevitable. «Nuestro cerebro está preparado para que caigamos en sesgos: tenemos tendencia a separarnos de otras sociedades. Solemos acercarnos a las personas con las que guardamos cierta similitud –sesgo de grupo– y creamos un endogrupo concreto. De esta forma, dejamos a gente fuera y esto hace que, probablemente, aquellas desgracias que son masivas pero que afectan a gente en el otro lado del mundo no nos parecen tan graves, también por cuestión de distancia y por el sesgo de vulnerabilidad», puntualiza Roura. Basta con mirar hacia el inicio de la pandemia: cuando comenzaron a registrarse los primeros casos de coronavirus en la ciudad china de Wuhan las cifras de infectados y la gravedad parecieron ínfimas. China estaba lejos, el virus no podía llegar aquí. Hasta que la enfermedad se hizo pandemia.

«Probablemente la interpretación de las cifras también dependa mucho de la cercanía con la que ha tocado el virus a cada persona», reflexiona Roura. Y añade: «Si sabes que de esas 100.000 personas muertas hay dos que son tus familiares, la forma de verlo cambia mucho. Pero esta parte de interpretar más como números lo que son personas es una consecuencia de cómo funcionamos: probablemente al cerebro ‘no le compense’ ponerse en la piel de tantas muertes y opta por verlas como números para evitar tanto malestar». No obstante, el psicólogo insiste en que estudiar esta perspectiva resulta tremendamente complejo ya que implica analizar múltiples dinámicas basadas en sesgos.

Eso sí, Roura añade que los medios de comunicación y las instituciones juegan un papel fundamental. «Desde mi punto de vista la población no ha recibido de forma muy concreta qué es lo que está pasando en los hospitales. Hablamos de UCIs colapsadas pero realmente no tenemos en la cabeza lo que eso implica. Creo que a nivel institucional la divulgación sanitaria que se ha hecho ha sido bastante pobre. Ha habido cientos de divulgadores que, por su cuenta, han decidido hacer modelos estadísticos para predecir los puntos de infección o los enfermos en los próximos meses y, sin embargo, considero que el Gobierno no ha publicado información explicativa y clara más allá de las estadísticas. Un mensaje más institucional con las explicaciones claras hubiese ayudado mucho», zanja.

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