Salud

La gripe española, un misterio vírico sin resolver

Más de un siglo después, inmersos en la lucha contra una nueva pandemia, la gripe española –que no tuvo su origen en España– sigue dejando preguntas sin respuesta sobre su origen y el porqué de su especial virulencia.

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28
abril
2020

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Entre las primaveras de 1918 y 1919, cuando la mayor parte de los países industrializados se desangraban a causa de I Guerra Mundial –en la que murieron, entre civiles y soldados, alrededor de veinte millones de personas–, una epidemia de gripe infectó a un tercio de la población mundial. Se calcula que el brote acabó con entre cuarenta y cien millones de vidas, más del doble las que se llevó la Gran Guerra. Ahora, en plena lucha contra el coronavirus, resuenan los ecos de la mal llamada gripe española que hace un siglo también golpeó al mundo entero.

Los primeros datos registrados entonces se remontan al 4 de marzo, cuando un soldado aquejado de fiebre se presentó en la enfermería de la base estadounidense de Fort Riley, en el estado de Kansas. En cuestión de horas, cientos de reclutas dijeron presentar síntomas similares: fiebre alta, diarreas, dolor de oídos, pulso acelerado, cansancio corporal, dificultad respiratoria y vómitos. En las siguientes semanas, el virus letal y de rápido contagio ya circulaba muy lejos de los muros de la base militar: en abril, las tropas norteamericanas desembarcaron en Europa para ayudar en la contienda.

Para no desmoralizar a los soldados –y no fortalecer al enemigo–, en un primer momento los medios de comunicación de los países involucrados en la Gran Guerra ocultaron la pandemia y sus estragos. Solo quienes se mantuvieron al margen del conflicto daban cuenta de su atroz evolución, como fue el caso de España. De ahí que a través de la prensa internacional comenzase a utilizarse el término «gripe española» (del inglés, Spanish influenza) para referirse a la enfermedad. Los medios españoles intentaron rebautizarla como «la enfermedad de moda» o «el soldado de Nápoles» –por ser tan pegadiza como la partitura de la zarzuela del maestro Serrano–, pero la epidemia pasó a la historia como gripe española.

En nuestro país, se calcula que se contagiaron alrededor de ocho millones de personas y cerca de trescientas mil murieron. Además, ese año 1918 fue el primero de la historia, desde que existían registros, con crecimiento vegetativo negativo; es decir, en el que fue mayor el número de decesos que de nacimientos –una situación que se repetiría después en 1939–. Los datos de la epidemia –la mayoría aproximados– no requieren glosa alguna: alrededor de 50 millones de personas murieron en el mundo. Entre los millones de víctimas anónimas que se cobró, destacan algunos nombres ilustres como el poeta Guillaume Apollinaire, el pintor Gustav Klimt, el dramaturgo Edmond Rostand o el sociólogo Max Weber.

Más de 50 millones de personas murieron en el mundo por la gripe española

En aquel momento, ante el desconcierto y la ignorancia de las autoridades sanitarias para encarar una epidemia desconocida, los pacientes se apiñaban en los hospitales y casas de socorro, sin ventilación ni distancia alguna de precaución, y los cuerpos se amontonaban en las morgues y los cementerios. En muchas zonas, la mortalidad llegó a tal exceso que tuvieron que abrirse fosas comunes ante la imposibilidad de celebrar otro tipo de funerales y entierros. Aunque por aquel entonces se extendió entre la población el uso de la máscara de tela, esta medida resultó ser del todo inútil. Dos años después de que se diese el primer caso, a inicios de 1920, el virus desapareció tal y como había llegado.

Hoy sabemos que esta devastadora gripe fue causada por un brote de influenza virus A –esta cepa, la ‘A’, es la responsable de las epidemias mortales–, del subtipo H1N1. Normalmente, las variantes de este virus, matan principalmente a niños y personas mayores, pero el virus de 1918 causó una alta mortalidad en edades de entre los 20 y 40 años, principalmente por infecciones secundarias como la neumonía.

A día de hoy, sigue sin existir una razón concluyente sobre la virulencia de ese virus. Existen, eso sí, diversas hipótesis. La más reciente es la del estudio dirigido por el doctor Michael Worobey, de la Universidad de Arizona, que sostiene que su impacto se debía a que muchos adultos jóvenes fueron expuestos durante la infancia a proteínas virales de un grupo diferente a las principales proteínas antigénicas del virus H1N1, por lo que no coincidiría la respuesta inmunológica a un virus u a otro.

Aunque el virus se extinguió exactamente hace un siglo, la ciencia sigue investigando sobre él para prevenir futuras pandemias. A inicios del 2000, un grupo de científicos españoles en Estados Unidos lograron regenerar el agente de la gripe de 1918 gracias a muestras extraídas de una víctima de un poblado esquimal, cuyos restos permanecieron congelados en el hielo de la Antártida y conservaron el virus, aunque inactivado. Según expusieron los expertos en un artículo publicado en la revista Nature, despertar al virus permitirá investigar, no solo su secuencia genómica, sino qué es lo que hace que se inicien las epidemias. Según los primeros resultados, el caso de gripe de inicios del siglo pasado podría tratarse de un virus aviar que se adaptó para infectar al ser humano. No obstante, su origen sigue siendo un misterio.

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